Hablar de anarquistas convoca a recordar a figuras como Pierre-Joseph Proudhon, Mijaíl Bakunin, el Príncipe Piotr Kropotkin, Errico Malatesta, los mártires de Chicago, los protagonistas del levantamiento de Asturias o, entre nosotros, Severino Di Giovanni, la Semana Trágica de 1919 o los fusilamientos en la Patagonia de 1921. Vale recordar esta tradición de un movimiento defensor de la libertad contra la opresión de amos y patrones, en pleno desarrollo de la Revolución Industrial, las luchas campesinas y emergencia de otras teorías que buscaban nuevas formas de organización como los socialistas utópicos y sobre todo las postulaciones de Marx quien no pocas veces polemizó con ellos. Los también llamados a veces libertarios conformaron una corriente de vastos alcances que abarcó diversas líneas desde el anarquismo individualista, el mutualismo, el anarquismo colectivista, el anarcocomunismo, el anarcosindicalismo, hasta consolidarse en las primeras décadas del siglo XIX como un movimiento extendido en Europa Occidental, en Rusia, Estados Unidos y en algunos países de América Latina, en estos últimos casos sobre todo como resultado de la inmigración. Valga mencionar una figura como la del español Rafael Barret quien vivió en Argentina, Paraguay y Uruguay. Hacia 1870, en ambas orillas del Plata los anarquistas inician su múltiple actividad -publicaciones, folletos, canciones, poemas, historietas, reuniones, fiestas- con el objetivo de difundir sus ideas y también como actos reivindicativos concretos, las huelgas y ataques armados. Los anarquistas organizaron sindicatos de importante presencia, así por ejemplo F.O.R.A. en Argentina y C.N.T. en España.
Hubo una cantidad de estudios sobre el devenir del anarquismo en la zona rioplatense, así lo atestigua la bibliografía que dos especialistas en el tema -el uruguayo Daniel Vidal y el argentino Armando Minguzzi- citan en el prólogo a una compilación titulada Contra toda autoridad. Según se desprende de esa presentación se trata de una muestra heterogénea en cuanto a los temas que abordaron, pero también a las modalidades discursivas puestas en juego. Se valieron los anarquistas de la ficción en distintas inflexiones: crónicas, relatos realistas, fantásticos, distopías y parodias con el común objetivo de apelar al lector para suscitar su toma de conciencia a través de la presentación de situaciones verosímiles y constatables en una realidad que bien podía, por conocida, motivar empatía; por acudir al grotesco, por desmontar discursos hegemónicos, por ridiculizar personajes del mundo burgués para, “dotar a los lectores de herramientas ideológicas con las que juzgar las acciones cotidianas, las ideas y/o prejuicios de ese momento o enfrentarse a los hechos y sus actores.”
Y si del día a día de esos receptores se trataba, se multiplican los personajes: inmigrantes, reclutas, obreros y obreras, retobados, sirvientes, prostitutas, víctimas en general de señoras y señores ricos, curas, patrones, milicos y gobernantes. De ahí la disparidad de textos que van desgranando conflictos, proclamas, ironías, en el consecuente combate contra la explotación capitalista para lo cual “todas las tradiciones, todos los registros, todos los formatos le vienen bien”.
Ante esta rica variedad los compiladores eligieron efectuar una organización por apartados cuyos temas sirven como orientación para visualizar qué cuestiones eran raigales para los anarquistas. Cada uno de ellos tiene un título sugestivo (extraído de alguno de los textos incluidos), así: “Hay una gran lujuria en tus pupilas, en tus pupilas negras y malvadas”, para presentar episodios sensuales, defensa del amor libre, condenar la venta del cuerpo femenino, criticar la institución matrimonial y aun sugerir una relación homosexual. En “Los anarquistas son niños grandes que sueñan con la luz” se vindica la revolución y el anhelo de solidaridad y fraternidad social; “¡Qué desconsuelo cuando se enteren que no hay cielo” apunta a demoler al clero hipócrita asociado a los amos, no faltan muy graciosas parodias acerca de la creación del mundo ni retratos de curas lascivos y glotones que se aprovechan de las devotas. “¿Y que vamos a comer? ¿Adoquines?” muestra la vida miserable en la ciudad, entre los relatos está “Job en la calle”, de Alberto Ghiraldo (una de las figuras más conocidas que fuera fundador de la primera revista Martín Fierro y quien enlazó la estética modernista con el credo anarquista. Otra vertiente importante de que se valieron los anarquistas fue la vinculación que establecieron con los otros desheredados que no eran los obreros urbanos sino los gauchos, indios y campesinos, como se ve en “¡Qué sabe el carancho de las necesidades del mataco!” “El Payador Libertario” compone milongas sociales, Martín Fierro y Juan Moreira son convocados, la vida libre del gaucho se ve trastocada por los alambrados así como se cuestiona el régimen electoral. La explotación en el trabajo, las consecuentes huelgas y las farsas patrióticas se ven en “Hoy la fábrica ha estado muda”. Por último “En Argelia gruñe el hipopótamo” se agrupan fábulas, sátiras a la clase alta, burla a una noticia del diario La Nación, burlescas biografías y también historietas. Todo lo cual desbarata el estereotipo del anarquista -se evidencia en uno de los relatos- como violento, amargo, malvado, para mostrar en cambio su profunda inmersión en todas las instancias vitales: amor, desengaño, humor, penurias, deseos y esperanzada expectativa.
Además de los mencionados Ghiraldo y Barret, figuran Florencio Sánchez, Angel Falco y Elías Castelnuovo (quien posteriormente adhirió al peronismo), hay dos mujeres Salvadora Medina Onrubia y Pepita Gherra, junto a otros menos conocidos y seudónimos (Germinal, Luzbel, El Tío Conejo), iniciales y anónimos. La inclusión de imágenes facsimilares de los periódicos y las caricaturas incorporadas al final de cada capítulo otorgan una vividez especial a todo este verdadero fresco de aquellos que sostuvieron la frase de Proudhon: “la propiedad es robo” ; despropiados y sin derechos, soñaron con una sociedad solidaria y fraternal. Su grito de libertad desafiaba la opresión enmascarada en el orden de los poderosos o desnuda y directa en el sistema que los condenaba a la muerte por hambre o ejecuciones.
Como dicen Vidal y Minguzzi: “Predicaron el amor en un océano de odios y fueron escuchados por no pocos corazones insumisos”. De ahí que hasta hoy resuenen, y que sirvan también para desbaratar el uso bastardeado que tienen hoy palabras como libertarios, ácratas, anarquistas.