Desde París

 La era de la canciller alemana Ángela Merkel llega a su fin este domingo 26 de septiembre luego de cuatro mandatos sucesivos (2005-2021) a lo largo de los cuales la dirigente política alemana agitó a su país y a Europa con decisiones que recorrieron el arco de las políticas de estricto corte liberal y desembocaron en los últimos años en una asombrosa renuncia a lo que había sido el credo de su partido. Merkel aplicó el realismo de la racionalidad con la misma eficacia con que el realismo mágico recorre ciertas épocas de la literatura latinoamericana. Ángela Merkel no deja un balance sino una obra política paradójica y una imagen resumida en el sobrenombre con el que se la conoce en Europa: “Mutti” (Mamá).

Pandemia

Quienes la idolatran o la repudian van a extrañar la fuerza que se esconde en su aparente modestia y la inteligencia y el oportunismo político de sus cambios de orientación. Ningún otro líder europeo ha estado tanto tiempo en el poder y a ninguno lo han tocado tantas crisis como a ella. La dirigente de la primera potencia económica de Europa (la cuarta del mundo) ha tenido una trayectoria mutante. Desde adelante hacia atrás, Ángela Merkel trastornó los destinos de Europa. 

Su último latigazo remonta al 18 de marzo de 2020 cuando, en medio de la tempestad provocada por la pandemia, el presidente francés Emmanuel Macron, y Merkel presentaron juntos un plan de reactivación económica por un monto de 500 mil millones de euros para “ayudar a los sectores y a las regiones más afectadas”. Allí estaba la semilla de la mutualización de la deuda. Aunque la canciller dijo que dicho principio debe ser una herramienta “excepcional”, con ese plan se rompió uno de los pilares de la filosofía alemana ante la deuda. Berlín aceptó que se pusiera de lado su sacrosanta disciplina presupuestaria y que, por consiguiente, las ayudas sean financiadas por deuda emitida por la Comisión Europea.

Matrimonio igualitario

Todas las luces y las sombras de su mandato vuelven al primer plano en 2017, cuando se adoptó en Alemania el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sin ella no hubiese sido posible, y con ella lo fue aunque la misma canciller votó en contra. Merkel sacó el candado que bloqueaba la adopción del matrimonio para todos cuando optó por no pedir la disciplina partidaria y dejar que cada diputado votara en el Bundestag “según su conciencia”. 

Merkel, durante 12 años, se negó a legislar sobre ese tema, pero en 2017, ya con las elecciones federales en la puerta de su tercer mandato, cedió ante la imparable racionalidad de la conveniencia política. En un acto celebrado en un teatro de Berlín Merkel admitió que se había visto obligada “a reflexionar” sobre su rechazo a la unión entre personas del mismo sexo. Su decisión repondría de hecho a una “calibración” electoral. Tres partidos candidatos a formar un futuro Gobierno habían advertido que solo negociarían una posible alianza si la legalización del matrimonio igualitario se incluía en el futuro programa de gobierno.

Libia

Sin lugar a dudas, su gesto más espectacular, aquel que dejará huellas en la historia alemana y europea, remonta a los años 2013, 2014 y 2015. Esas tres fechas convergen hacia una sola noche: la del cuatro de septiembre de 2015. Europa vivía por ese entonces la crisis de los refugiados provocada por la irresponsabilidad del ex presidente francés Nicolas Sarkozy, a quién se le ocurrió promover, con el respaldo de Estados Unidos, Gran Bretaña, la ONU y la OTAN, el derrocamiento del ex presidente libio Muhammar Khadafi. La caída del jefe de Estado libio desencadenó el mayor desplazamiento forzoso de personas que Europa vivió desde la II Guerra Mundial. Ese cuatro de septiembre de 2015 Merkel dijo que “todo individuo que huye de su país porque está perseguido o corre peligro tiene derecho a pedir el asilo. Que nos guste o no tenemos el deber de responder porque es el artículo número uno de nuestra ley fundamental”. 

Entre 2014 y 2017 Alemania recibió a más de un millón y medio de solicitantes de asilo, de los cuales un millón permaneció en el país. Esa política de apertura se inscribió en un movimiento totalmente contrario a la mezquindad europea de esos años. Merkel obligó a sus socios a fijar posiciones y a abrir sus fronteras. ¿Bondad, compasión, oportunismo, cálculo generacional (pago de las jubilaciones)? Todas las interpretaciones son posibles. Lo cierto es que cuando toda Europa se escondía de sus responsabilidades ante un drama humanitario provocado por Occidente, Merkel asumió una postura tan arriesgada y humana como inaudita. La contraparte vendría después, no sólo con el empuje electoral de la ultraderecha alemana y los neonazis, ambos opuestos a los extranjeros. Berlín fue más tarde uno de los países que diseñó los acuerdos de externalización de las fronteras por culpa de los cuales Turquía, Libia e incluso Marruecos se convirtieron en patíbulos carcelarios a donde van a parar los migrantes que Europa rechaza.

Economía verde

En 2019, Merkel también impulsó una ambiciosa transición hacia la economía verde. El plan de unos 40 mil millones de euros quedó a mitad de camino pero le valió el apodo de “la canciller verde” o “la canciller del clima” por su amplio perfil ecológico: la canciller alemana decretó el cierre de las nucleares, activó una histórica transición energética y jamás se achicó ante el negacionismo climático del ex presidente Donald Trump

Crisis del euro en 2010, tragedia de los migrantes en 2015 y pandemia han puesto a Ángela Merkel ante desafíos mastodónticos a los cuales no siempre respondió según la línea liberal conservadora de su partido. Ángela Merkel no cambió Europa como se dijo tantas veces, ni tampoco equilibró los contrastes entre el Este y el Oeste de Alemania. Las regiones de la antigua RDA (República Democrática Alemana) no participan aún de la pujanza económica y la igualdad en materia salarial que impera en Alemania del Oeste. Merkel, durante la crisis del euro (2010), tampoco se mostró tan humana como se la describe. Le impuso a Grecia y a los países del Sur de Europa sacrificios presupuestarios que resultaron contraproducentes para esas sociedades.

Método Merkel

Con todo, su metodología ya ha ingresado a las universidades como el "método Merkel" cuya espina dorsal consiste en pactar consensos por medio del pragmatismo y salir a escena de forma inesperada. Es así como surgió de las sombras. En 1999 Merkel era una joven dirigente política sin influencia ni prestigio mayor en el seno de la Unión Cristiano Demócrata (CDU). El partido estaba en plena crisis luego de haber perdido las elecciones el año anterior. A su vez, el ex canciller Helmut Kohl estaba inmerso en un gigantesco escándalo derivado de la financiación irregular de la CDU.  Kohl era el gran papá, el artífice de la reunificación de las dos alemanias, y Merkel una sobrina lejana a la que había nombrado antes ministra de la Mujer y la Juventud y luego de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear. 

Sin embargo, la joven dirigente llevó a cabo un verdadero parricidio político cuando, ese año, publicó un artículo en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAE) donde aseguraba que Kohl le "había hecho daño al partido" y pedía su relevo. Allí nació como estrella y siguió brillando hasta hoy. Ángela Merkel ha tenido una virtud constante: apartar cuando es necesario los credos ideológicos, sobre todo si estos conducen a la destrucción de la sociedad. No ha dejado de ser una conservadora liberal, pero supo poner en el cajón los grandes preceptos ideológicos cada vez que la historia aceleró su curso.

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