Aunque no sea el objetivo principal de los libros de poesía, al leerlos se aprende mucho. Con los libros de Marianne Moore, por ejemplo, se conocen mejor las costumbres de algunas especies de animales, igual que se puede saber más sobre flores con los de Diana Bellessi o sobre películas inolvidables con La vista, de Claudia Masin. En el primer libro de Tamara Tenembaum (Buenos Aires, 1989), se filtran matices de la cultura judía desde la perspectiva de una chica porteña del barrio del Once. “Creo que los católicos/ no tienen/ el concepto de mitzvá./ Una mitzvá es/ lo contrario de un pecado”, se informa en uno de los poemas-episodios de Reconocimiento de terreno, el primer libro de la periodista y editora. Más de 60 textos, todos con un título a medias denotativo, componen una memoria en verso.
“Es la reescritura de una novela autobiográfica en la que venía trabajando hace dos años -cuenta la autora?. Llegué a mandársela a varios amigos que me habían dicho que reviera algunas cosas de estructura, pero a mí lo que más me preocupaba era el tono. Quería contar un mundo que para mí es mi mundo, el de la ortodoxia judía, pero que en el fondo es un universo muy raro.” A ese aspecto, se suma la historia familiar de Tenembaum. En los poemas habitan la madre y las hermanas, recuerdos de abuelas, la presencia de amigas de infancia y de la pareja. Quizás la figura más poderosa del libro sea la del padre, que murió en el atentado a la AMIA en 1994, cuando la autora tenía cinco años. “La poesía, sentí, me permitió resolver esos dos problemas: explicar menos, dejar más lugar a la pregunta, y enrarecer el registro, sin quedar sólo en los datos biográficos. Finalmente creo que el libro es eso: algo que está en entre un poemario y una novela.”
“Reconocimiento de terreno”, el poema que da título al libro, es ejemplar en el modo en que se halla la solución verbal para conjunciones frágiles, como religión e infancia o sensualidad y duelo. Está ubicado, estratégicamente, casi al final y adopta un tono diferente del resto. “A ese poema lo agregué luego de decidir el título -dice Tenembaum?. Lo que cuento ahí es verdad: cuando era chica, en los campamentos judíos ortodoxos sionistas jugábamos a entrenar como soldados israelíes. Es uno de los poemas más solemnes pero en un buen sentido. Solemne como, creo, es la Biblia. Y me ayudó el imaginario bélico a ligar algo que está en todo el libro: el cuerpo a tierra, la muerte, lo sagrado y cómo lo sagrado se hace polvo.” Es cierto que el cuerpo en su escritura ejerce como médium del recurso verbal: “La tierra no se adapta/ a lo que el cuerpo le pide/ y está bien/ porque hay cuerpos/ que son como el mío”. Como ella señala, es uno de los “hashtags” del libro, ligado con el judaísmo (y sus prescripciones), con la muerte del padre y la convivencia con un hombre de cuerpo tan pesado como el de un buey. No tanto el placer que el cuerpo procura como el que puede ser negado a causa del cuerpo es el que importa en Reconocimiento de terreno: “Me sacaron una placa/ me hicieron un molde de yeso/ y me dieron un corsé de plástico./ Ése fue mi Bar Mitzvá”. En “Justicia divina” el deseo sexual se encuentra con la misericordia: “Le sostuve la mirada/ con la firmeza suave/ de un cazador de ciervos/ porque yo todavía no soy deforme/ pero en cualquier momento/ me toca”.
Pero Reconocimiento de terreno no es el libro de una huérfana ni de una sobreviviente. Más bien puede ser leído como el epitafio reescrito una y otra vez, con energía y con distancia de un padre ambivalente. Él puede ser una versión masculina de Antígona, la contracara de la hija, un gran seductor o el modelo ideal con el que medirse cuando, en el sentido fuerte de la expresión, haga falta: “Yo creo que nos hubiéramos peleado/ él me habría perdonado,/ años después,/ habría estado secretamente/ con culpa orgulloso/ de su hija/ periodista/ y escritora/ con delirios de grandeza”. ,
Reconocimiento de terreno
Tamara Tenembaum
Pánico el Pánico