El viento zarandea las emociones en la explanada de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM). A tres meses de la muerte de Horacio González --que dirigió la BNMM durante una década-- comienza a circular "La palabra encarnada: ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González (1985-2019)", editado por Clacso en su colección Legados. El libro, que tiene más de 750 páginas, fue pensado en octubre de 2020 por los compiladores y autores del prólogo, María Pía López y Guillermo Korn como una selección de artículos, conversada con el propio sociólogo y escritor. “Llorar para adentro se puede convertir hoy en un eslabón fundamental del ejercicio de la política en el espacio público nacional -propuso González en uno de los últimos artículos que escribió-. Conozco muchas personas que encuentran su profunda lucidez llorando ‘pá dentro’. En este momento de perspicacia íntima, ahí sí, hay política. La hay porque surge del comienzo de las cosas, que no son los lloros –tan justificados ellos-, sino el momento en que muerdo los labios, junto a tantos y tantas otros, para en ese pequeño dolor que me inflijo a mí mismo, comience la madura acción resistente”.

   Los barbijos permiten que el llanto sea íntimo y a la vez presentido entre todes. Lloran los compiladores del libro, López y Korn, el filósofo y politólogo Eduardo Rinesi; la investigadora Mariana Gainza, y el director de Formación en Clacso, Nicolás Arata. En las primeras filas, lloran la cantante Liliana Herrero, compañera de Horacio; la actriz Cristina Banegas, la cantante Teresa Parodi y el director de la BNMM, Juan Sasturain. La antología de ensayos es una invitación a volver a recorrer, o iniciar el itinerario, por una obra que abre infinitas posibilidades, una constelación gonzaleana cuyo estilo está hecho de derroche y precisión. Arata destaca que fue “un pensador de talla mayor, un escritor infatigable y curioso, un maestro”, que buscó dialogar con lenguas diferentes y que “siempre invitó a una conversación sobre infinidad de temas”.

   No hay sociólogo ni escritor que haya cultivado la hospitalidad para las ideas como Horacio. En uno de los ensayos incluidos en el libro, “Y la nave va”, el discurso de asunción como subdirector de la Biblioteca Nacional, “convocaba a reconstruir entre todos una maquinaria dañada como pieza y herramienta de emancipación de un país”, recuerda Arata y menciona que en ese texto hace “repiquetear” cinco veces la palabra libertad “para reinterpretar la historia” y para “trabar vínculos con los legados”. Korn, docente, ensayista y sociólogo que formó parte de la revista El Ojo Mocho, se refiere a la “afonía escrituraria” que generó la muerte del autor de Restos pampeanos porque “la angustia que nos embargaba nos dejó sin voz”. La palabra encarnada deviene homenaje, pero también despliega otras posibilidades. “El propósito original era ampliar la circulación de sus palabras y que sus escritos se abrieran a nuevos lectores de Latinoamérica”, explica Korn.

   Mariana Gainza se sumerge en “la selva que es el pensamiento” de González. “La escritura que responde al imperativo de la transparencia comunicativa es la que denomina una cualidad de las ciencias sociales con la que Horacio siempre discutió; un lenguaje al servicio de una comunicación sin comprensión frente a la cual reivindica una inteligibilidad sin comunicación, que puede darse en el ensayo en la medida en que agrieta el andamiaje neutro y liso de las significaciones convencionales”, plantea Gainza. “Para escribir a la manera de Horacio había que escuchar a la manera de Horacio la variedad de matices, de tonalidades y colores de las voces que pueblan nuestros mundos sociales e históricos”. Y cita el “tono sartreano” del texto “Para una sociología de la voz”, incluido en el libro: “El último lamento verbal de un excluido siempre luchará entre su autenticidad presente y su condición de gemido ancestral, millones de veces proferido”. Gainza concluye con lo que dijo el exdirector de la Biblioteca Nacional: “Nadie puede decir que sabe hablar, aprender a hablar es una tarea de toda la vida y siempre estamos aprendiendo de nuevo a hablar”.

   Rinesi afirma que “nunca nos cansaremos de seguir leyendo y releyendo una obra inabarcable, impresionante” y confiesa lo que una querida amiga le sugirió: que la explanada de la Biblioteca Nacional se llame Horacio González. Los nombres y las formas institucionales de lidiar con el problema de la memoria no era un tema menor para el sociólogo y escritor que pensó las acciones de los hombres, los mitos y las instituciones. El filósofo y politólogo lee un fragmento de un artículo de Horacio: “Oscar Landi ha muerto (…) El ‘ha muerto’ parece un verbo camusiano, nos hace a todos un poco extranjeros”. Rinesi agrega: “Todos tenemos la sensación de que con la muerte de Horacio se terminó una época y un modo de pensar la política”.

   María Pía López señala que Horacio ponía la presencia del cuerpo en el mismo acto de la escritura. “El método del ensayo en Horacio es evitar el estereotipo y volver a poner cada vez un sujeto en el plano del discurso, volver a encarnar”, comenta la socióloga y escritora que dirigió el Museo del Libro y de la Lengua durante la gestión de González en la BNMM. “Cada vez que ocurre un acontecimiento político o una situación dramática, lo primero que pensamos es qué va a escribir González, cómo no está González para decir algo sobre esto”, advierte sobre su “tremenda” ausencia. La voz se le quiebra. “Pero al mismo tiempo, Horacio está en los infinitos textos, está en los modos en que podemos respirar juntos”.