(en diálogo con Gabriela Cerruti, periodista, diputada nacional)

Gabriela Cerruti – Cuando leía tu libro ¿Por qué luchamos?, recordaba aquella canción con la cual en Argentina salimos a la calle cuando conquistamos la democracia en 1983: “¿Por qué cantamos?” Los versos de Mario Benedetti expresaban el sentido de nuestras luchas: “cantamos porque los sobrevivientes / y nuestros muertos quieren que cantemos / cantamos porque el grito no es bastante / y no es bastante el llanto ni la bronca / cantamos porque creemos en la gente / y porque venceremos la derrota”. Leía tu libro y recordaba a Marielle Franco y a tantas como ella: luchamos porque nuestros sobrevivientes y nuestros muertos quieren que luchemos.

Manuela d´Ávila – Sí, es verdad. Luchamos por nuestros sobrevivientes y también porque tenemos responsabilidad con nuestros muertos, que nos acompañan siempre en la lucha por la emancipación humana.

Creo que es importante empezar este diálogo reconociendo que tenemos realidades muy distintas en nuestros países. Por ejemplo, la realidad de las mujeres argentinas, con todas sus conquistas, no sólo con la elección del presidente Alberto Fernández, sino por sus luchas en la calle, por la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Una realidad distinta de la que vivimos en Brasil, donde tenemos un gobierno de extrema derecha, misógino y racista. Tenemos realidades muy distintas y complejas, es verdad. Pero también tenemos desafíos en común y ellos sintetizan las razones por las cuales luchamos.

Vivimos en un mundo con una crisis sanitaria sin precedentes, con una crisis ambiental y una crisis económica que comenzó hace más de una década, lo que ha producido una crisis social profunda. Ahora mismo en Brasil, mientras persiste la pandemia, el gobierno ha interrumpido el aporte de recursos públicos para la gente. Tenemos más de 40 millones de personas sin trabajo, que carecen de cualquier tipo de aporte estatal. La crisis sanitaria, que es generada por la crisis ambiental, tiene una relación profunda con una crisis social sin precedentes en la historia reciente de la humanidad. Creo que tenemos que entender dónde estamos, para saber hacía dónde debemos caminar. Nosotras, las mujeres feministas, cuando pensamos y hablamos acerca de las razones por las cuales estamos en la lucha, tenemos que saber que la nuestra es una lucha por la humanidad. Es verdad que estamos en lucha para que vivamos en una realidad con derechos iguales, pero también es verdad que nuestra lucha es la lucha por la emancipación de la humanidad. El centro de la lucha de nuestro campo político tiene que ser el enfrentamiento a la desigualdad económica y social.

Brasil es el país que ha tenido el sistema esclavista más extendido del planeta, en el que hoy persiste una desigualdad profunda, estructurada a partir de la cuestión racial y de género. ¿Tenemos cómo cambiar la realidad de una desigualdad económica y social tremenda sin enfrentar a las cuestiones de raza y género? Desde mi punto de vista, no. Y este tiene que ser el desafío y el eje de la construcción de alternativas de nuestro campo político en el siglo XXI. Aunque es verdad que nuestra lucha es la misma hace un siglo, también es verdad que las luchas de las mujeres y la cuestión racial tienen hoy un rol y una relevancia centrales.

Creo que no hay cómo imaginar alternativas políticas emancipadoras que no tengan a las mujeres, y sobre todo a las mujeres negras, como sujeto político central. Simplemente, porque ahí está la desigualdad más profunda y, para enfrentarla, tenemos que poner en el primer plano a quienes sufren esa desigualdad.

¿Cómo hacerlo? La lucha política y social asume hoy nuevas dimensiones y espacios. En Brasil, Estados Unidos y el Reino Unido con el Brexit, la extrema derecha se moviliza en internet y usa recursos de comunicación que nosotros no tenemos. Insisto en esta cuestión desde hace mucho tiempo, quizás porque sea periodista de formación y porque soy de una generación que está en las redes desde que empezaron a tener un rol de suma importancia en la vida política. Por ejemplo, el tema central de la última elección presidencial en Brasil, en la que compartí la fórmula con Fernando Haddad, fue Venezuela. Ahora es la comparación con Argentina. Creo que nosotros seguimos con una falsa contradicción entre lo que pasa en las redes y lo que pasa en las calles, como si fuera posible organizar algo en las calles fuera de las redes. Ustedes, las mujeres argentinas, que han tenido una lucha tremenda en la calle y que han logrado victorias importantes, saben que en buena medida eso ocurrió por la manera en que las “pibas”, como dicen ustedes, se han ordenado en ese espacio y cómo, a partir de ese espacio, han intentado avanzar en la lucha dentro de las redes. Creo que hay una nueva dimensión de cómo comunicarnos, organizarnos y disputar más intensamente, sobre todo por parte de la juventud, las nuevas formas de organización de las luchas que las redes nos imponen.

