Paul Thomas Anderson inicia su película coral Magnolia, de 1999, con una especie de obertura en la que recrea tres leyendas urbanas. A efectos de lo que sigue, la que importa es la primera, la que abre el film: el asesinato de un residente de Greenberry Hill, en Londres, llamado Edmund William Godfrey, asesinado dentro de su farmacia por tres asaltantes, luego capturados, juzgados y ahorcados. Los convictos se llamaban, en la narración de Anderson, Joseph Green, Stanley Berry y Daniel Hill; vale decir, los apellidos forman el nombre del lugar del crimen: Green, Berry y Hill. Greenberry Hill.
El nombre de la víctima en el relato citado por Anderson es Edmund William Godfrey. En la cultura sajona, este nombre remite a otro, real: Edmund Berry Godfrey. La leyenda urbana que abre Magnolia deriva del misterioso asesinato de este magistrado, ocurrido en el siglo XVII, en medio de la puja entre católicos y protestantes, y que desencadenó una caza de brujas.
Anatomía de un asesinato
Nacido en 1621, Godfrey fue el decimoprimer hijo de un miembro del Parlamento y se dedicó al comercio de madera y carbón. Estudió leyes en Oxford y se convirtió en juez de paz en Westminster. La Corona lo hizo Caballero tras la Gran Plaga de 1666 (hecho narrado por Daniel Defoe en su Diario del año de la peste) cuando Godfrey se mantuvo en su puesto y no abandonó Londres. Los datos de su biografía lo muestran como un hombre excéntrico, que a pesar de su alta posición no tenía problemas en relacionarse con personas de estratos sociales más bajos.
En las semanas previas a su asesinato, Godfrey se vio envuelto en el llamado “complot de los papistas”. Se trató de una denuncia pergeñada por Titus Oates, un excapellán de la marina inglesa. Según contó Oates en agosto de 1678, había en marcha un complot católico para asesinar al rey Carlos II y reemplazarlo por el Duque de York, convertido a la fe de Roma. La Corona inició una investigación, a cargo del primer ministro Thomas Osborne, un furioso anticatólico, quien encabezó la persecución contra supuestos conspiradores. Hubo cientos de presos y decenas de ejecutados en los siguientes tres años.
Las caras visibles de la supuesta conspiración, de acuerdo a la denuncia de Oates, eran Edward Colman, secretario de la Duquesa de York, y Sir George Wakeman, médico al servicio de la Reina. Junto a Israel Tonge, Oates redactó un manuscrito con unos cien nombres, mayormente de clérigos jesuitas, acusándolos de impulsar el regicidio para instaurar la fe católica como religión de Estado en la figura del Duque de York.
Oates tuvo acceso al Rey y le informó de la conjura. Carlos II no le creyó e instruyó a su Primer Ministro para que investigara, sin llevar a publicidad el asunto. A los pocos días, el manuscrito de Oates y Tonge llegó a manos del Duque de York, el conspirador que se beneficiaba del asesinato del rey, según la denuncia, y estalló el escándalo. El 6 de septiembre de 1678, Oates debió declarar ante un juez. Ese juez era Edmund Berry Godfrey.
En su declaración, Oates ratificó la denuncia inicial. Alegó que en abril había estado en una reunión entre jesuitas en la que se discutió cómo matar al Rey, y le dio a Godfrey una copia del listado de sacerdotes implicados. Israel Tonge también testificó ante el juez. De acuerdo al clima imperante y a los sucesos que siguieron, cabía suponer que el golpe contra la Corona y el anglicanismo implicaba eliminar a funcionarios leales a Carlos II, incluyendo al magistrado. La noche del 12 de octubre, Godfrey no regresó a su hogar. El 17, se halló su cadáver; estaba tirado de espaldas en una zanja, y tenía clavada en la espalda su propia espada. La hipótesis del robo se descartó, ya que en el cuerpo se halló el dinero que portaba al salir de su casa la mañana del 12. Había moretones en el rostro del muerto y una marca circular alrededor del cuello. Para la investigación, el juez había sido estrangulado y luego de muerto se lo atravesó con su espada.
Una cacería de brujas
El crimen conmocionó a Londres y Oates mismo se encargó de azuzar los ánimos, proclamando que el asesinato era el inicio de la escalada que llevaría al regicidio y al regreso del catolicismo como religión de Estado. Entonces apareció William Bedloe, un supuesto arrepentido, quien afirmó que el crimen se realizó para robarle a Godfrey el listado elaborado por Tonge y Oates. Bedloe dio nombres de posibles implicados y se llegó a Miles Prance, el ayuda de cámara de Catalina de Braganza, la reina consorte.
