“Fue negligencia total, no se controló la obra, se autorizaron 8 metros y excavaron a 32 metros de profundidad. Eso impactó y se quebró el edificio”, explica Jorge Fernández a Página/12. El empresario dedicado recuperar edificios históricos habla mientras recorre los seis pisos del que fue, por más de cien años, un sofisticado complejo de baños termales: el Colmegna SPA Urbano. Artistas y deportistas, jueces y presidentes eran sus habitués. Llegó a tener dos piscinas; una de mármol y otra revestida en venecitas y con techo desplegable; en pleno centro de la ciudad. Hasta que comenzó la construcción de un ingreso a la red de subterráneos: el Nodo Obelisco. "La obra rompió una pared que bajó cuatro centímetros y se quebró el edificio”, detalla Fernández, su dueño actual. Una grieta real lo divide, puede verse en pisos, paredes y techos.
“El Colmegna”, como lo llaman quienes lo frecuentaron, era cosmopolita y un aura de misterio lo envolvía. Llegó a ser “casi un juzgado paralelo”, cuentan. Muchos jueces “incluso atendían ahí”, el más recordado es Norberto Oyarbide --quien falleció el 1º de septiembre--, y fue también el espacio de rélax elegido por “funcionarios de la Rosada”. “A Colmegna vinieron casi todos --sostienen sus empleados--, y toda la farándula”. “Si hasta Borges menciona en El Aleph ‘los baños turcos de Sarmiento y Esmeralda’. Es parte de la ciudad”, afirma Victoria Colmegna, cuarta generación de familia que lo construyó, y lo transformó en leyenda.
Por su ampulosa arquitectura circular, por la piscina de agua helada, por las tertulias en sus salones y sus campeonatos de dominó, su fama atravesó el tiempo. Tuvo épocas gloriosas y otras más oscuras. El servicio de “masajes con final feliz” que supo cultivar a hurtadillas cuando el hedonista cuidado del cuerpo mutó a modos más dionisíacos, fue de estas últimas. Esto alejó a la clientela femenina, pero consolidó el mito. Hasta la tarde de noviembre de 2019 en que tuvieron que evacuarlo.
Ya no hay vida en Colmegna. En la cuadra de Sarmiento al 800 puede verse, abandonado, lo que fue un símbolo del lujo y el poder. O lo que queda de ese patrimonio edilicio destinado al rélax y la ensoñación. “Está de pie porque es un edificio increíble, se sostiene por la estructura de hierro original”, señala Fernández quien, en sociedad con otros exclientes, lo compró en 2015 a los Colmegna. Las paredes de 60 centímetros de ancho y los pisos de mármol, iluminados a través de antiguos vitraux, parecen darle la razón. “Solo por ese patrimonio, hay que tratar de salvarlo”, añade. Se corrige: “ver qué se puede salvar”.
Mientras sus dueños avanzan en un juicio millonario contra la constructora española Dycasa S.A., y el Gobierno de la Ciudad; su silueta impávida y desolada se recorta bajo el cielo porteño. Y la magia sucede: a contraluz, se torna majestuoso y se agigantan las historias de lo que supo ser el SPA urbano más grande de Latinoamérica.
El SPA del poder
Por fuera pasa inadvertido. Está cubierto por acrílico, plástico y metal. El interior conserva los materiales originales: mármoles de Europa y África, broncería fina, maderas especiadas. “Reproducía los baños pompeyanos”, refiere Victoria, bisnieta de Luis Colmegna quien llegó de Italia a fines del XIX, para instalar en Buenos Aires un baño termal, para hombres. En las casas no había todavía bañeras, ni agua caliente.
A su magnificencia se rindieron desde vecinos de Retiro o Balvanera hasta presidentes: Marcelo T. de Alvear, Irigoyen, e incluso se dice que el mismo Perón. Después de los ‘50 cuando Roberto, hijo de don Luis, construyó en altura un gimnasio y la piscina con techo desplegable se abrió a las mujeres: entre otras, Maya Plisetscaia, Eleonora Cassano y Susana Giménez lo frecuentaron.
En los escalones de entrada, debajo del cubre pisos de plástico asoma el mármol negro de su fachada original. Ese que pisaron clientes como Carlos Gardel --dicen que allí el Zorzal escribió “Mi Buenos Aires querido”--, y figuras públicas como Héctor Cámpora “cuando era presidente interino, y se cerraban las calles para que llegara”. Carlos Menem “cuando era gobernador”. Mauricio Macri “venia siempre”. Emilio Massera fue asiduo cliente: “llegaba con un par de amigos, no se sabía quiénes eran”.
