La confirmación del regreso de los hinchas a las canchas argentinas dispara algunas reflexiones. Invisibilizados antes de la pandemia y también después, volverán y se celebra. Con protocolo y aforo tras el último partido con público hace algo más de un año y medio. No es poco entre tanta mishiadura.
Quizás nos acostumbramos mansamente al fútbol pandémico y de canchas vacías porque veníamos de antecedentes con cemento a la vista y plateas decorativas. Una imagen que empobrecía el alma futbolera. Los equipos visitantes se quedaron sin compañía en una emergencia violenta del 2006. La medida se frenó por una movilización a la AFA en noviembre de ese año, pero volvió al siguiente. La prohibición definitiva de concurrencia se instaló en el Ascenso en 2007 y en Primera en 2013. Hubo dos asesinatos que la provocaron. El de Daniel Cejas, hincha de Tigre, a la salida de un partido contra Chicago y Javier Jerez, de Lanús, en el estadio único de La Plata. Lo mató la Policía Bonaerense.
Pasó demasiado tiempo desde entonces. El virus, el distanciamiento social que provocó y los muertos sin duelo apilados en los cementerios profundizaron la ausencia.
Muchos clubes se sostuvieron desde marzo de 2020, cuando se decretó la ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) por el aporte de sus socios. Siguieron pagando la cuota sin recibir nada a cambio. Ni siquiera la posibilidad de recorrer las instalaciones para tomar un poco de aire fresco.
Los ingresos bajaron, pero no demasiado. La fidelidad y el compromiso con los colores se mantuvieron en porcentajes altos. Hubo socios de mayor poder adquisitivo que no dejaron de costear sus abonos a plateas en 2020, de por sí, salados. Solo Boca tiene 18 mil y espera la apertura para recibirlos, igual que al resto de sus asociados. Con ese dinero y los aportes que perciben de otros rubros, los clubes hicieron una contribución social enorme para moderar los efectos de la pandemia. Clubes con deporte profesional o sin él, clubes de barrio en especial, clubes castigados a tarifazos por las políticas de tierra arrasada que aplicó el macrismo, abrieron comedores, verdulerías, mantuvieron escuelas, les dieron un cachetazo a los buitres que siempre esperan una oportunidad de apropiarse del patrimonio colectivo levantado por varias generaciones de argentinos.
Quien no entienda este paradigma de identidad seguirá fracasando en su intento por quedarse con bienes ajenos. Los clubes son de los socios sin necesidad de intermediarios. No les hablen de marcas a quienes pagan su cuota y conservan su carnet como un tesoro. El valor de un club no lo establece el mercado. Mucho menos la profundidad de sentimientos más que centenarios.