No tengo ningún maestro pintor, mi maestro es un cierto sentido del pecado”, afirmó Carol Rama en 1981. Nacida en 1918 en Turín, en el universo artístico de esta mujer autodidacta caben temas como la identidad sexual, la figura femenina, el encierro institucional o la muerte. Su padre fue un prolífico industrial que cayó en la ruina y se dice que se suicidó no por haber quebrado económicamente sino por ser incapaz de llevar una doble vida. Le resultó insostenible llevar adelante la vida familiar con Carol y su esposa a la vez que la vida de homosexual declarado pero avergonzado de su condición. La madre de Carol fue internada en distintas ocasiones en clínicas psiquiátricas, un destino al que arrastró a su hija.
La obra más poderosa de Rama fue la creada entre los años treinta y cuarenta. En el medio de la pacata y burguesa ciudad de Turín y bajo el gobierno de Mussolini, Rama se revela pintando cuerpos con miembros amputados, cuerpos enfermos y tétricos pero a la vez sensuales y vitalistas. Una vez terminada la guerra, su obra siguió en estado de rebeldía y es allí cuando se aprecia un giro hacia la abstracción, el informalismo y el espacialismo. Es en esta época cuando aplica materiales como uñas o jeringas en sus telas. Su obra transitó de los cuerpos amputados a la abstracción, del uso de uñas a la utilización de neumáticos.
Su trabajo fue prolífico y reconocido en su tiempo por sus contemporáneos como Italo Calvino, Andy Warhol, Pablo Picasso, Orson Wells, Man Ray, el poeta Edoardo Sanguineti, su gran amor platónico, y Luis Buñuel, que la quiso para un cameo en “Viridiana”, entre muchos otros varones. Mujer coqueta, siempre se peinaba con una trenza que le daba vuelta la cabeza como una corona, sin embargo, prácticamente vivió en la miseria. Canjeaba su obra con su peluquera, la modista, el almacenero y trabajadores de otros rubros que le hacían posible la vida cotidiana que pasó hasta su muerte, encerrada en la casa familiar, completamente a oscuras. Trabajaba con las ventanas tapiadas por pesadas cortinas de tela.
En 2014, un año antes de su muerte y ya con la memoria deteriorada a causa del Alzeheimer, es cuando tiene lugar la mayor reivindicación de su trabajo. Sucede en el Macba de Barcelona en una gran retrospectiva curada por Paul Preciado que luego giró por París, Dublin, Helsinki y en febrero de este año recién llegó a su Turín natal. El objetivo, entonces, fue mostrar cómo la obra de Carol Rama, que ya tenía 96 años, había desafiado continuamente las corrientes dominantes. Se trató de poner en valor a una artista injustamente olvidada que influenció a creadoras de la talla de Cindy Sherman o Kiki Smith. En el catálogo de aquella muestra puede leerse: “Desde sus primeras acuarelas de los años treinta, Carol Rama inventa una gramática visual propia que contrasta con las representaciones de la sexualidad de la modernidad: el cuerpo femenino –al mismo tiempo mutilado y amenazante, violentado e irreductiblemente deseante– se presenta activo y vital. La paleta carnal del fauvismo le sirve para apoyar una propuesta subversiva: la intensidad de los colores reservados para la vulva o la lengua denotan la resistencia del cuerpo a las fuerzas que lo dominan y a las instituciones que lo subyugan. Estas obras inician una constante en el trabajo de Rama hasta 2006: nos referimos a las cartografías del deseo disidente, los diagramas del inconsciente y de sus estrategias de resistencia a la normalización”.
Carol Rama transita por la abstracción en los años cincuenta; se aproxima al informalismo y al espacialismo en los sesenta con la creación de bricolages y de mapas orgánicos hechos de ojos y uñas de taxidermista, de cánulas, signos matemáticos, jeringas y conexiones eléctricas, hasta la composición en los setenta de una imagen-materia fabricada con gomas de neumáticos. Y vuelve, en los últimos años, al uso libre de la forma. “Carol Rama inventa el sensurrealismo –afirmó Preciado en ese catálogo fundante–, el arte visceral-concreto, el porno brut, la abstracción orgánica”.
Sus pinturas eróticas, delicadas y violentas a la vez, que remiten a una sexualidad contradictoria y a su complicada biografía, rebosan de lenguas, penes, pechos y miembros despedazados, al punto que en 1945 su primera individual fue cerrada por obscena y las obras confiscadas. En la década de 1960 su fascinación por la materia se tradujo en pinturas que incluyen garras de animales, pelos, ojos de vidrio e incluso dientes humanos como los siete que le regaló el musicólogo Massimo Mila. Por su aproximación creativa y el uso de materiales pobres, como las tiras de neumáticos que a veces parecen pinceladas y otras pieles arrancadas, lo lógico hubiera sido que perteneciera al arte povera. Sin embargo era demasiado incómoda, sucia y libre para la ortodoxia del movimiento que triunfaba en los años de plomo italianos y el ostracismo machista de sus miembros contribuyó a dificultarle el reconocimiento por parte de los círculos artísticos e intelectuales. Nunca le perdonaron haber desafiado los grandes tabús sexuales al pintar masturbaciones masculinas, un humano penetrando un ornitorrinco e incluso su madre defecando.
Durante los noventa, cuando Carol Rama busca un lugar de identificación, no recurre a figuras de la feminidad, sino a la figura del animal enfermo afectado por la encefalopatía espongiforme bovina: la vaca loca (la mucca pazza). Los elementos y motivos característicamente carolramianos (el caucho, las telas de saco de correos, los pechos, las lenguas, los penes, las dentaduras…) se reorganizan para formar una anatomía dislocada que ya no puede constituir un cuerpo. Sin embargo, Rama llegará a calificar esos trabajos no figurativos de autorretratos.
Uno de los reconocimientos más destacados de Rama como artista llegó con la concesión del León de Oro de la Bienal de Venecia por su carrera en 2003.
Ser redescubierta y reivindicada por el establishment artístico internacional y las jóvenes generaciones de artistas, cuando ya no se daba cuenta, fue tan solo la última paradoja e injusticia de una vida que con ella no fue fácil ni generosa. Si hubiera nacido en Nueva York, ahora su nombre sería tan conocido como el de Louise Bourgeois o Jackson Pollock y su presencia sería imprescindible en cualquier historia del arte del siglo XX.
En su estudio oscuro creó a Dorina y Appassionata, personajes emblemáticos de su universo que anticipan las transformaciones en cómo se representa el cuerpo y la sexualidad el siglo pasado. Actualmente se la considera una artista imprescindible para entender las mutaciones de la representación. Carol Rama falleció a los 97 años y llevaba ya más de una década sumida en las brumas de su propia mente. Justo un día antes de su muerte en Turín, se inauguró PanoRama, una muestra homenaje expandida en seis galerías, que expusieron los trabajos de 18 jóvenes artistas de diversas nacionalidades, inspirados por la cruel poética de la inmensa Carol Rama.