Integrantes de organismos de derechos humanos de Salta se reunirán hoy en una mateada en el ingreso a El Gallinato, paraje que se extiende entre La Caldera y General Güemes, en una zona de cerros y valles, que fue usado por los personeros de la última dictadura militar para eliminar personas sometiéndolas a explosivos.
Señalizado en 2013 como lugar de exterminio, se estima que en ese lugar mataron a unas veinte personas. Con precisión, se pudo determinar que ahí fue explosionado el cuerpo de Gemma Fernández Arcieri de Gamboa, y hay datos que indican que también su marido, Héctor Domingo "Guilo" Gamboa, fue asesinado ahí mismo.
Ese lugar de exterminio, donde se sospecha que funcionó también un centro clandestino de detención, se cruza con otra fecha importante en el calendario de los organismos de derechos humanos de Salta: la de los secuestros, desapariciones y matanzas de septiembre de 1976. Al menos 18 personas fueron víctimas fatales del terrorismo estatal en este mes, en una serie acciones que comenzaron en el norte provincial, pasaron por la ciudad de Salta, siguieron en el sur y concluyeron nuevamente en la Capital provincial.
Septiembre del 76 se inició en la provincia con la desaparición de la militante de la JP y estudiante de antropología Silvia Ruth Sáez de Vuistaz, secuestrada el 2 de septiembre de 1976 del norteño pueblo de Embarcación. Esa misma madrugada, a 42 kilómetros, en la ciudad de Orán, fue secuestrado el empleado municipal David Reina León.
Al día siguiente, en la misma Orán fueron secuestrados Mario Bernardino Luna Orellana y el estudiante Santos Abraham Garnica. No se sabe con certeza si el 2 o el 3 de septiembre, en Rivadavia Banda Sur, fue secuestrado el militante peronista Sergio Wenceslao Copa.
El 8 de septiembre las patotas secuestraron y desaparecieron a tres integrantes de la familia Colqui-Gómez. Rolando Gómez, de 23 años, militante de la JP, fue desaparecido del taller metalúrgico donde trabajaba por policías de civil. Al otro día una patota se llevó a su hermana mayor, Lidia Gómez, y a su sobrino, Alfredo Isidro Colqui.
El 13 de septiembre, otra vez en Orán, fue secuestrado el estudiante de Ciencias Económicas Gregorio Tufiño.
El 22 de septiembre de 1976, en la ciudad de Metán, los hermanos Carlos Lucas Toledo y Ángel Federico Toledo fueron atacados en la vereda por cuatro hombres. Carlos recibió dos tiros y cayó en ese mismo lugar, pero logró sobrevivir. Angel alcanzó a correr, pero fue acribillado en las puertas de un cine. Ángel había militado en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y luego optado por el peronismo.
El 24, en la ciudad de Salta fueron secuestradas Gemma Fernández y la docente Silvia Benjamina Aramayo, y también Guilo Gamboa y Daniel Loto Zurita. Y el 25 fue secuestrado el estudiante Carlos Figueroa Rojas y fue asesinado a tiros el estudiante de nivel secundario Martín Miguel Cobos.
“Los represores actuaron con un alto grado de brutalidad y de impunidad y su modus operandi fue igual en cada operativo, ingresar violentamente, actuar con perversidad no solo con lxs compañerxs que iban a buscar sino también con su familia. A pesar de todo eso nuestrxs compañerxs están más vivos que nunca y hoy los recordamos”, sostuvieron los organismos de DDHH en la convocatoria a la mateada que se hará hoy para recordarlos, en el acceso a El Gallinato.
Lugar de exterminio
Los cuerpos de una pareja sometida a explosivos en la parte baja del camino que conduce a El Gallinato fueron vistos por lugareños, entre ellos el ex senador provincial Juan Moreira, y Humberto Nicolás Alancay. Ambos residían en esa zona y escucharon el estruendo de los explosivos y luego vieron los restos de las personas asesinadas.
También el policía retirado Juan Carlos Gutiérrez recordó al declarar en la Megacausa Salta que en los primeros días de octubre de 1976 encontraron en ese lugar los restos de un hombre y una mujer.
En 2015 Moreira y Alancay participaron de un reconocoimiento en El Gallinato, convocados para señalar el lugar exacto donde vieron los restos del ex policía Carlos César “Topogigio” Martínez. Entonces ambos llevaron croquis en los que mostraron diez puntos donde vieron restos de otras tantas personas asesinadas por integrantes de grupos de tareas.
Los croquis ubicaron los hallazgos entre los Kilómetros 2 y 3 de la ruta provincial 11, que une a La Caldera con General Güemes. Unos 20 metros más adelante de una cruz grande ubicada en el Kilómetro 3, bajando al cauce de un arroyo, en septiembre de 1976 se encontraron los restos que se supone que eran de Fernández y Gamboa.
Otros nueve puntos señalaban restos de personas sometidas a explosiones, en estos casos la ubicación era a unos metros de la ruta; uno señala el cuerpo de una chica muy joven.
En 1976 Alancay tenía 16 años y junto a su familia vivía a un kilómetro del lugar de los hallazgos. En el reconocimiento recordó que las explosiones “Hacían temblar las chapas”. “Los fines de semana a veces le metían dos, tres (explosiones) y después paraban”, contó.
