El lunes 13 de septiembre después de las elecciones, consternada por los 14 puntos de la extrema derecha, decidí escribirle un mensaje a mi amiga católica practicante, a quien de ahora en adelante nombraré como Ella, para no tener que pedirle permiso para publicar esta historia.
Ella y yo nos conocimos en la adolescencia porque era amiga de mi vecina y vecina a su vez, de una amiga mía. Su familia atravesó más penurias de las que yo me creo capaz de soportar. Su padre se quedó sin trabajo en los ‘90 y salió a vender verduras en un carro que empujaba al rayo del sol, en una provincia en la que hace más de 30 grados todo el año; su madre apañó un kiosko para parar la olla, con esa potencia que tienen las mujeres paraguayas para salir adelante pese a todo. Ella tuvo que trabajar para estudiar pero no logró terminar la carrera, debió volverse a Formosa para mantener a su familia.
Consiguió un buen trabajo y con su sueldo levantó el kiosko familiar hasta volverlo un ingreso estable, viajó a donde nunca había podido viajar, una vez que fue a ver al Papa aprovechó y de paso fue a verme a Barcelona unos días, cuando yo vivía con mi novia en esa ciudad. Después se compró un auto, aprendió a manejar y se mudó sola, algo que para Formosa en su momento fue toda una revolución. Que todo esto haya sucedido durante gobiernos kirchneristas y después haya dejado de suceder con el macrismo es algo que a Ella no le parece relevante, aunque recuerdo que reía cuando yo se lo marcaba con alguna broma.
Siempre admiré mucho a Ella y la fuerza con la que sale adelante pese a todo y a todes, mantuvimos nuestra amistad incluso en los momentos de mi feminismo más radical, recuerdo una vez que fue a visitarme a La Plata y nos sentamos en una plaza a conversar, fue el día en que le confesé que fumaba porro, le dije algo así como “sé que soy todo lo que está mal para vos y vos sos todo lo que está mal para mí. Me alegra tanto que podamos ser amigas”. Ella siempre fue muy católica y yo respetaba sus valores pese a que no los terminaba de comprender, del mismo modo que ella respetaba los míos.
Así nos fuimos acompañando en la vida, cuando mi padre estuvo internado cerca de su casa, su madre me cocinó milanesas para que comiera algo y descansara en su casa, era de todas mis amigas la que más conectó con mi novia cuando recién llegamos a Formosa y las tres solíamos cenar una vez por semana en casa. Había un acuerdo tácito de no hablar del aborto y no tocar algunos temas picantes, que obviamente se quebró durante el primer debate por la ley. Debo ser sincera, no me alejó su postura ni que se hubiera trasnformado en una ferviente activista de los pañuelos celestes, sé que mucha gente que juzga desde una superioridad moral ese movimiento heterogéneo, no podría sobreponerse ni a la mitad de las cosas a las que Ella se sobrepuso, y sé también el rol central que la iglesia y la espiritualidad tuvo en todo eso. Me alejó que en esa pertenencia, marchara con gente que sostenía carteles que decían cosas como “no lgtb en las escuelas” y comenzara a creer en que existía la ideología de género. Intentamos discutir de todo eso, una noche en la que los mosquitos nos comieron vivas, pero fue inútil, no se que pretendíamos desandar intercambiando palabras, esas aliadas que en un segundo pueden volverse enemigas de la comunicación.
Extraño a mi amiga, nunca dejé de extrañar la forma en que nos reíamos de las cosas mas boludas de la existencia cotidiana, y la paz que me daba poder hablar con Ella sabiendo que nunca iba a juzgarme porque partíamos de una base de nunca entender a la otra, solo acompañarnos. Me duele en el alma no haber podido acompañarla durante la enfermedad de su mamá y solo intercambiar fríos mensajes para saber si todo iba bien. A fines de agosto me escribió para felicitarme por mi cumpleaños, estuve todo el día pensando en si me felicitaría porque yo no lo hice en el suyo, nunca recuerdo fechas y Ella lo sabe.
Hace muchos meses que pienso en el avance de la extrema derecha en el mundo, y en como el odio se filtra por las grietas de un tejido social quebrado por un mundo exausto y desigual, que no para de exigirnos que trabajemos más y más, mientras incendia con petróleo cualquier futuro posible. Ayer, después de leer la nota de Marta Dillon en la que se preguntaba cuánto perdimos en la pandemia y cuánto avanzó la derecha en esa desoconexión, le escribí a mi amiga para tomar una cerveza, le dije que no quería hablar de nada trascendental, solo ponernos al día y reconectar, porque en este lío permanente en el que vivimos, mi única certeza es creer que el amor vence al odio. Y yo nunca dejé de querer a mi amiga, incluso cuando las contradicciones hicieron imposible que nos viéramos porque ese enojo era tan intenso como el cariño que yo sentí traicionado, incluso en esos días de silencio, nunca dejé extrañarla.