Además, debemos comprender que la cuestión ambiental debe constituir un eje central de nuestras movilizaciones y nuestras alternativas de desarrollo. Esto tiene bastante que ver con la pandemia y sobre cómo vamos a salir de la profunda crisis que ella amplía y profundiza. Si bien es verdad que es difícil imaginar un cambio profundo del capitalismo, tampoco deja de ser verdad que lo que hemos hecho en el pasado, de continuar así, nos deja sin alternativas en el futuro. En esto, la cuestión ambiental es clave y no siempre la hemos puesto en el centro de nuestras prioridades. No solo debemos presentar una alternativa a la crisis social, sino también construir una nueva perspectiva de desarrollo, que permita superar los desequilibrios ambientales que viven nuestros países y el mundo.

No soy una optimista irresponsable. Al contrario, creo que en este 2021 vamos a vivir el año más triste de nuestra historia reciente. En Brasil, por ejemplo, hay miles de niños y niñas trabajando. Esa realidad ha regresado a países que, como Brasil o México, poseen una inmensa y estructural desigualdad. Miles de niñas y niños sin derechos, sin escuela, en éstos, que son los países más desiguales del planeta.

¿Por qué nosotros no conseguimos construir alternativas a un capitalismo cada vez más injusto, cruel y desigual? ¿Por qué frente a esta realidad de injusticias sociales no conseguimos construir una alternativa más democrática y humanitaria, sino que, por el contrario, se imponen alternativas políticas que defienden el individualismo, el sálvese quién pueda? ¿Por qué nosotros no representamos el sueño de la gente, el sueño de un futuro distinto?

Debemos enfrentar estas preguntas sin miedos. Porque esto tiene que ver con las razones por las cuales debemos seguir luchando; las razones para reencontrar los caminos que nos permitan aproximarnos a nuestro pueblo. No es justo que haya niñas y niños con hambre, no es justo que miles de mujeres sean asesinadas cada día, no es justo que mi hija tenga escuela y miles de niños y niñas, no. Es inaceptable que millones de personas vivan en la miseria y solo algunas pocas personas acumulen una fortuna incalculable. Debemos reencontrarnos con el pueblo en estas luchas por un mundo más justo e igualitario.

Gabriela Cerruti – Yo también vengo del periodismo y efectivamente a nosotras todo lo que sucede alrededor del big data, de las redes o las fake news, nos interpela particularmente. Nos dan ganas de sacudir a nuestras fuerzas política, diciéndoles que esto no es algo más, que no es una manera diferente de hacer campaña política. Que se trata de otra cosa.

El mundo ha tenido una aceleración de nuevos descubrimientos. Desde que salió el teléfono y todos lo tuvimos en nuestras casas pasaron 30 años. Desde que salieron los smartphones y todo el mundo los tuvo, inclusive en las favelas y las villas miserias, pasaron solo algunos meses. Esa aceleración trae una disputa sobre el sentido de estos avances: ¿generan más justicia o más desigualdad? Creo que esta es una cuestión central, en el contexto de una pandemia que ha puesto en evidencia que, después de una crisis de esta magnitud, el mundo es más injusto y desigual.

Tenemos que discutir el tema de las fake news y de las redes. Pero creo que tenemos un tema más profundo que es el de las plataformas. Nos puede encantar que hayan sacado a Donald Trump de Twitter y de Facebook. Sin embargo, mientras nosotros nos seguimos peleando con un diario o con un canal de televisión, el que realmente decide si puede hablar o no el hombre más poderoso del planeta es el señor Twitter o el señor Facebook. Todos los inventos tienen cosas buenas y cosas malas. Cuando apareció la imprenta mucha más gente pudo leer, pero no mucha más gente pudo escribir o publicar. Por eso, cada vez que la humanidad avanza hay una disputa de sentidos entre lo que se cree que es un gran progreso y la realidad de quiénes controlan o se apropian de sus beneficios. Todo esto nos interpela sobre si estamos a la altura de las discusiones que hay que dar, o si estamos un poco atrás de los debates que se vienen.

