Una sonriente mujer kolla sostiene en su mano un pequeño envase de la gaseosa más conocida del planeta. “¡Qué rica!”. Si alguien imaginó su voz, seguro acompaña al recuerdo que evoca la foto digital. Los más jóvenes del pueblo donde ella existió, no la recuerdan. Sin embargo, formó parte del paisaje por largo tiempo. La dibujó cuidadosamente la mano de un artista anónimo que hizo del gigantesco rectángulo de metal, su hoja en blanco.
El cartel fue instalado a principios de este siglo a un costado de la ruta principal, y a pocos metros de ingresar a San Antonio de los Cobres, la capital de la Puna salteña. En un mediodía sin nubes o sin polvo, sus colores primarios contrastaban con el cielo celeste intenso. Muchos turistas no escondían su sorpresa al verla: “vengo de tan lejos y aun así la encuentro”. La expresión no era por la dama sonriente, sino por esa pequeña botella que sostenía en su mano.
Por casi veinte años, la mujer y la botellita fueron el aviso publicitario más famoso de la Puna salteña y del comedor Huaira Huasy o Casa del Viento, traducido del quechua. “Al cartel lo hizo la Coca después que nosotros inauguramos en 2001. Ellos lo instalaron y se encargaron del mantenimiento cuando se deterioraba la pintura. Actualmente no existe, se destruyó completamente”, contó a Salta/12 Liliana Delgado, dueña del restaurante. Lo cerró cuando comenzó la pandemia de la covid-19 y los viajeros dejaron de llegar masivamente a ese pueblo de la Puna salteña.
De rebeldes
Tan lejos llegó la alquimia, que en el cartel de San Antonio de los Cobres, una mujer sostiene en su mano el preparado que Jhon Pemberton inventó en Atlanta (EEUU) en 1886. A la botellita la inventó “un tal Edwards”, según detalla Osvaldo Soriano en un artículo que tituló “Coca Cola es Así” y publicó en 1985, cuando reapareció en versión papel la revista Crisis.
“Edwards, un intelectual -cuenta con sospechoso sarcasmo -. extrae de la Enciclopedia Británica un diseño de nuez de coca, la estiliza, le da una base de apoyo y en la maqueta le hace agregar ranuras verticales sobre una parte del bombée para dar la idea de una mujer vestida con ropa ligera (de aquella época, claro)”. ¿Será que el dibujante anónimo leyó a Soriano y por eso le resultó coherente retratar a una mujer kolla con la famosa botellita en mano? Imposible saberlo. Como al cartel, cualquier rastro del dibujante parece estar tapado por arenas del olvido.
Soriano se confesó “entusiasta de ese dulce producto del imperialismo, idéntico a sí mismo en cualquier parte del mundo”. Criticaba certeramente la hegemonía del sabor. Alguien tomó esa posta no tan lejos de San Antonio de los Cobres. Evo Morales, primer presidente indígena del Estado Plurinacional de Bolivia, lanzó la bebida Coca Kolla en enero de 2010. Lo hizo desde Tiahuanaco, situada entre La Paz y el lago Titicaca. La presentó como parte de la lucha por legitimar el cultivo de coca en su país. También como parte de un plan para su paulatina industrialización. Fue una tarea que coordinó con privados a través de la Organización Social para la Industrialización de la Coca (OSPICOCA).
La mujer del cartel en San Antonio de los Cobres podría haber sido elegida como ícono durante aquel recordado anuncio de Evo Morales. O acaso ¿ella no representaría mejor a Coca Kolla? A Salta no llegó el producto. Según fuentes consultadas en el Consulado de Bolivia en Salta, aún se comercializa en el vecino país.
Sin embargo, todavía batalla en arenas judiciales. La multinacional norteamericana demanda al Servicio Nacional de Propiedad Intelectual de Bolivia, por “riesgo de confusión o asociación entre Coca Kolla Bolivia y The Coca Cola Company”. En abril de 2021, el reclamo se encontraba en el Tribunal de Justicia de la Comunidad Andina con sede en Quito (Ecuador).
De soñadores
Liliana Delgado, la dueña del comedor en San Antonio de los Cobres, relató a Salta/12 que por los años sesenta sus suegros manejaban un pequeño negocio que vendía gaseosas en Salar de Pocitos. Asoman esas personas anónimas que extendieron las rutas comerciales por lugares imposibles. Sus clientes eran mineros golondrinas de campamentos. También los contados habitantes de caseríos puneños alrededor del salar.
Para situarse, Salar de Pocitos se encuentra en medio de las cadenas cordilleranas que atraviesan el departamento Los Andes en Salta y a 118 kilómetros al suroeste de San Antonio de los Cobres. El hecho de que los suegros de Liliana vendieran determinadas gaseosas que circulaban por el globo, tiene que ver con la velocidad con que las franquicias de jarabes de las multinacionales se extendieron por el país profundo.
Entre el puñado de exclusivas, Crush fue la primera. Se envasó en Argentina desde la década del treinta del siglo pasado ¿Será por eso que persiste en el recuerdo ese sabor a jugo de naranja dulce? Con las bebidas cola no parece pasar lo mismo en Salta. Quizás porque el nexo entre sabor y recuerdos se construyó cuando la guerra de marcas llevaba varias décadas. Cuando llegó la Coca al país en 1948, ya circulaban varias bebidas cola. Entre ellas, Bidú.
