Como la convocatoria se hizo en pocos días, la movilización fue prácticamente espontánea. No había imagen ni buen sonido. Primer punto. Segundo: cuando los manifestantes llegan encolumnados, la cuestión se ordena mejor. Pero la inmensa mayoría llegó ayer por la propia, con cartelitos hechos a mano. Incluso los que llegaban encolumnados quisieron decir algo personal y había cartelitos de esos por todos lados. Mucha gente, se escuchaba poco a los oradores y no se veía nada. O sea, un éxito total. Un acto casi sin organización, convocado en pocos días, reunió una verdadera multitud. Esta muchedumbre hacía imposible desplazarse de un lugar a otro. 

Y cuando Estela Carlotto pidió que se agitaran los pañuelos fue como la ola de las canchas de fútbol. Atrás ni la escucharon, pero repitieron lo que venía desde adelante y fue un océano blanco porque la consigna había sido respetada a rajatabla, había más pañuelos que narices, todos querían revolearlos y estaban pendientes de la señal que dio Carlotto, porque hacerlo fue la forma de participar.

Se pueden hacer comparaciones. En los actos del oficialismo no hay columnas, pero igual son ordenados porque son menos, tienen menos manifestantes. Ayer, la espontaneidad hacía que todos se apretaran cada vez más, porque todos se movían, querían ir de un lado a otro y eran decenas de miles. En otros actos, los manifestantes van a escuchar atentamente a los oradores. En este caso era prácticamente imposible para los que no estaban adelante. 

Y el acto de escuchar esta vez fue menos importante que el de estar y expresarse. La multitudinaria concentración fue una suma de catarsis personales. Desde la dictadura y a través de toda la transición democrática, los derechos humanos han ido tejiendo una relación intensa con una franja muy amplia de la sociedad  en la que cada quien tiene su propia historia, su propia sensibilidad y su propio vínculo. Más que en lo profundo, son temas enraizados en lo más íntimo.

Es una relación difícil de entender, pero tan obvia que si no existiera no se hubieran logrado ninguno de los grandes avances que se alcanzaron a lo largo de todos estos años con la constancia y el valor de los organismos de derechos humanos. Si estos organismos no hubieran logrado establecer ese vínculo con ese amplísimo sector de la sociedad que se expresó ayer en la Plaza de Mayo, no hubiera habido condenas ni juicios, ni nietos recuperados ni políticas de memoria sobre la historia reciente.

La vieja Argentina conservadora y pro milica estuvo ajena a ese proceso. En los primeros años de democracia se resignó a ceder ese espacio. A partir de los levantamientos carapintada, la reacción fue cada vez más visible en los medios tradicionales que comenzaron a ocultar las actividades relacionadas con la defensa de los derechos humanos para dar lugar a los defensores de los represores. Poco a poco la exigencia de terminar con la revisión del pasado y con las políticas de memoria, verdad y justicia se fue convirtiendo en el reclamo abierto de la reacción conservadora y los medios corporativos.

A pesar de que cuenta con algunos dirigentes y varios periodistas que se acercaron a los derechos humanos para lograr cierta fama y luego se pasaron de bando, el núcleo duro del PRO, que proviene de sectores que siempre se opusieron a los reclamos de los organismos derechos humanos, no entiende esa relación que se ha ido gestando en estas décadas. Ni siquiera puede concebirla, y entonces tampoco puede explicar los avances ciudadanos en ese terreno porque se limita a ver a los derechos humanos simplemente como una revancha de los guerrilleros sobrevivientes contra los militares. Así lo explican ahora varios periodistas que en otras épocas declaraban su admiración por las Madres y las Abuelas.

Ese malentendido mandó a la Corte al holocausto. En un solo acto, perdió más credibilidad de la que alguna vez había logrado con la recomposición que impulsó Néstor Kirchner. El Gobierno desgastó gratuitamente una pieza fundamental de su arquitectura de poder. El rebuscado fallo del 2x1 se convirtió en la cruz de esos magistrados, cuyas futuras decisiones de aquí en adelante quedarán en entredicho, igual que la Corte del menemismo con su mayoría automática. 

La dictadura no hizo ningún bien y menos en la famosa “lucha contra la subversión”. Por el contrario dejó heridas muy profundas. De ellas surgió la lucha por los derechos humanos y desde allí se acentuó su influencia en la construcción de esta democracia. Los que piensan que los juicios son una revancha es porque piensan que la dictadura hizo algo bien. Y mientras piensen así nunca podrán entender la importancia que tienen los derechos humanos para una sociedad atrozmente vejada por esos represores. Y todo lo que hagan para socavarlos será una afrenta personal para esa masa humana que responderá en forma contundente como en la marcha de ayer que se repitió en ciudades grandes, medianas y chicas de todo el país.