Hemos pasado de una libertad de expresión en la que se discutía si algo podía o no publicarse en los medios de comunicación, a la “libertad” de transmitir fake news en las redes. Una cuestión que pone en jaque el voto libre y universal, que está basado en que la gente esté bien informada. La libre información es uno de los pilares de la República para que los ciudadanos estén bien informados para votar. Ahora tenemos un ciudadano que llega a votar nutrido de una información que puede ser absolutamente falsa. Nos ha pasado aquí en Argentina en la elección del 2015 y nos sigue pasando permanentemente en las campañas electorales. Esto pone en jaque a la democracia representativa. Nosotros aspiramos representar los sueños de las personas. Pero ¿dónde se forman los sueños de las personas? ¿quiénes imponen esos sueños?

De alguna manera, los grandes medios, a los cuales nos hemos opuesto muchas veces, estaban dentro del sistema y ordenaban los acuerdos básicos en la sociedad. A partir del crecimiento de la ultraderecha en Brasil, en Estados Unidos, y algunos países en Europa, los acuerdos básicos empiezan a tambalear. Nadie hubiese aceptado en Argentina, hace unos años atrás, poner en cuestión que la dictadura existió y que hubo 30.000 desaparecidos. Ese era el acuerdo básico que construimos con mucho dolor, con muchas marchas y contramarchas entre diferentes fuerzas políticas. Después, si los juicios debían llegar hasta la primera o la segunda fila de mandos podíamos discutirlo, pero ese acuerdo estaba. Por eso digo que esto pone en jaque la manera en la cual nosotros pensamos y concebimos la democracia representativa. Hay que preguntarse cómo se forma el sueño de las personas a las que buscamos convocar, movilizar y con qué o a partir de qué información, porque uno no sueña o desea cosas que no conoce, uno sueña o desea lo mejor dentro de su campo semántico.

Por otro lado, Manuela, nos hablas del ambientalismo y yo siento que el surgimiento del ambientalismo con Greta Thunberg y, en Latinoamérica, con los Jóvenes por el Clima, va siendo empujado con gran protagonismo de la juventud, como hicieron las pibas en su momento con el feminismo. Las luchas no surgen de un momento a otro, vienen de generación en generación. Esto lo sabemos. Construimos empatía a partir de la herencia de las luchas recibidas. Las mujeres estamos luchando hace muchísimos años por lo que hemos conquistado. A veces hay mareas, idas, vueltas y retrocesos. En ese diálogo entre generaciones, a mí me gusta decir que las de mi generación somos “las hijas de las locas del pañuelo blanco y las madres de las locas del pañuelo verde”. Nosotras vamos entrelazando pañuelos y tejiendo lo que se viene. De tal forma, con el ambientalismo estamos recuperando luchas a las que dábamos poca importancia, porque la lucha por la ballena o el oso polar nos parecían tremendamente ajenas. Luego, la ecología se volvió popular y empezó a insertarse en las causas populares. Ahora estamos luchando por el tapiz de la tierra, por el Amazonas o por el Chaco. Estamos luchando por muchas cosas que tienen que ver con nuestro día a día y eso nos pone en una nueva cosmovisión. La lucha del ambientalismo y de las mujeres se está uniendo en una lucha ecofeminista que nos va a permitir llevar adelante transformaciones mucho más transversales que las que hemos logrado hasta el momento. También tenemos que pensar que las primeras que han llevado una lucha por los bosques, selvas y ríos han sido nuestras mujeres. Hay una historia y una tradición que tenemos que ser capaces de recuperar.

Me parece que tenemos un gran desafío después de esta pandemia. El mundo va a estar atravesando una de sus mayores crisis y tengo la sensación de que todavía no vimos todo lo que puede venir. A pesar de que estamos peleando por las vacunas, es destacable que esta es la primera generación que ve una pandemia y antes de que termine ya cuenta con una vacuna. Esto habla muy bien de nuestros Estados, laboratorios y de la ciencia. A pesar de que algunos Estados se han comportado mejor que otros, el desarrollo científico y aferrarnos a la ciencia nos permite resolver estas situaciones. Ahora, en cuanto a la crisis económica, sólo hemos visto el principio de todo lo que se viene.

