“Me desdibujo a veces/ en la larga/ cacería/ de los días”, confiesa la actriz y cantante Inés Estévez en Desesperamor, publicado por Sudestada en la colección Poesía Sudversiva, que dirige el escritor Juan Solá. En su primer libro de poemas, que sucede a la novela La Gracia, editada en 2011, abundan las formas tan breves como intensas en las que confluyen las heridas de la ausencia, lo espiritual y lo erótico. “El poema es la dilucidación de la sombra del amor, pero también del amor que sucede en las sombras, por las sombras y a pesar de ellas. El poema es la forma más humana de reconocerse sombra”, plantea Solá en el prólogo.
“La poesía es algo que consumí desde muy pequeña. En mi casa no había televisión y en cambio tenía una biblioteca llena de libros de todo tipo. (Edgar Allan) Poe, a mis 8 años, era la película de terror, y (Federico) García Lorca con en las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos era la porno a mis 10”, recuerda Estévez (Dolores, 1964) en la entrevista con Página/12. Cuando su padre murió, lo único que se trajo a la ciudad donde vive desde los años '80 fueron tres pipas y la colección de poesía con “Borges a la cabeza, hasta Baldomero Fernández Moreno y el soneto puro y duro”. A la atracción por los poetas ingleses se suma una especie de trío de mujeres integrado por Alfonsina Storni, la uruguaya Idea Vilariño e Irene Gruss.
El libro de poemas de Estévez está divido en cuatro partes: Agua (mujer), Aire (alma), Fuego (amor) y Tierra (raíz). “Desesperamor era una de las secciones de un poemario mucho más extenso organizado a fines de los años '90 y que no me sentí en condiciones de publicar. Cuando buscamos reordenar el material, decidí que fuera más breve”, cuenta la actriz, cantante y escritora. “Juan Solá, quien fue el pilar de este atreverme finalmente a publicar, sugirió una subdivisión e hizo mención al territorio. Ahí refresqué la idea de la tierra/raíz y surgieron los elementos como manifestación de parte de la esencia. El agua siempre se asocia a la femineidad por la conjunción de flexibilidad, nutrición y poder. El aire al alma por lo intangible y esencial para la vida. El fuego al amor romántico/erótico. Y la tierra a la pertenencia. Y así quedó”.
-El título Desesperamor podría vincularse con el libro póstumo de Juan Gelman, “Amaramara”. Gelman usaba mucho los neologismos. En tu caso, ¿los usás porque las palabras no te alcanzan?
-¡Qué honor que unas Desesperamor con un libro de Gelman! Creo que tenemos un lenguaje riquísimo y que justamente por eso los neologismos están muy al alcance de la mano. El uso de neologismos en mi caso no está vinculado a la sensación de insuficiencia del lenguaje sino a la invitación lúdica que ese lenguaje propone desde su riqueza. No suelo respetar a rajatabla las reglas de sintaxis, por ejemplo, y de hecho en el libro había más contravenciones en ese sentido, incluso algunas palabras escritas como se pronuncian en algunos lugares del interior del país (lambetón por lametón), pero terminé por decidir emparejarlas con el conocimiento general para que no hubiera equívocos. Las puntuaciones son bastante poco ortodoxas en varios casos. No es rebeldía sino la intención de que el texto sea leído con una cadencia que valorice ciertos tramos, y arrulle o impacte según el caso.
-En uno de los poemas decís “Ya no distingo/ si el amor es una cosa/ que existe/ o que se inventa”. ¿Querías cuestionar la definición más convencional del amor?
-La reflexión gira en torno a la construcción social del amor como apropiación y propiedad de otro ser. Mi alma es capaz de amar infinitamente a la humanidad, a la naturaleza, y ese amor no reviste sentimiento de propiedad, y a veces ni siquiera de pertenencia (no me siento completamente humana y percibo que la presencia del bípedo humano malogra el paisaje), y lo expreso en “Amo/ desde donde no se ve/ hasta donde no se entiende”. Pero el amor tal cual la sociedad lo concibe -de pareja, a los hijos, a los padres, amigos, hermanos-, tal cual la gente lo practica, me resulta producto de un hábito, un mandato, despojado de su auténtico sentido. La gente confunde amor con atracción, con obsesión, con posesión, con dependencia, con poder sobre otro. Eso es un invento, a mi entender.
-¿La poesía es el ámbito donde prevalecen más las preguntas que las respuestas, la incertidumbre más que las certezas?
-La poesía, en mi caso, es el resultado del sentimiento puro, un sentir de intensidad sideral que bulle y si no se expresa puede desbordar. La poesía en mí es literalmente desbordamiento. No la asocio con preguntas o incertidumbres sino con exudaciones. Tampoco busco respuestas; es una manera de liberar el producto de una extrema sensibilidad para que en lugar de volverse tóxica se torne comunicación. El sentido de cualquier expresión artística es ese: manifestar la abundancia de un sobrante para generar comunicación y de paso de ese modo evitar que implosione. Es decidir emitir para volver constructivo un exceso interior.
-Tus poemas son muy concentrados, no son expansivos y pueden tener la potencia del haiku sin serlo. ¿Por qué preferís la condensación, las formas breves?
-En el final del libro hay algunos poemas largos, como “Afganistán” o “La memoria”, que me gustan muchísimo. Sin embargo, tengo también una tendencia al impacto de lo neto. No solo con las palabras sino en la actuación, en la música cuando interpreto canciones, o en la estética del vestir y del lugar que habito. Me resulta natural y atractivo lo que es poco y drástico. La síntesis me impacta. A la hora de comunicar, considero más eficaz decir mucho con economía, claridad y contundencia.