Paradójicamente, lo que fuera “el SPA del poder”, hoy batalla contra la administración de justicia. Desde que la construcción del Nodo Obelisco impactó en el subsuelo, donde se ubica la caldera: “el corazón del SPA”, advierte Victoria. Ella creció ahí. Organizaba muestras de arte en los ‘80 cuando lo visitaban De Loof o Ricardo Jacoby, y el arte expresaba la posmodernidad. Su actual abandono expresa lo contrario: la modernidad en su faz arrolladora, asociada en este caso, a la falta de control urbanístico y ambiental.
“Un año antes de tener autorización para construir comenzaron a excavar”, afirma Fernández, quien buscaba acondicionarlo. En el proceso de recuperar “la estética del lugar” ocurrió el desastre. Y Yesica Torres, su gerenta, tuvo que dar la orden de evacuar. En el juicio que se estima en siete millones de dólares y lo lleva el juez Darío Reynoso, la Ciudad hace su descargo y apunta a la constructora española. Pero día a día, mientras litigan abogados y aseguradoras, aumenta el tono catástrofe en que lo ha dejado la construcción aledaña. Lejos de las burbujas del champagne con que celebraban el rélax sus clientes, todo allí hoy es oscuridad y escombros.
Clientela ilustre
Siete cuadras lo separan de la Casa Rosada. Las recorría también Carlos ‘Chacho’ Álvarez, dicen, siendo vicepresidente, para despejarse en los baños turcos con intensas partidas de dominó. Mario Ishii, Héctor Daer, eran habitués. Dante Gullo, Darío Lopérfido. “Siempre había seguridad, por un cliente o por otro” señala Héctor González, que trabajó ahí 44 años. Entró como “che pibe”. Se jubiló como podólogo. Conserva clientes de esa época y ostenta el título profesional que logró impulsado por Roberto Colmegna. Trabajó con futbolistas, gente del turf, artistas como Robert Duvall, Antonio Banderas y Antonio Grimau.
Nureyev disfrutó esos baños con sales del Himalaya y de Carhué. Julio Sosa y Francisco Canaro. Charles Aznavour, Sergio Renán, Sandro, Pappo, Nicolino Locche. “Escuché a muchos que chupaban y decían: ‘después me meto al sauna’, porque se bebía mucho –explica Héctor--. Baños turcos, calor seco, da sed. ¡Pero no era así la cosa! Tenías que tener rutina y no tenían”, se ríe. “Usaban todos los servicios eso sí, incluso la barbería con navaja. A mí me gustaba, conocí mucha gente: ¡el mundo estaba ahí!”, afirma.
Tenía capacidad para 300 personas y en sus mejores épocas tuvo tintorería, peluquería, manicuras, pedicuros. Y un bar: “Unas picadas impresionantes con champagne, cerveza o tragos. Era común hacer amigos, incluso con los empleados”, aporta Facundo, un abogado que fue por muchos años, todos los días: "¡Era un programón!” sostiene.
“Maradona era un cliente especial, cuando llegaba sabíamos que ese día, nos íbamos tarde”, recuerda Yesica. Se abría a las 10 de la mañana, cerraba a las 20. Y aseguraba discreción y cuidado a sus clientes. Es famosa la pelea protagonizada en 2010 por el entonces juez federal Norberto Oyarbide con Mauricio Macri, entonces jefe del Gobierno porteño. “Después de eso había que hacer salir a uno, por un lado, para que el otro ingresara”, recuerdan los empleados.
Oyarbide llegó a contratar a la Camerata Bariloche para un cumpleaños. “Era un hombre solitario y amable. Solía verlo también a Isaac Duek –entonces escribano de Banco Mayo--, de quien se dice que entregó un departamento para tener membresía de por vida”, recuerda Federico, un industrial textil. “Llegué por mis amigos, fui por veinte años y lo disfruté hasta que en 2008, por una discusión política, ya no volví”, explica.
La ciudad invisible
Cuentan que en 2016 John Travolta jugó unos pasos en la pista donde ensayaba el elenco de “Bailando por un sueño”. La sala se inauguró junto con la piscina de techo corredizo. Fue en su máximo esplendor. “Era muy señorial, venía gente del Teatro Colón, del Maipo” recuerda Héctor. Y siempre había vecinos. “Hay grupos de amigos que nos conocimos ahí, de distintas clases sociales y distintas ideologías, pero los viernes jugábamos al ajedrez ahí y después íbamos a comer”, relata Constantino, otro habitué, comerciante, de Balvanera. “Extraño Colmegna”, comparte.