El paradero de Prance fue desconocido en los días que Godfrey estuvo desaparecido. Encarcelado, admitió en diciembre de 1678 que tuvo parte en el secuestro y muerte del juez, pero que los instigadores fueron sacerdotes católicos. Prance dio los nombres de tres clérigos. Éstos eran Robert Green, Henry Berry y Lawrence Hill. Los prelados fueron condenados muerte y ahorcados el 5 de febrero de 1679. La ejecución se llevó a cabo en la localidad londinense de Primrose Hill, y como los reos se apellidaban Green, Berry y Hill, el lugar pasó a conocerse, popularmente, como Greenberry Hill. Esto completa el cuadro de la referencia al inicio de Magnolia.
El furor anticatólico estaba en su apogeo. Se prohibió a los católicos el acceso a ambas Cámaras del Parlamento (Comunes y Lores), y los únicos cinco que integraban la Cámara de los Lores fueron encarcelados. En las calles de Londres se quemaban imágenes del Papa. Titus Oates se dedicaba a marcar a los católicos que según él iban a alzarse contra Carlos II. La furia se calmó al tiempo que Oates cayó en desgracia. Después de quince ejecuciones, Carlos II declaró una amnistía y dejó de proteger al denunciante, quien ya era mal visto por la sociedad londinense. A la muerte del Rey, en 1685, lo sucedió James II, quien mandó a prisión a Oates por perjurio. Éste pasó tres años tras las rejas y murió en 1705. Tonge ya había fallecido de muerte natural, en medio de la paranoia anticatólica, en 1680.
El final de la histeria, hacia 1681, también desacreditó el testimonio de Miles Prance respecto de la responsabilidad de Green, Berry y Hill en el crimen de Godfrey. Prance fue juzgado por perjurio al asumir James II, por lo tanto, el asesinato del juez quedó sin resolver. ¿Qué ocurrió con Godfrey el 12 de octubre de 1678? ¿Quién lo mató? ¿Y por qué?
Conspiración al más alto nivel
Antes del crimen, Godfrey había sido relacionado con el llamado “grupo de Peyton”, liderado por el parlamentario católico Robert Peyton. Este grupo era el garante del Tratado Secreto de Dover, por el cual Carlos II ayudaría al rey francés Luis XIV en la conquista de los Países Bajos a cambio de una intermediación ante el Papa para que la Corona Británica volviese a ser católica.
Imposibilitado de enfrentar al Rey, Peyton habría maquinado un golpe palaciego (no un regicidio), para reemplazar a Carlos II por una república parlamentaria que readoptaría el catolicismo como religión de Estado, habida cuenta que, tras la guerra de 1672 a 1674, Carlos II no mostraba la menor intención de convertirse al catolicismo ni de entablar negociaciones con el Vaticano. Incluso, se decía que el rechazo a Roma había motivado la salida de Inglaterra de la alianza militar con Francia, además de lo costoso que el conflicto resultaba para las arcas reales.
El “grupo de Payton”, que daría el golpe, estaba integrado por doce hombres, y uno de ellos habría sido el juez. En todo caso, si no era uno de los doce, estaba relacionado, porque la reunión inicial del grupo fue en una taberna de su propiedad. Para completar el cuadro, recordemos que Oates señaló a dos hombres en su denuncia inicial, el médico George Wakeman y el secretario de la Duquesa de York, Edward Colman, y que lo ratificó ante Godfrey. Colman era amigo personal de Godfrey y habría sido advertido por éste tras la declaración de Oates. El secretario de la Duquesa fue uno de los primeros ejecutados por la furia anticatólica que desató el asesinato del juez.
Las hipótesis
Completado el panorama, se abre la panoplia de hipótesis sobre el asesinato. Más allá de lo poco creíble que resultara Oates, queda claro que el clima de convivencia entre anglicanos y católicos no era el mejor, que había grupos católicos planeando alguna operación política y que el juez estaba, más no sea ligeramente, al tanto de los conciliábulos. Un grupo católico, ligado o no a Peyton, pudo haber cometido el crimen para evitar avances en la investigación, conocedores o no de una advertencia de Godfrey a Colman. Oates mismo pudo haber sido, según otros, el instigador, a fin de azuzar la furia contra los católicos, además de callar para siempre a un hombre que tal vez sospechaba del denunciante como probable perjuro. Quizás fue atacado por un grupo de maleantes, aunque eso no explica por qué no hubo robo. No faltó quien alegara suicidio, hecho penado por la ley en ese entonces, y que los hermanos del juez montaron la escena para no sufrir una onerosa sanción monetaria.
