Ya hemos comentado el año pasado, en este suplemento, qué son los INCELS. Pero nunca está de más taparnos la nariz y volver al núcleo duro de este universo androcéntrico que habita en los rincones más oscuros y con color a humedad de internet. Sobre todo ahora, que la política del odio sin escalas está a pasos de ocupar bancas en el Congreso de la mano de Milei. Ojo: no es que los otros candidatos sean menos peores, porque si hablamos de discursos misóginos, María Eugenia Vidal, que se construye discursivamente como una pobre mujer preocupada por las buenas costumbres y la familia, no tiene nada que envidiarle. Y si ponemos la lupa en personajes en el poder con la costumbre de militar a favor de los partos a la fuerza, también podemos hablar de Luis Manzur, flamante jefe de gabinete. Pero esa es otra historia. Hoy quiero hablar de los Incels y de Milei.
Y sí, hay que hablar de Milei. Ya es hora. Demasiado se le ha cuestionado al periodismo feminista que éramos nosotrxs quiénes le estábamos dando “demasiada entidad” a este personaje. Tengo dos cosas para decir sobre esto. Si llegamos a este punto no es porque nosotrxs tuiteamos de más sobre él, sino porque los medios hegemónicos le dieron a Milei más tiempo de aire que a cualquier otro economista, posicionándolo como un referente 100% válido, donde sus opiniones misóginas y violentas eran merecedoras de respeto, porque “cada uno es libre de opinar lo que quiera, ¿no?”. Y esto ocurrió no solo en programas de análisis político, sino también hasta en los talk shows más banales, al que los panelistas y conductores saludaban con un abrazo diciéndole “¡Hola!, AMIGO”, “explicanos de economía, que vos sabés un montón y nosotros somos unos burros…”.
¿Por qué pasó esto? Porque al estáblishment siempre le conviene girar la agenda a la derecha; y si eso garpa con el rating, ¡qué mejor! Milei aprieta los puños contra la mesa, la golpea, se le inyectan los ojos de sangre mientras grita escupiendo: esto es visto como algo “fresco”, “novedoso”, “divertido”, “diferente”. En el medio, acusa a lxs otrxs de decir “falacias”, de subestimar su inteligencia y cita a 40 autores por minuto que nadie conoce, solo para querer posicionarse intelectualmente y creer que así está dejando en “offside” a la gente con la que “debate”. Pero ni a él (ni a sus seguidores) les gusta, realmente, la idea del intercambio: en vez de hablar de “debatir”, ellos prefieren “destrozar”, “humillar” y lograr hacer llorar a alguien. El clímax ocurre cuando se logra reducir al adversario a un “cadaver político” al que patean contra el suelo.
Y aquí quiero ir al siguiente punto: el tiempo de no hablar de Milei ya pasó. El tiempo de no darle entidad, ya pasó. Y el tiempo de decir que nos da miedo que tanta gente joven vea como una solución un ajuste agresivo que solo beneficia al capital, también ya pasó. Ahora es momento de analizar su discurso, cómo se construye y ver a quién apela y a quien convoca. Y por eso quiero hablar de los INCELs y del voto INCEL.
EL VOTO INCEL
Volvamos al principio. ¿Quiénes son? Las siglas en inglés quieren decir “Involuntary Celibates”, es decir, “célibes involuntarios” y son, básicamente, varones jóvenes blancos heterosexuales con una mirada derrotista y catastrófica sobre el mundo, que creen que tener una vida sexual es un derecho básico inalienable que les corresponde a todos los hombres, al cual nunca accederán. En ese sentido, consideran que las mujeres los están “privando” de ese derecho porque no se fijan en ellos, ni jamás los elegirían como compañeros sexuales. Es decir: dentro de su lógica, las mujeres serían una suerte de “bien común” y es su deber facilitarle el sexo a quien así lo desee. Sin embargo, ellas tienen el atrevimiento de cojer solo con quienes desean, excluyéndolos a ellos de la ecuación (a su vez, esto los lleva a también odiar a los varones con quienes ellas sí tienen relaciones sexuales).
¿Por qué? Porque los INCELS creen que tienen una estructura ósea o ciertas características físicas que los ponen en el lugar de “indeseables” para las mujeres, que son, dentro de su paradigma, personas vanidosas, superficiales y avaras, que solo les interesa el dinero y que solo están dispuestas a coger con varones igualmente superficiales y “físicamente hegemónicos” como ellas. Siguiendo esta línea, ellos plantean un dogma ultra misógino donde dividen a los hombres en alfas y betas y a las mujeres en distintos subgrupos, según su nivel de “deseabilidad". Sin embargo, en este universo, todas ellas son las culpables de la infelicidad a la que está condenada la existencia de los INCELS.
