Habían pasado unos pocos días del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 cuando comenzaron a reunirse, desesperados por saber qué pasaba con los suyos. Empezaron en una sala que les prestaba la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH) en su departamento de Callao y Corrientes. Para septiembre de ese año, recién se dieron un nombre que marcó sus 45 años de existencia: Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Fue así que se conformó el primer organismo de derechos humanos de afectados directos por los crímenes de la dictadura, al que después se unirían Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, también en los años del terrorismo de Estado.
Rápidamente se dieron cuenta de que debían documentar lo que estaba sucediendo y contarlo a quienes quisieran --o no-- saberlo. Salieron al mundo a buscar ayuda por los miles de presos políticos de la dictadura y siempre reivindicaron el carácter militante de los suyos. Angela “Lita” Paolín de Boitano, madre de dos desaparecidos, y Graciela Palacio de Lois, esposa de un desaparecido, son la memoria viva de ese organismo. Sin conocerse antes, se volvieron familia en la búsqueda. En el 45° aniversario de Familiares, “Lita” y Graciela repasan la historia del organismo en una charla con Página/12.
--¿Cómo llegaron a Familiares?
--Lita Boitano: Cuando desapareció mi hijo, yo conocía su militancia, pero no sabía qué podía hacer si pasaba algo. Lo primero que hice fue ir a la comisaría y después a la iglesia. Llamé a mi primo que era comandante de aviación naval y le dije que se habían llevado a Miguel Ángel. El 14 de mayo de 1976 habían secuestrado al hijo de otros primos, César Lugones, junto con el grupo de Mónica Mignone y de los chicos que iban a la villa. Ese día, cuando mi hijo vino de la facultad y de trabajar, yo le conté sobre César y me dijo: “Uy, mami, seguro que hasta dentro de seis meses no vamos a saber nada”. Por “Migue”, yo no había hecho el habeas corpus porque no tenía ni la menor idea. Un día me llamó una señora, (Beatriz) “Ketty” Neuhaus, que después perteneció a Madres, y me dijo: "Hoy va a haber una reunión muy importante en Corrientes y Callao". Sin decirme el número, sin decirme el piso ni nada. Llegamos a la esquina, miramos y veíamos que entraba bastante gente. Era Corrientes 1785 5° J, la Liga. Enseguida una compañera me dice: "Venga mañana, señora, que le hago el habeas corpus". Eso fue en los primeros días de enero de 1977. Allí me encuentro con que había padres, madres, esposas, abuelos, que estaban ahí por lo mismo que yo. Una persona me dijo que fuera a las casas de algunas familias para que se acercaran a Familiares a denunciar. A mí me dijeron si podía ir a la casa de la familia Agosti, que su hijo también era de Arquitectura y estaba desaparecido. Ahí me enteré de la existencia de Graciela. Yo sentí en Familiares que era mi lugar.
--Graciela Lois: Cuando desapareció Miguel, yo estaba embarazada de siete meses. Me tuve que ir a otra casa, después volvimos y dormíamos vestidos. El 7 de noviembre era domingo y nos fuimos a Ciudad Universitaria con mi marido y con mi hija, María Victoria, en el cochecito. Cuando volvimos, tomamos el colectivo hasta la casa de mi tía en Congreso. Teníamos que ir a un control en una galería en Belgrano. María Victoria estaba muy estresada, así que le dije a Ricardo: “Andá vos y da mi presente”. Los agarraron a todos ahí. El primer momento de desconcierto fue cuando no volvió y me engañé a mí misma: Se le habrá hecho tarde, se habrá ido a casa. Al otro día llamé al trabajo y me dijeron que no había ido. Después me fui al lugar de la cita y empecé a dar vueltas. Tenía miedo de preguntar. Empecé a llamar a la posta telefónica que tenía él. Finalmente me dieron una cita frente al sanatorio Güemes. No fue nadie. Me dieron una segunda cita y no fue nadie, y me dieron una tercera cita en diciembre en un bar sobre la Panamericana. Me dijeron que fuera a ver a Hebe Agosti, que tenía a su hijo, que también era de Arquitectura, desaparecido. A mí me habían dado un papelito que decía que se podía ir a la Liga, así que le dije a Hebe y fui. Me recibieron dos compañeras. Cuando fui con los papeles, me preguntaron si no me podía quedar.
--¿Con qué se encontraron en Familiares?
--G.L.: La diferencia de Familiares con el resto de los organismos, además de ser el primero de afectados directos, es que nosotros éramos más políticos en cuanto a la reivindicación de la lucha de los nuestros. El grupo original, a diferencia de otros, no estaba únicamente compuesto por mujeres. El tema organizativo de Familiares tenía que ver con las experiencias personales. Hasta ahí el modo de funcionamiento era hacer cartas o visitas porque teníamos que contar que estaba desapareciendo gente. Los familiares de presos contaban que más de un familiar de desaparecidos desesperado les daban nombres para que cuando fueran de visita preguntaran si no estaba en la cárcel. Esa práctica fue durante mucho tiempo: sacar información de adentro de las cárceles. En 1977 llegó Cata (Guagnini) y organizó las comisiones. Yo me hice cargo de la de estudiantes; Clarita Israel, de la de abogados; Cata, de la de periodistas; Carmen Gómez, de la de obreros y Emma se encargó de la de músicos y artistas. En septiembre del '77 viajamos para organizar las comisiones en las provincias.
