Ella quiere incendiar el pueblo. Quiere matarlo como si fuera una persona. Jorge, el muchachito que parece enamorado de ella se lo dice, el pueblo te ama y te esconde, por eso a veces no puedo encontrarte.
Pero Ana no va a dejar que el pueblo la atrape. Si todxs se van, si su papá viajó a Brasil y su madre nunca estuvo, ella rechaza ese mar muerto del final del verano, cuando el turismo se apaga y ese balneario se convierte en un páramo para quemar el tiempo.
Ana no va a permitir que el pueblo la mate. Ya está preparada para ganarle la contienda con sus ojos encantados. Pronto se va a hacer de un arma gracias a su impronta curiosa, a ese aire sorprendido y expectante de chica que descubre el mundo y al mismo tiempo lo procesa, lo vuelve propio, materia de su inventiva y de su ataque.
En la adolescencia cualquier chica puede ser tomada por un espíritu de guerrillera punk. Camila Romagnolo compone una criatura dispuesta a morderle el cuello a esa mansedumbre adulta. Ana se niega a parecerse a Alicia. La rigidez de ese cuerpo que Fernanda Pérez Bodria trabaja con ciertos destellos del grotesco, donde el drama de esa mujer abandonada se convierte en una tonalidad mecánica y angustiante que la actriz diseña en una fluctuación intensa, siempre ligada al conflicto interno, opera en tensión con esa expresividad que rompe las formas, con esa voluntad de Ana de impugnar todo límite.
La insurrección de Ana se alimenta del extraño que regresa. Ese mochilero ya entrado en años, como el resabio de una aventura posible, destruye toda oportunidad de escapar del destino. Al verlo Ana entiende que a los pueblos no hay que volver nunca.
La trama de Este verano te mato crece en el impulso de ese deseo primero que quiere vomitar el mundo para hacerlo nacer otro. Que los teléfonos públicos funcionen y que las cabinas de peluches nos hagan ganar el oso más grande por un peso. Porque la obra de Mariana de la Mata ocurre en los años noventa y los datos de contexto son tan contundentes como sutiles. La síntesis, la selección de elementos que parecen invisibles pero le otorgan cierta naturalidad a una época desolada, de pasaje hacia una realidad que deberá conquistarse con irreverencia, sin atenerse a las normas, es el código que sigue de la Mata como dramaturga.
De esos diálogos cortados se desprende Ana para intervenir sobre un territorio desencantado, a cuchilladas con su voz insolente, o a punta de pistola como una heroína del far west. Ana podría andar por la ruta como una vaquera moderna dispuesta a preguntar y a increpar, a unir lo que le parece desintegrado y perdido.
Los parlamentos responden a una textualidad que se vale del vacío, de interrupciones para hacer evidente una noción de lo incompleto que abre las potencialidades narrativas de la actuación. Tanto Romagnolo como Pérez Bodria utilizan este procedimiento desde una emocionalidad que decanta en un armado estilizado, como si se dibujara en base a prototipos pero que se sostiene en una corporalidad al acecho, disconforme, dispuesta a interpelar al entorno masculino ubicado en una pasividad indolente.
La obra apuesta a una resolución por la acción que está anunciada en el tono determinante del título. No hay que pedir permiso frente a lo que se desea, no vale someterse a la rutina de poner una moneda en la ranura para ser dichosa. Pero en Este verano te mato no hay discurso ni melancolía. El aprendizaje de Ana es práctico, va directo a su objetivo y corre a hachazos las prohibiciones y los números de larga distancia que nunca contestan. Ana hace del pueblo su verdadero contrincante. M
Este verano te mato se presenta los jueves a las 21 en el Teatro Beckett.