Entre los escombros hay un tomo de La Ley y un diccionario de sinónimos de tapa dura con ribetes dorados. La piscina de agua helada está seca, rota. Los mármoles de la boiserie que guiaban un recorrido circular, fisurados. El Salón Esmeralda languidece, silencioso. “Y era un griterío”, dicen sus empleados. Era el lugar de los hombres. Entre las mujeres, en los pisos altos, había más clima de rélax. Pero en los últimos años “iban muy pocas mujeres”, recuerda Facundo.
“Fue pensado para uso de la burguesía en ascenso. A fines del XIX se buscaba universalizar prácticas muy aristocráticas y eso se potencia cuando se abre a las mujeres”, señala el galerista Alberto Sendrós. En los años ‘60 el concepto de “belleza total” atrajo a las mujeres. “El ingreso mixto y la piscina de agua climatizada con techo desplegable hizo que muchos niños y señoras aprendieran a nadar ahí”, repasa Sendrós sobre ese "lujo majestuoso" que comenzó a declinar cuando la piscina de 500.000 litros de agua tibia, ya no se pudo usar. Esta en el quinto piso. Entre sus nadadores iniciáticos figura José Meolans. “Era otro país y otra ciudad, la que sostuvo la construcción de algo así, y que hoy lo está dejando caer”, lamenta Sendrós.
Masajes con final feliz
En las últimas décadas del XX, regenteado por Flavio, el padre de Victoria, se mantuvo el aura suntuosa. Pero la clientela escaseaba y el lujo fue mutando. Para algunos clientes jóvenes “era un lugar atorrante con una buena estética”. Para otros “el club, un lugar de encuentro, con un buen bar”. Hay tantos perfiles de Colmegna como personas tomaron sus baños. El denominador común es cierto misterio enhebrado en volutas de vapor. Un pacto, pareciera, asociado a servicios como el masaje “happy ending”, reservado al sector VIP. "Eso ocurrió en ciertas épocas. No todo el tiempo”, apuran algunos entrevistados. Otros acceden: “En el VIP había un cuartito con sillones y entrepiso, y ahí sucedía la historia con final feliz”.
“Era famoso por el VIP, pero me consta que mucha gente no iba solo por eso. Yo iba todos los días --relata Facundo--, estaba bien ubicado y era un programa de dos o tres horas. Iba mucha gente sola y se acompañaban. Iban a cenar. El sistema era perfecto: sin turnos ni exigencias de horarios. ¡Hermoso!”. “Era un lugar para el placer del cuerpo, yo lo disfruté –agrega Federico--, después me harté, el ambiente cambió. A Macri lo veía en el VIP. A Guillermo Franchella, a (Roberto) Pettinato, a Jacobo Winograd. Había ‘gente K’ también. Lleve a mi hijo y lo que más recuerda… ¡es la pileta de agua helada!”
Constantino conoció a Flavio Colmegna y a Mónica, su esposa, los padres de Victoria. “Fui por 40 años, tengo 63 –cuenta--. Dejé de ir porque cerró. Era un espacio placentero, único, me distraía, me encontraba con Leonardo Barujel, con Maradona y Coppola, o con Palermo, a él le pedí autógrafos para mis hijos”. Héctor explica que “Maradona no podía descansar. Pero tuvo una clientela importante: Troilo, Bonavena, Gardel”. Héctor añora esos años y como tantos, construye su propia leyenda de aquel lugar donde los baños eran el punto convocante. Y lo demás, sucedía.
La mentira
El economista Claudio Lozano recuerda el Colmegna SPA Urbano. “Nunca fui –advierte--, pero mi viejo iba, y decía que se iba a nadar, y volvía tarde, a las once de la noche. Había encontrado en Colmegna algo que lo atraía, porque iba todo el tiempo. En los años ‘60 y ‘70 ese lugar fue un boom, pero yo no sabía lo que era. Hasta que supe que era el SPA del poder. Donde iban jueces, empresarios, políticos. Era bien dionisíaco, no era algo solamente deportivo”, ironiza. Y reflexiona, entre risas: “Cuando supe lo que era, me di cuenta de lo mentiroso que había sido mi padre respecto a eso”.
El legado
Victoria Colmegna está escribiendo un libro con la historia del SPA. “Hay anécdotas de lo más bizarras, siguen vivos muchos de los fanáticos y hay ¡fotones! Va a ser algo bien porteño el libro, porque esto fue parte del patrimonio de la ciudad. Por eso Borges lo nombra en El Aleph”. El lugar “era borgiano, porque era un todo” define. Se refiere a los circuitos circulares que conectaban cada piso. “Y no estaba estandarizado por turnos, era lo que surgiera. Eso y los cuerpo, y el mármol, daba la sensación de estar en obra de teatro permanente”. Para quienes quieran compartir sus recuerdos, en este legado, deja un mail: [email protected].