Bigotes en ristre, Salvador Dalí se confirma en la puerta del Banco Ciudad. Suave, con sus largos dedos tamborilea sobre el vidrio intentando llamar la atención. Al rato ve acercarse a paso marcial una bella mujer de uniforme y barbijo. Ella abre y con súbita dureza le pregunta si tiene turno. Automáticamente, el genial pintor deja devisualizarla ensoñadora para catequizarla monstruo-enemigo; de todos modos es respetuoso, cordial, detrás de su negro barbijo emite un tímido: “sólo quiero hacerleuna pregunta, saber si”…
La monstrua, a quien sin duda algo le debe haber pateado el hígado durante el desayuno, insiste enérgica y brutal: “¡¿tiene turno?!”… Él siente que el bigote derecho se le derrumba feo, pero insiste: “sacaré turno, sí, por eso quierosaber si”… Ella cierra fiero golpeándole la nariz con la puerta, va al recibidor, vuelve, le alcanza un folleto como si fuera el facón que le tiran a Borges para que enfrente eldestino de mierda que le ha tocado vivir.
“¿Esto fue todo?”, piensa él taconeando lavereda universal al tiempo que se le derrumba el bigote izquierdo. El desastre en su orgullo lo abochorna. Vuelve a la puerta y llama, negando aceptar el rigor humillanteque por propia educación no le corresponde. No le dan ni cinco de las que ruedan. Insiste.
Al rato vuelve ella, abre, y él se adelanta rápido: “soy cliente, y le pido el libro de quejas”. Ella grita que vendrá alguien y se va. La espera es larga. Entran clientes, salen clientes, y el artista se transmuta en la triste figura que está solo y espera. Al cabo de un larguísimo lapso ella vuelve acompañada de un enanito que esgrime el verificador de fiebre como si fuera John Wayne empuñando su colt-45.
El artista se recompone porque cree que ganó y que le tomarán la temperatura y alguien le responderá y entonces si la respuesta es positiva él sacará turno como corresponde a todo buen ciudadano que paga sus múltiples impuestos, y además olvidará el libro de quejas.
Parece que el semblante de la buena mujer ha dejado de ser agreste; ella abre y habla. Pero no le habla a Dalí sino a alguien detrás de él. Dalí se da vuelta y ve un obelisco vestido de policía; no puede creer lo que ve, ¡son dos policías armados!, incrédulo escucha que ella, muy sonriente, les explica que “este señor” está molestando, etcétera.
Ellos le hablan a Dalí. Éste no escucha porque está totalmente sorprendido; no puede creer que el banco haya llamado a la policía. Dalí explica que pidió el libro de quejas, y eso es todo. El Obelisco-policía le dice “ no me grite”. Y Dalí le explica que sólo ha levantado un poco la voz porque usted es muy alto y temo que no me escuche. Sólo reclamé el libro de quejas, que es una ley adquirida como que un café debe servirse junto a un vaso de agua porque es bebida tóxica. Le piden que se retire.
Abrumado por el sin sentido que está viviendo echa mano a su curriculum para ver si consigue un mínimo de respeto. Nada. Duro, el Obelisco le dice que para él nadie tiene coronita y todo el mundo es igual de importante. Se agrupan curiosos. Desde el banco sale otro enanito diciendo que es el auditor o algo así. Dalí pide el libro de quejas yademás cambiar de banco y el otro le responde que vaya a Anses. Dalí responde que de Anses lo mandaron acá. Sigue la discusión al tiempo que hacen entrada triunfal dos enormes motos cabalgadas por policías multiarmados.
Pensando que en cualquier momento puedan aparecen la Marina y la Aviación, Dalí ruega silencio y espera que la sensatez reine. Poco a poco el silencio se impone. Dalí sermonea: “Veamos. Yo sólo quería hacer una pregunta, no colarme a pesar de que soy un adulto mayor y creo que tengo alguna prerrogativa. Bien, al sentirme maltratado, como soy cliente del banco pedí el libro de quejas. Y en lugar del libro de quejas, que por ley deben presentarme, el banco llamó a la policía y al ejército como si yo fuera el responsable de todos los virus habidos y por haber.
Esto ocurrió hoy, en este tiempo en el que los delincuentes roban plácidamente en las veredas de las comisarías y el narcotráfico nos muerde la nuca. Llamando a la policía, el Banco de la Ciudad me considera un criminal, no un cliente. Resumo: yo, una persona de 85 años, estoy rodeado de cuatro policías armados como si fuera un delincuente. ¿Se entiende lo que digo? ¿Qué nos pasa?...
Silencio. Para contemporizar, Dalí le pregunta el nombre al Obelisco. Lucas, le responde el policía señalándose el bordado en el bolsillo superior. Dalí apunta: “¿Sabe que usted es un personaje de Cortázar?...
Aún con las manos vacías, Dalí tiene necesidad de un cafecito en El Tolva para festejar el bello día. Cruza la calle. Se detiene en la puerta, con un frasquito rociador humedece sus bigotes, los endereza pum-pulgar-hacia-arriba.Recompuesto, ingresa al bar amigo.