--¿Cuáles eran las tareas en esos años?
--G.L.: La primera etapa de Familiares, además de ser organizativa, era de contención. Empezamos a armar cómo tomar las denuncias. Había un montón de datos que no preguntamos. Nos dimos cuenta de cuando empezaron a funcionar el Equipo Argentino de Antropología Forense o la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CoNaDeP). También había cosas que no queríamos preguntar, como la militancia. Lo discutimos profundamente, porque si te llevaban los testimonios, vos estabas dando fe de la militancia, que no la decías en ningún otro lado.
--L.B.: Mi hija Adriana estaba viviendo en Brasil cuando se lo llevaron a Migue'. Con la novia de Migue, María Rosa, nos fuimos para allá y, en agosto de 1976, nos volvimos las tres juntas. Sin avisarle a nadie, de la estación de Retiro nos fuimos a un hotel y pasamos la noche allí. Antes de acostarnos, las chicas fueron a ver a mi sobrina para saber si tenían noticias de Migue. Mientras ellas dos se fueron, yo me quedé sentada en la cama. En ese momento sentí como una puñalada en el corazón y pensé: "Lo mataron a Migue". Después alquilamos un departamento en Devoto y tuve que salir a trabajar en un consultorio. A Adriana la acompañé a la última cita. Adriana desapareció un domingo 24 de abril de 1977. Al día siguiente llegué a Familiares y me puse a llorar. Seguí trabajando por algunas semanas y en el consultorio me decían: "Lita sí que no tiene problemas, siempre con esa sonrisa". No aguanté más. Ahí fue cuando empecé a quedarme más en Familiares. Yo desgraciadamente ya no tenía ni a Adriana ni a Migue, así que a pie o en colectivo iba a los diarios o a las iglesias, adonde me dijeran que había que ir. Cada vez era más mi familia, aunque nunca se hablaba de las cosas personales.
--¿Entonces no dejaba de ser una organización política, pese a agrupar a familiares de desaparecidos?
--G.L.: La única por fuera de la política que se empezó a organizar fueron los cumpleaños. Juntábamos los cumpleaños del mes porque había gente que estaba sola.
--L.B.: Armábamos la fiestita en el salón de Familiares. La Liga ponía la damajuana de vino y se llevaba algunas cosas que hacíamos para comer. Una vez yo me puse una blusa de Adriana que era de raso y me acuerdo que me dijeron: “¿Estás loca, cómo te vas a vestir así?” Y si ésta es la fiesta nuestra. Era político, pero era afectivo.
--Familiares se hizo cargo de que las detenciones y las desapariciones obedecían a razones políticas en plena dictadura. ¿Cómo fue la discusión por el nombre?
--G.L.: En aquel entonces todavía estábamos recibiendo los ramalazos de la gente que se escapaba de Chile. Me acuerdo de un compañero chileno que estuvo unos días viviendo en la Liga. De ese contacto, vimos el tema del nombre. Nosotros decíamos detenidos-desaparecidos, como hacían en Chile. Después, cuando armamos el nombre, decíamos desaparecidos y detenidos, por los presos políticos. En un momento éramos “por razones políticas y gremiales''. En ese momento, la militancia gremial no la unías a la otra militancia. Llevó meses esa discusión.
--¿Cómo fue el trabajo de familiares con los presos políticos?
--G.L.: Separamos las reuniones de los familiares de presos y las de desaparecidos. Ahí es cuando se empezó a buscar financiamiento, porque había que tomar otras medidas. Por los desaparecidos teníamos que movernos y denunciar, pero para los presos las exigencias eran otras: había que ir a verlos, y no siempre se podía, porque no había plata. Se buscaban hoteles baratos, se conseguían los pasajes para ir al sur y se organizaban las visitas para llevar ropa de abrigo o lo que necesitaran. Hacíamos compras grandes: todos los presos tenían las mismas zapatillas y los mismos anteojos. Así empezamos a buscar financiamiento en las instancias internacionales y se empezó a juntar plata: había un frasco de plástico de azúcar en la mesa que decía "solidaridad". Cuando María Victoria empezó a caminar tenía los pies planos, necesitaba unas botitas con plantilla que yo no podía comprar. Entonces Lucas Orfanó dijo en la reunión: "Ahora les pedimos solidaridad porque la hija de Graciela necesita unas botas y ella no las puede comprar". Se llenó el tarrito y compré las botitas. Pero eso no alcanzaba para tanta población de presos.
--L.B.: Toda la plata que recibió Familiares fue siempre para los presos.
--¿Y en el plano internacional?
--G.L.: Familiares promovió las Comisiones de Solidaridad con Familiares (Cosofam) en el exterior. También fuimos el primer organismo que tuvo un grupo de psicólogos específicamente para la temática de desaparecidos, el Movimiento Solidario de Salud Mental. Nos dimos cuenta de que hacía falta contención para los chicos.
