Hechos y situaciones de Colombia llegaron a las últimas noticias del llamado “mundo de la cultura”. La primera tiene que ver con los célebres puestos de venta de libros en Parque Centenario, en Cartagena de Indias. Por efecto directo de la paralización de la circulación, producida por la pandemia de Covid-19 y su repercusión y efectos en la economía –ciudadana y turística–, sus ventas habituales cayeron entre 70 y 90 %. “Nos estamos murieron de hambre” se declaró a la prensa.
El Universal tituló “¡Triste! Por hambre libreros cartageneros cambiarán libros por comida”. Los días 8, 9 y 10 se septiembre, los 29 libreros y libreras del pasillo del Parque Centenario convocaron a un “cambiatón”, que tuvo amplia y solidaria respuesta. Fieles clientes, artistas, fundaciones y ciudadanía en general concurrieron a llevar lo suyo. Entre otros, se destacaron los campesinos de Cachenche, quienes donaron productos cultivados en sus fincas. La oferta de libros se tuvo que ampliar, de 3000 a 5000, por la cantidad de asistencia, y se calcula que libreros y libreras recibieron unas dos toneladas de alimentos. Algo importante, aunque sólo para salir del paso.
La Asociación de libreros de Cartagena disputa con el gobierno: los puestos han sido los primeros en cerrar por la pandemia, y los últimos en abrir. Al desplome de sus ventas suman la proliferación en la web de versiones digitales de los libros, que también atenta contra las mismas, y por ello piden autorización para ofertar otras mercaderías, como artesanías, además de una extensión horaria, y carpas y parasoles. Por su parte, el gobierno quiere reubicar los puestos; libreros y libreras se niegan rotundamente.
Y mientras esto sucede en la calle, en el pequeño comercio, en la ciudad de la otra reconocida fiesta de libros, “Hay Festival”, en otros ámbitos, otros “agentes de cultura” también protagonizaron hechos y discusiones, a partir de la comitiva de escritoras y escritores que el gobierno de Iván Duque convocó y llevó a la 80ª Feria del Libro de Madrid, cuyo país invitado fue nuevamente Colombia –una segunda invitación, ya que la primera, para la edición de 2020, se suspendió por la pandemia.
A comienzos de septiembre, el portal ZMagazín indagó la lista de invitados: Melba Escobar, Jorge Franco y Darío Jaramillo, entre otros y otras. Y una buena cantidad de notorias ausencias, desde Laura Restrepo, William Ospina, Héctor Abad Faciolince, Pablo Montoya, Fernando Vallejo y Pilar Quintana, hasta nuevas voces –tildadas “emergentes”– como Giuseppe Caputo, Marbel Sandoval Ordóñez, Carolina Sanín y Antonio Ugar.
En síntesis, se ha puesto en duda o cuestiona el mismo eslogan de Colombia en la Feria: “Diversa y vital”. Es claro que cualquier lista o comitiva serán, inevitablemente, parciales, injustas, y hasta arbitrarias. ¿Aquí qué sucedió? El criterio de selección lo develó el mismo embajador colombiano en España, Luis Guillermo Plata, según reprodujo Libertad Digital. Dijo: “Uno no quisiera que una feria literaria se convirtiera en una feria política. Ni para un lado ni para el otro. A mí me gusta García Márquez porque me gusta, no porque sea de izquierdas o de derechas, o me gusta Pablo Neruda porque me gusta lo que transmite sin preguntarme su ideología. Se ha tratado de tener cosas neutras donde prime el lado literario de la obra”.
Ese tener-cosas-neutras por supuesto generó toda clase de respuestas, críticas y posicionamientos. Hubo (torpes) disculpas del embajador, como es usual tras esto que últimamente ha dado en llamarse sincericidio. Margarita García Robayo, Melba Escobar, Mario Mendoza y Juan Luis Mejía declinaron el convite, por distintos motivos. Pilar Quintana, que no fue invitada, sí se haría presente en la Feria, invitada por su editorial. Explicó: “Decidí, por mis convicciones, que no quiero viajar por cuenta de este Gobierno que ha sido censurador de la libre expresión y que ha violado los derechos humanos durante las protestas. Así que si me hubieran invitado, desde la Cancillería, hubiera dicho que no”.
Entre las distintas discusiones y dimensiones de la polémica, se encuentra de fondo el estallido social: el “Paro Nacional”, masivo reclamo contra los planes de ajuste del gobierno, que tuvo como reacción una feroz y asesina represión estatal y paraestatal, con resistencia masiva y un sinfín de expresiones culturales y artísticas, de reapropiación de espacios y solidaridades, de nuevas expresiones y comunidades urbanas. Ya se había conocido una “Carta pública de Pablo Montoya” en Aurora Boreal, en la que dice: “cuando explotó la crisis social, el pasado 28 de abril, provocada por la reforma tributaria, el manejo deplorable de la pandemia y la inadmisible desigualdad social que reina en Colombia, y siguieron los eventos sangrientos en los que el actual gobierno ha reprimido las justas protestas, decidí interrumpir todas mis actividades con la cancillería y las embajadas. Cancelé conferencias sobre mis libros y sobre literatura colombiana en Managua, Copenhague y El Cairo. Incluso, he rechazado la posibilidad de presentar con la embajada de Colombia en Egipto mi novela Lejos de Roma que ha sido traducida al árabe y publicada por el Centro Nacional para la Traducción de este país”. Y finaliza: “Esta es mi forma, entre otras, de protestar ante la situación actual, y de solidarizarme con el actual descontento popular colombiano. Me niego rotundamente, como escritor, profesor universitario, intelectual y ciudadano, a apoyar las actividades culturales que este gobierno, brutal e injusto, organiza en el exterior”. Fernando Vallejo, por su parte, en su reciente novela Escombros –y como es habitual en él– fustiga con absoluta implacabilidad al poder de turno: a Duque y al alcalde de Medellín. Para Laura Restrepo, Vallejo, un “autor de primerísima línea”, “gran escritor contemporáneo”, debió ser invitado: “sé que donde va arma un bochinche y dice cosas que suscitan reacciones. Pero precisamente de eso se trata la literatura. Es un campo de libertad y de búsqueda”.
Entre otras repercusiones y polémicas, el mismo Iván Duque suspendió la presentación de un libro suyo, en coautoría, el segundo, sobre “economía naranja” (aquella que mercantiliza artes, símbolos y pensamientos, llamada también “economía cultural y creativa”). Restrepo dijo a la prensa que, seguramente, la censura y “listas negras” se debieron a este evento: “venía el presidente del gobierno a lucirse, y no querían que le hicieran mal ambiente”.
Son episodios del malestar en la cultura de Colombia. Como en el resto de los países, generado por los efectos de la pandemia –pauperización generalizada, y crisis en distintos órdenes, instituciones y “sistemas”–, la incluye; la afecta y la excede.