Así como las crisis generan más desigualdad, a veces también nos obligan a pensarnos de manera diferente. Yo trabajo mucho con el tema de las “nuevas vejeces”, con las mujeres que ahora tenemos 50, que vamos a tener 60 prontito y que vamos a ser muy distintas de como se concebían las viejas antes. Creo que hay dos cosas en la vejez que son muy interesantes para este momento: el desapego y la lentitud. Tal vez un mundo con más desposeídos y con más lentitud sea un mundo donde podamos pensarnos, como Pepe Mujica suele decirnos, saliendo del paradigma que nos exige producir y consumir cada vez más como único modelo económico y de desarrollo viable. Un paradigma que han tenido inclusive nuestros gobiernos populares y que nos lleva a un callejón sin salida.

Me parece que tenemos que replantearnos estas cuestiones. ¿Cómo hacer para incentivar el consumo en las clases populares y no tener el consumo como único relato del modelo económico?

Manuela d’Ávila – Me parece que es importante pensar el ambientalismo desde una perspectiva latinoamericana, porque en eso tenemos contradicciones con otras naciones y se juega la soberanía de nuestros países. Nosotros sabemos que los países de Europa y los Estados Unidos son muy amigos hasta que no necesitan serlo. Tengo un chiste con los franceses que es: “liberté, igualité, fraternité, para nosotrés”. Ustedes – nos dicen – resuelvan sus problemas. Es lo que han hecho en África. Lo mismo pasa con Estados Unidos: “la democracia es maravillosa”, hasta que necesitaron de la dictadura en Argentina, Brasil, Uruguay o Chile.

Nosotros debemos pensar la cuestión ambiental desde la perspectiva del desarrollo sostenible y de la soberanía de nuestras naciones. Ustedes los argentinos bien lo saben por el tema de las Malvinas y nosotros en Brasil con el tema de la Amazonia. El problema con Venezuela no es acerca de su gobierno, sino acerca de sus recursos naturales, no sólo del petróleo, sino también del agua. Es importante explicarle esto a las nuevas generaciones. Ahora es Venezuela, pero cuando yo empecé mi militancia hace 20 años, estaba el Plan Colombia. El tema de la Amazonia no es de ahora. Por eso tenemos que involucrarnos en la cuestión ambiental. Esto tiene que ver con aquello a lo que Pepe Mujica se refiere con insistencia: el patrón de consumo del capitalismo y de cómo eso se relaciona con la destrucción del planeta. Tiene que ver con el agua y con lo que vamos a hacer en los próximos años con las reservas en el mundo.

Sobre el consumo, hay una contradicción en nuestros países porque, cuando hablamos de aumentarlo, estamos hablando de cosas muy elementales y comprensivas como alimentos para nuestras clases populares, que la gente tenga zapatillas para ir a la escuela o materiales escolares para sus niños y niñas. Pero no hemos logrado distinguir esta perspectiva del patrón de consumo dominante, excluyente y desigual.

El capitalismo vive una crisis sistémica y estructural. Las salidas anteriores a sus crisis fueron episodios terribles de nuestra historia reciente como humanidad. Ahora tenemos la pandemia. Y tenemos que empezar a hablar sobre qué mundo es este que nos lleva hacia la catástrofe.

Gabriela Cerruti – Has destacado que no llegamos a representar los sueños de nuestros pueblos. ¿Cuáles crees que son esos sueños que deberíamos representar?

Manuela d´Ávila – El libro que acabo de publicar se llama: ¿Por qué luchamos? Un libro acerca de amor y libertad. Allí trato de analizar que nosotros debemos luchar por la libertad de las mujeres y los hombres, luchar por una sociedad en que la gente sea verdaderamente libre; o sea, que tenga acceso a los bienes comunes, que sus hijos tengan escuelas, que los niños y las niñas no vivan en contextos de desigualdad, que las mujeres negras no sean la base de una pirámide social tan injusta. Luchamos para que la sociedad, la humanidad, sea libre. Además, nosotros en América Latina tenemos la certeza de que no existe la libertad de un pueblo si el otro no está libre.

Las luchas del pueblo argentino, sobre todo de sus mujeres, han sido inspiradoras para nosotras. No solo por los triunfos logrados, sino porque, a pesar de las derrotas vividas, no bajaron la cabeza, no se rindieron y siguieron su marcha. Ustedes nos inspiran porque hicieron un gran camino y lograron vencer.

 

El presente texto es una adaptación de la clase que Manuela d’Ávila realizó en el Curso “Estado, política y democracia en América Latina”, donde fue presentada por Gabriela Cerruti. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global

El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es una iniciativa destinada a militantes y activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe. Ha sido promovido por el Grupo de Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó con el apoyo de Página12.

Coordinación general: Carol Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili