Diecisiete años atrás, la revista Rolling Stone lanzó el que -a su decir- fue uno de los artículos más leídos y consultados de su historia: las mejores 500 canciones de todos los tiempos, confeccionada a partir de la opinión calificada de diversos personajes de la industria. Pero, claro, como advertía la publicación estadounidense los pasados días, “mucho ha cambiado desde 2004. El iPod, por ejemplo, ya no es una invención novedosa, y Billie Eilish hace rato que dejó de tener 3 añitos”. En pos de darle una pátina de actualidad y reflejar el clima de esta época, decidió entonces barajar y repartir de nuevo, confeccionando la lista de cero tras consultar a más de 250 personajes de distintas ramas (interpretación, composición, producción, también periodistas de sus filas y de otros medios referentes en materia sonorosa). Aportaron su granito de arena, por mencionar unos pocos nombres con peso específico, Cyndi Lauper, Annie Lennox, Martha Reeves, Javiera Mena, Rita Ora, The Edge, Chris Martin, Nicki Nicole. Y procesados los comicios, algunos temas subieron, otros bajaron en el actualizado ranking; además de incorporarse tracks de hip-hop, country, pop latino que, según amplia consideración, ya tienen estatus inoxidable.
Alta en el cielo, empero, un águila guerrera: la arrebatadora Aretha Franklin (Memphis, 1942-Detroit, 2018) con su rendición de Respect, “una canción que canalizó el rock & roll, el gospel y el blues para crear el modelo de música soul en el que artistas siguen inspirándose hoy en día”, conforme subraya RS. Pronta a señalar, además, lo evidente: cómo el tema devino himno al canalizar las demandas del movimiento de los derechos civiles -en su apogeo- y de la revolución feminista -en ciernes- en los años 60. Y es que, tal como anotó la propia Aretha en sus memorias del ’99, el track reflejó “una necesidad imperiosa de hombres y mujeres promedio, de la calle: el tipo de negocios, la madre, el bombero, la maestra; todos querían respeto”. Demanda aún insatisfecha, obvio es decirlo, que explica que Respect haya escalado al puesto número 1 definitivo (tan definitivo, al menos, como permitan revisiones futuras), quitándole la coronita a Like a Rolling Stone, de Bob Dylan, que pasó a ocupar la cuarta posición.
“En cierto modo, Respect definió la conciencia nacional en ese momento de la historia del país (…) El llamado al respeto pasó de una solicitud a una demanda”, diría Jerry Wexler, a la sazón vicepresidente del sello Atlantic que, nomás fichar a Franklin y a tono con la costumbre en boga de una producción estándar, le arrimó sugerencias para su repertorio. Canciones como A Change Is Gonna Come, de Sam Cooke, o Drown in My Own Tears, de Ray Charles, por ejemplo, que gustaron mucho a la muchacha de entonces 25 años, aunque tuviese entre ceja y ceja una idea. Porque fue Aretha quien propuso reversionar Respect, tema que ya venía cantando en vivo y que acabaría convirtiéndose en su primer gran, gran hit, instalado en los charts por meses. El primero de muchos que consagrarían a esta hija de un carismático pastor, amigo de Martin Luther King Jr, como absoluta Reina del Soul y, eventualmente, primera artista femenina en ingresar al Rock & Roll Hall of Fame (en 1987, para más precisiones).
Retomando los hilos, el sello Atlantic Records le dio el visto bueno, siempre y cuando Aretha le hiciese modificaciones a la versión original, que ya había sido grabada por su autor, el cantante y compositor Otis Redding, en el ’65, con modesto éxito. En la voz de Otis, el mensaje -tradicional, conservador- era sumamente distinto: trataba de un hombre que volvía del trabajo y, por poner el pan sobre la mesa, exigía cuidados de su esposa. El cambio de rol y algunos toques en la letra y en el tempo, sumados a la determinada, tenaz, portentosa, provocadora voz de Aretha, significarían un giro radical, de 180 grados: ahora era ella la que demandaba ser tenida en cuenta, tratada como una igual.
Aún más, lo remachaba -por si las mosquitas- con ese deletreado que inventó la propia Franklin, ausente en la versión anterior. “R-E-S-P-E-T-O. Averiguá lo que significa para mí”, entona quien, con sus cambios e interpretación, terminó por reescribir el tema. El mismo Otis lo admitiría en tono afable: “Al final esta chica se adueñó de mi canción”. Lo hizo además con otro aporte fundamental, que pergeñó detrás de su piano: los coros de sus hermanas Carolyn y Erma, ese rápido y largamente discutido “Sock it to me, sock it to me, sock it to me...” (“dámelo ya”, su traducción al castellano), que le infundió cierta picardía sexual, un doble sentido velado que sigue dando de qué hablar. En la interacción con esas segundas voces femeninas, según especialistas en tema, sobrevuela una sensación de sororidad, una reafirmación enérgica y colectiva, un grito de guerra mancomunado con fuerza volcánica.