El patólogo Keith Simpson estudió el caso, en los años 60 del siglo pasado, basándose en la autopsia de 1678. Según Simpson, si el cuerpo estuvo colgado completamente recto, las marcas del cuello tendrían que haber sido más arriba.
En su libro The murder of Sir Edmund Godfrey, de 1936, el novelista de policiales John Dickson Carr hace su aporte. En principio, sopesa las teorías expuestas y las descarta. Además, refuta que el magistrado se hubiera suicidado. Según él, y sosteniendo la teoría del suicidio, las marcas mostraban que el ahorcamiento había sido con el corbatín de Godfrey y esto era imposible, porque no era lo suficientemente largo como para romperle el cuello. De ahí que no tendría asidero la idea de una puesta en escena de los hermanos de Godfrey atravesando el cuerpo de éste con su propia espada.
El principal sospechoso
Para Dickson Carr, (autor deHasta que la muerte nos separe), el responsable del crimen fue Philip Herbert, Séptimo Conde de Pembroke, de frondoso prontuario, pese a su abolengo, al momento del asesinato. El Conde había herido a un hombre en un duelo, e incluso Carlos II lo mandó preso a la Torre de Londres, en enero de 1678 (siete meses antes del asesinato de Godfrey) “por usar palabras blasfemas y haber cometido acciones narradas bajo juramento y que no son dignas de repetirse ante oídos cristianos”. Penbroke pidió clemencia a los Lores, que lo liberaron. La votación entre éstos no fue unánime, ya que hubo quienes se negaron. Uno de los que se opuso a su liberación fue el Duque de York, sindicado por Oates como futuro rey de la restauración católica.
A los pocos días de dejar la Torre, Lord Pembroke fue denunciado por asalto y debió dar al querellante dos mil libras de indemnización. Para abril, ya enfrentaba un juicio por asesinato durante una trifulca en una taberna. Sus propios pares le aplicaron el privilegio de nobleza (equivalente a una amnistía) y evitó la acción judicial por ser noble. Sin embargo, uno de los pares, el Duque de Ormonde, le advirtió que era un beneficio que solo se podía usar una vez, y que la próxima habría de vérselas ante un juez. La instrucción por el crimen de la taberna había sido llevada a cabo por Edmund Berry Godfrey.
En los año 50, el historiador británico Hugh Ross Williamson reafirmó las conjeturas de Dickson Carr. De ser cierta esta teoría, Pembroke habría sido, involuntariamente, la gota que derramó el vaso de la tensión entre católicos y anglicanos: al encono contra el juez se sumaría el haber sido instigado por alguno de los grupos en pugna. Stephen Knight sugiere, en The Killing of Justice Godfrey (1984), que Peyton y su grupo bien pudieron haberle hecho una oferta a Lord Pembroke.
¿Cómo terminó la historia del supuesto asesino del juez? Volvió a las andadas en 1680, en plena histeria contra la fe de Roma y repitió el incidente de dos años antes en una taberna. Esta vez, la víctima fue un oficial del ejército. Juzgado en Middlesex, quedó establecido que no podría hacer uso del privilegio de nobleza por segunda vez. Sin embargo, Carlos II le concedió el perdón real tras una solicitud firmada por una veintena de lores. Vale la pena resaltar que Pembroke estaba casado, desde 1674 (año en que heredó el ducado de su medio hermano William), con Henrietta de Kéroualle, hermana de la amante del Rey. Y que, por fuera de esta ligazón, el monarca bien podía deberle un favor desde el 12 de octubre de 1678.
Para la época del perdón real, fue visitado en su residencia por el escritor John Aubrey, el descubridor del monumento prehistórico de Stonehenge, quien anotó en sus Vidas Breves que el noble vivía rodeado de “52 mastines, 30 galgos, algunos osos, un león y varios amigos que son más bestiales aún”. El Conde de Pembroke falleció el 29 de agosto de 1683, a los 30 años, de muerte natural y está enterrado en la Catedral de Salisbury.