Ya de día se acercaba a caballo, con perros que enseguida daban con los restos de las explosiones. Así fue que en marzo de 1976 vio lo que quedaba del ex policía, secuestrado el 18 de marzo. “De Martínez me acuerdo que lo tiraron abajo, ahí”, dijo señalando hacia un campo. “Me acuerdo clarito. Estaba amordazado con un trapo. Tenía lastimada toda la cara y tenía un trapo en la boca”, describió. Alancay supo que se llamaba Martínez porque a los policías de La Caldera se les escapó su nombre.
Moreira vivía en el Kilómetro 9 y trabajaba en Yacones, un paraje más cercano a La Caldera, cada mañana debía bajar del alto de El Gallinato. Según contó, descendía a las 5, primero en bicicleta y luego en moto, y en esas circunstancias vio los cuerpos de las víctimas y a hombres que se movilizaban en autos Ford Falcon, y llevaban sobretodos largos o ropa verde. Para él, eran del Ejército y hasta temió que lo mataran, porque lo amenazaron para que no volviera a pasar a esa hora. Cada vez que había explosiones, cuando regresaba, a la siesta, ya había operativos para levantar los restos.
También Alancay está seguro de que eran del Ejército. “Uno venía y se tropezaba con ellos ahí, que eran los Ford Falcon verde en ese tiempo, algunos de civil otros vestidos de verde”, relató recientemente, en un audiovisual realizado por integrantes de organismos de DDHH, entre ellas Flor Bustamante Arias y Canela Alvarez.
Alancay también aportó datos para entender por qué la gente no quería hablar. “Siempre venían en vehículos particulares o vehículos del Ejército, andaban por las casas preguntando si habían sentido algo, si sabían algo, quién era", contó en el audiovisual. Recordó que sus padres les decían que se escondieran en el monte si veían que llegaban militares: "Era muy difícil porque parece que querían saber si uno sentía algo para hacerlo desaparecer también, me imagino”.
En el mismo trabajo el lugareño Uva Maidana, que también vio los cuerpos, contó que el primero que vio parecía el de una mujer y que cuando con su familia fueron a avisar a la Policía, les hicieron sentir que sospechaban de ellos, “por esa razón después los demás ya no hemos avisado”, explicó.
Lo que los represores silenciaban a fuerza de terror, se comentaba de todos modos en toda la provincia, y muchos familiares fueron a El Gallinato a buscar un rastro de sus seres queridos desaparecidos. Fue el caso de Doly Mabel "Coca" Perini de Gallardo, que buscaba incesamente a su marido, Ramón Gerardo Gallardo, desaparecido en agosto del 76. Y también el de la madre de Silvia Aramayo, Brunilda Rojas, que a los dos meses de la desaparición de su hija recorrió los cerros y en un rancho un adolescente le dijo que "cerca de allí casi todos los días dinamitaban personas".
Guiada por ese relato Rojas encontró "restos de cuerpos humanos, restos de ropa y mucho olor a sangre".
La madre del estudiante Juan José Figueroa Elías creía que su hijo pudo haber sido asesinado en El Gallinato. Y también se cree que el zoólogo entrerriano Miguel Ángel Arra, desaparecido el 24 de junio de 1975, fue asesinado por la Triple A en ese lugar.
Las sospechas sobre un cura
En el juicio conocido como Megacausa Salta más testigos aportaron datos sobre El Gallinato y los hilos que tejieron la red de represores y sus amigos no menos responsables de los crímenes cometidos entonces, aunque su función consistiera en ofrecer asistencia religiosa, como afirmó el abogado Néstor Adet que fue el caso del cura Carlos Escobar Saravia.
El Gallinato es parte del departamento La Caldera, a poco más de 20 kilómetros de la ciudad de Salta, se accede a él por la ruta nacional 9, el viejo camino de cornisa que une a Salta con Jujuy.
En la Megacausa Salta se trató de indagar sobre los propietarios de estas tierras. El expolicía Juan Carlos Gutiérrez dijo que a medio kilómetro del lugar de exterminio había una casa habitada “por alemanes” y que a unos 3 kilómetros había otra casa “donde vivía un sacerdote, Saravia”, refiriéndose a Escobar Saravia, capellán del Ejército, sospechado de haber tenido participación en el secuestro y desaparición del ex gobernador Miguel Ragone.
Otro testigo, Cecilio León, que en el 76 estaba cumpliendo el servicio militar en Salta, contó que era enviado a hacer guardia en El Gallinato, en una casa que parecía de retiro, a la que iban militares.
Causalidades, la Mesa de Derechos Humanos de Salta emitió el pasado 24 un comunicado oponiéndose a un supuesto homenaje que el Concejo Deliberante de la ciudad de Salta preparaba para Escobar Saravia. Para sustentar su oposición recordó dos datos: el 19 de diciembre de 2012, en el primer juicio por la desaparición de Ragone, el testigo Damián Mendoza, señaló a Escobar Saravia como una de las personas que sabía que "a Ragone lo iban a asesinar" y que esto lo sabía por su vínculo con Lona.
En la Megacausa el testigo Néstor Adet contó que por otra persona supo que el sacerdote dio la extremaunción al ex policía federal Juan Carlos Parada de Mallo, poco antes de que fuera asesinado en la misma Jefatura de Policía, el 17 de marzo de 1978.