Los INCELS tomaron relevancia mediática cuando su “mártir”, Elliot Roger, un joven de 22 años, se suicidó después de haber protagonizado la “Masacre de Bella Vista”, en California, en la que planificó y ejecutó un asesinato en masa y, luego, se suicidó. Previamente, él había dejado asentado en internet que los “Chads” y “Stacies” (varones y mujeres “populares” y “hegemónicxs”) tenían la culpa de que los hombres como él (supuestamente, “poco atractivos”) no puedan acceder al sexo. Una retórica que, evidentemente, le resultó fascinante a otros varones resentidos, violentos, ultra machistas e inseguros. Hay mucho más para decir de los INCELS, que no podré abarcar aquí. Pero tal vez, lo más elemental para describirlos es decir que se nuclean en submundos de internet, hilos de Twitter, foros como 4Chan o Taringa; que se comunican a través de memes y de un discurso cerrado con su propio argot; y que ven a las mujeres como objetos descartables infrahumanos, que es válido -y necesario- que los varones usen y descarten. En definitiva, militan un discurso de misoginia extrema, donde el feminismo es visto como una aberración que complica aún más las cosas para los INCELS, porque en vez de someter a las mujeres, las empodera.
Alrededor de esta idiosincracia giran varios presupuestos que resuenan con fuerza en los grupos de varones que ven como algo verdaderamente amenazante el avance del feminismo y que creen que “la desigualdad de género” no existe porque, “los varones supuestamente “la pasan peor que las mujeres”. (Y aquí puedo enumerar los “argumentos” que usan los defensores de los “derechos del hombre”: que los varones se suicidan más, que hacen trabajos más duros, que los mandan a la guerra de haber una, que son víctimas de falsas acusaciones de violaciones, etc… En definitiva, todos problemas vinculados a una cuestión patriarcal que ellos se niegan a ver, pero…en fin).
Y ahora, volvamos a Milei. ¿Todos los votantes de Milei son INCELS? No. Seguro alguno debe ponerla. De hecho, muchxs son, incluso, mujeres. Evidentemente, quienes lo votan, son mucho más que un grupúsculo cerrado de tipos angustiados por su nula vida sexual, y no hay que subestimarlos. Sin embargo, ¿quiénes son los varones que convoca el discurso de este economista? ¿A quién le sirve una bajada retórica que plantea como una victoria la idea de destrozar y humillar a una mujer? ¿A quién le viene bien que se hable de los feminismos como un palo en la rueda del progreso o un capricho de nenas aburridas y confundidas? ¿Quiénes dicen que no existe la brecha salarial ni la violencia de género, y que el mundo es un binario dividido entre hombres y mujeres que están en exactas igualdad de condiciones y que, si una mujer es pobre, lo es porque simplemente no se esforzó lo suficiente?
Tal vez los INCELS sean, aún, un grupúsculo de internet. Sin embargo ya tienen, al menos en el norte global, un historial terrorista. Su discurso es extremadamente radicalizado, pero se nutren de una mirada machista, patriarcal y reaccionaria que habita en el prime time, de forma cada vez más legítima e instalada, disfrazada de algo divertido y rebelde. Y se alinea perfecto con la propuesta de una derecha radicalizada, que exalta la superioridad de los varones blancos y la idea de “el pobre es pobre porque quiere”, y “la libertad ante todo” (libertad de portar armas, ¿por qué no?) y el “papá estado” solo sirve para mantener vagos.
La mayoría de quienes votaron a Milei no son empresarios ricos que les sirve que sus empleados voten políticas de ajuste. Son chicos jóvenes, muchos de ellos precarizados o con pocas herramientas, frustrados y resentidos, que no encuentran alternativas laborales ni ven futuros posibles, y que se sienten incomprendidos y perdidos con respecto a su rol de género ante el avance feminista. Varones que no tienen referentes y que encuentran en la figura de Milei, un “león” para seguir.
Como ya dije: está claro
que no todos los votantes de Milei son INCELS. Pero hay que analizar este fenómeno
(el de los INCELS) no como una categoría estanca, cerrada y alejada de estas
latitudes, sino más bien como un discurso que da cuenta de las ansiedades
sociales ante la masividad de los feminismos, y de una voz cada vez más
reaccionaria y misógina, que entiende la ampliación de derechos como una
amenaza. Los INCELS y quienes votan a Milei, en ese sentido, tienen mucho
en común y, en varios puntos de contacto, hablan el mismo lenguaje.
Decir que la derecha nos respira es solo una constatación de los hechos. No estamos diciendo nada nuevo. Ahora, hay que analizar más de cerca quiénes son estos jóvenes decepcionados que, cada vez más cercanos al dogma INCEL, ven en figuras como Milei una solución válida, y qué significa ese vacío de poder que, ahora, es ocupado por estos referentes.