¿Si los smartphones cambiaron nuestras vidas, cómo no van a modificar la del cine? La pregunta obedece a un fenómeno que se impone cada vez con más frecuencia en la industria del séptimo arte: el uso de celulares para rodar películas con destino comercial. El paradigma del celu como creador de imágenes amateurs (que van desde el filtrado porno de celebridades hasta las Instagram Stories inspiradas de Snapchat y ahora irrigadas a todas las redes sociales) parece ceder terreno frente a utilidades más ambiciosas y profesionales.

El primer antecedente data de 2011, cuando el director Hooman Khalili rodó Olive en un Nokia N8, algo similar a lo que había intentado Robert Rodríguez con Two Scoops, filmado con un Blackberry 10 por encargo de la compañía canadiense. Los reconocimientos llegaron un año después, de la mano del sueco Malik Bendjelloul, quien grabó Searching for Sugar Man con un Sony Ericsson W900i, carreta obsoleta que igualmente lo condujo al consagratorio Oscar 2013 como mejor documental.

Pero el quiebre definitivo lo produjo Tangerine, película que registró la historia de dos prostitutas transexuales reales de Los Angeles. Sean Baker, su realizador, utilizó un iPhone5 al que le añadió Moondog Labs, unos lentes especiales que permiten filmar en formato de pantalla grande. Baker luego redondeó las escenas con una aplicación que vale 8 dólares, y lo que siguió a eso fue todo éxito en distintos festivales, lo cual también abrió la puerta a un fenómeno adicional: el de eventos exclusivos de videocelular desde París hasta Corea y desde Zurich hasta Toronto.

La onda expansiva se irradió a todo el planeta y, naturalmente, llegó a Argentina, que cuenta con un espacio académico de excelencia: la injustamente denostada Escuela Nacional de Realización y Dirección Cinematográfica. Desde la Enerc se vienen desarrollando talleres de videocelular con el propósito de empujar producciones comunitarias; y Leandro Tolchinsky, uno de sus mentores, ahora lo dicta como extensión en festivales.

La última experiencia fue en el Uncipar de Pinamar, el evento más antiguo y legendario del cortometraje argentino. Ahí Tolchinsky recibió a pibes locales sub20 que habían hecho talleres de cine y teatro en su ciudad. “El lenguaje audiovisual hoy está a la mano de todos y tuvo mucho que ver la potencia que le dieron las redes sociales a estas producciones hechas desde celulares”, explica quien además es instructor de Montaje. “No sólo usamos el celu para filmar sino también para editar, lo cuál vuelve más intuitiva la producción. Y los resultados fueron increíbles.”

Al cabo del taller, los pibes terminaron dos cortos que fueron mostrados y aplaudidos en el cierre de Uncipar. “Hasta el más limitado de los teléfonos puede servir para contar una historia o reflexionar sobre temas que nos involucran.” Así fue y, por lo visto, seguirá siéndolo.