--¿Cómo fue la persecución a Familiares durante la dictadura?
--G.L.: Secuestraron a Thelma Jara de Cabezas y Lita se tuvo que exiliar. El secuestro de Thelma y el exilio de Lita vinieron por el mismo lugar, después de la caída de una compañera que no está desaparecida ni volvió a contactarse después más con nosotros. Todos sabían que Familiares producía documentos y teníamos filiales en distintos lugares. Trabajábamos con los presos, teníamos información de las cárceles, y nos relacionábamos con los sindicatos y las universidades. Éramos las hormiguitas que se iban metiendo, por eso le interesábamos a la dictadura. Teníamos reuniones a las que a nadie se le preguntaba nada para entrar, los servicios tenían oportunidad de entrar y, de hecho, entraron varias veces. Siempre fuimos un organismo de puertas abiertas.
--LB: A mí, a veces, me llevaban a la ventana para mostrarme porque yo era neófita. "Ves, ésos que están allá son todos servicios", me decían.
La democracia
“Cuando volví del exilio, lo primero que hice fue ir a Familiares desde el aeropuerto”, cuenta Lita Boitano. Había salido en enero de 1979 rumbo a la tercera conferencia del Episcopado latinoamericano que se hacía en Puebla. Una compañera, que había sido secuestrada un tiempo antes en la Esma, le dijo que debía llevar a un muchacho con ella, que se terminó escapando en México y reconociendo que era otro secuestrado de ese centro clandestino. Decidieron entonces que Lita estaba en peligro y no podía volver a la Argentina. “Iban a ser quince días como máximo, pero se me vino el mundo abajo”, dice. El exilio en Europa duró cuatro largos años. “Dormí en el suelo en todas las casas, porque los exiliados eran de la edad de mis chicos, pero era como tener el afecto de mis hijos un poquito en cada país”, relata. Desde allá buscaba formas de denunciar lo que pasaba y fondos para ayudar a la lucha de su organismo.
--¿Cómo cambió Familiares con la llegada de la democracia?
--G.L.: Cuando se formó la Conadep, no era lo que queríamos. Trabajamos en la comisión técnica de recopilación de datos, que finalmente fue la base de sustento de la Conadep. Para el '80, se había incorporado Tilsa Albani, que además era abogada, y se formó por primera vez un equipo jurídico, que trabajó mucho con las causas de los presos. Lo que hizo un quiebre fue el tema de los juicios, independientemente del resultado de los mismos. Ahí tuvimos muchísima participación. Yo era la que me encargaba de ir a lo de (León) Arslanian para llevar la lista de la gente que quería ir a las audiencias del Juicio a las Juntas. Con Tilsa también colaboramos con (Julio) Strassera en la fiscalía.
--L.B.: Tanto los psicólogos como los abogados aprendieron sobre la marcha.
--¿Cómo imaginan el futuro de Familiares?
--G.L.: Con el recambio generacional. Están participando mis hijos y gente más joven. Por eso es importante la digitalización de los archivos. En las causas todavía se siguen pidiendo informes.
--L.B.: Yo reivindico cada vez más la lucha de los nuestros, de nuestros familiares, con errores y aciertos. Si se cultiva la memoria, a ese recambio lo vamos a lograr. Pero eso solo es posible si se conoce la historia. Eso es lo que más preocupa. Creo que se conoce poco, tal vez por errores nuestros o por los cambios en todo el mundo. Pero solo se puede saber cuando hay memoria.
Por qué Lita y Graciela
Angela “Lita” Paolín de Boitano tiene 90 años y lleva la mitad de su vida buscando. El 29 de mayo de 1976 se llevaron a su hijo menor, Miguel Ángel Boitano. Casi un año después, el 24 de abril de 1977, presenció el secuestro de su hija mayor, Adriana, en plena calle. Su familia pasó a ser el organismo de derechos humanos al que se había integrado a principios de 1977, Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. “Mi lugar”, dice con orgullo.
Allí conoció a Graciela Palacio de Lois, que era compañera de militancia de su hijo Miguel Ángel en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Graciela había llegado a Familiares unos meses antes que Lita. Buscaba a su marido, Ricardo Lois, secuestrado el 7 de noviembre de 1976 en Belgrano, cuando acudió a una cita a la que Graciela faltó para quedarse cuidando a su bebita, María Victoria.
Una madre y una compañera, “Lita” y Graciela son parte de la memoria viva de ese organismo de derechos humanos, el primero que se creó en medio del terror de la dictadura y que está cumpliendo 45 años. Por Familiares también pasaron, entre otros, Mauricio y Rosita Eisenchlas, Lucas y Lilia Orfanó, Hilda y Rodolfo Velazco, Silvia Gurrea, Teobaldo y Clelia Altamiranda, Catalina Guagnini, Emma Pecach, Mabel Gutiérrez, Tilsa Albani, Angelita y Remy Vensentini, Carmen Gómez, Jaime y Sara Steimberg, Julio Morresi, Juan y Polda Segalli, Susana Miguel, Zulema Ricciardi, Jorge y Emma Bidón Chanal.