De alquimistas, los Pastore y los Armengot
Las pequeñas empresas de bebidas gaseosas en Salta nacieron de experimentadores curiosos e inventores precoces. “Cuando la Coca Cola llegó a Salta en los años sesenta, fue un impacto muy grande para nosotros”, contó Guillermo Pastore a Salta/12 en una larga entrevista. Por esos años, la Casa Pastore que perteneció a su familia (de origen italiano) llevaba treinta años comercializando sodas y bebidas desde la capital provincial. Zanzíbar fue la marca fantasía que encontró su padre, Tito. Así pudo saltar el hecho de que el apellido había sido registrado como marca de bebidas gaseosas por otras personas. La solución fue: Zanzíbar de Casa Pastore.
La empresa familiar comenzó comercializando soda y la gaseosa Chinchibira, conocida por ser la primera en el país. Hay salteñas que, con solo nombrarla, recuerdan de inmediato su sabor, tan parecido a la bebida cola de la multinacional que lo conquistó todo. Otras recuerdan la curiosa botella de la gaseosa. También el sabroso sándwich con pan integral casero que la acompañaba y degustaban en un negocio llamado “La Casa Amarilla”, por la esquina de Mitre y Caseros.
Los menos, no olvidan lo difícil que resultaba sacar la canica de vidrio del interior de la botella tan particular. La diseñó el inglés Hiram Codd en 1860. Pero fue Héctor Luppi, un inmigrante italiano que vivía en Entre Ríos, quién la importó a Argentina para envasar en ellas la mítica bebida. De hecho, era tan difícil sacar la canica, que muchos rompían el envase de vidrio.
Si Pedro Pastore abrió las puertas de su casa para fundar allí el Club Central Norte en marzo de 1921, Marchello registró en la memoria gustativa de generaciones de salteños el sabor a granadina. Todavía hoy, muchos pueden detallar las legendarias copas heladas cargadas con ese jugo sabroso que se degustaban por el centro salteño. “Chelo”, por su apodo, llevaba el nombre del primero de la familia que llegó a Salta en 1885. Se transformó en el alquimista de una sociedad familiar que se disolvió en 1987. Sin embargo, el concentrado que surgió primero de sus experimentos fue el sabor naranja. Compitió en Salta –y por largo tiempo- con la Crush.
Por algunas décadas, entre los inventos de Pemberton en EEUU y la llegada de inmigrantes a Salta durante el siglo XX, el uso de jarabes no estuvo limitado por la propiedad intelectual sobre las recetas. Así otorgó a los alquimistas autodidactas más libertad de acción. Fue el caso de los Armengot, que comercializaron en Salta el jarabe Frugus.
El recuerdo de su sabor surgió entre comentarios que aparecieron en el grupo “Nuestra Salta de Ayer” en la red social Facebook. Sorprendida por la llamada, Lidia de Armengot contó a Salta/12 que el padre de su marido fue quién inició la comercialización del concentrado. “Frugus se servía con soda, si no, era demasiado dulce”, explicó.
La familia era de origen vasco francés. Su suegro se crió en Argentina porque llegó muy pequeño al país. “De fabricar velas siguió con los refrescos, y llegó a montar una fábrica en el Parque Industrial de Salta”. También comercializaron una gaseosa llamada Turpin, “muy parecida al sabor de la Chinchibira”, prosiguió Lidia. “Cuando mis hijos eran pequeños, hacíamos todo. Yo etiquetaba, ellos lavaban las botellas, llenaban y encorchaban. También viajábamos a los pueblos cercanos vendiendo el jarabe o los refrescos”. En su opinión, “cuando llegaron los endulcorantes, fue imposible competir con otras gaseosas. El precio del azúcar era mucho más alto y encareció todo. El sabor ya no era el mismo y al tiempo tuvimos que cerrar”.
Lo mismo les pasó a los Pastore, aunque tuvieron más espaldas y tecnología para aguantar los embates de las embotelladoras medianas y grandes que buscaban conquistar consumidores en el mercado salteño. Si bien ya compraban algunos jarabes a una firma tucumana (Saporiti SA), cuando en los 80 llegó a Salta la gaseosa tucumana Torasso, fue el final de muchas empresas pequeñas como Pastore. Contó Guillermo, que en 1987 la familia vendió la planta ubicada en Belgrano y Pedro Pardo –con todas las recetas- a Giacomo Fazio, hombre fuerte de la construcción en Salta.
De acumulación originaria
Las multinacionales empujaron al precipicio a cada una de las pequeñas empresas familiares que existieron en Salta. Y lo hicieron siguiendo la estrategia que Coca Cola aplicó y aplica en todo el mundo: a la concesión de franquicias le sigue la adquisición de las embotelladoras de sodas o aguas mineralizadas locales. En Salta, la última jugada fue Soda El Aybal en 2001. Con la estrategia, capturaron medios de producción sin tener que lidiar con máquinas, obreros y transporte. Revender desde Estados Unidos el concentrado fue un proceso paulatino, que destruyó pequeñas embotelladoras y avanzó desde el centro al interior del país.
El golpe final ocurrió en los años noventa. Con el dólar igualando al peso y escasa competencia, la venta de las grandes bebidas cola se disparó. Además, desparramó por Argentina el extraño derecho a beber de ese sabor gasificado. Apareció durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a cada soldado norteamericano le llegaba esa botellita que sostenía la mujer del cartel en San Antonio de los Cobres. Desde la apertura del primer shopping en la capital salteña en 1994, se abraza un hábito que se transforma en el derecho a pertenecer a un mundo globalizado.
Hoy los recuerdos están atados al consumo de la gaseosa a través de distintos discursos aspiracionales que circulan por pantallas. El gran invento de Pemberton ocurrió en el contexto de un capitalismo que necesitaba farmacéuticos y alquimistas. Gracias a ellos, unos pocos beben por más tiempo de su acumulación originaria. Los Armengot y los Pastore en Salta tan sólo disfrutaron de algunas décadas doradas, antes que la multinacional lo capturara todo.