Octubre de 2003. Argentina empezaba a salir de "la" crisis, pero aún no lo sabíamos. La poesía empieza a ser mostrada en Internet y publicada por los mismos poetas. Entre el progreso tecnológico, el caos económico y el orden político, se da un boom casi invisible de autoediciones, autogestión editorial y editoriales independientes que hacen libritos chiquititos en tipografía sans serif y todo con minúscula. Las ediciones cartoneras unen a cartoneros con poetas. Una joven poeta rosarina empieza a escribir poemas festivos, directos. En sus lecturas la performance en poesía, en la amarga Rosario, empieza a ser recobrada como un gesto mínimamente aceptado (empezó mucho antes, a comienzos de los noventa, pero era invisible de tan inadmisible). Tres años pasan, las distancias se achican y dos de aquellos pequeños gigantes se saludan: Junco y Capulí, de Rosario, creado por dicha poeta junto a una grabadora amiga, y La Creciente, de Córdoba. De aquella mítica unión nace un libro de esos que tardan 15 años en encontrar su público.
Y el público llegó. Hoy es el día. A una década y media de su primera edición en 2006, y a un lustro de su edición en e-pub en 2016, se presenta Soy fiestera, de Mercedes Gómez de la Cruz, el único libro rosarino de poemas con banda de sonido colaborativa abierta en Spotify. Música que amenizará la presentación de hoy a las 19 en el Espacio Cultural Universitario (ECU), San Martín 750, donde participarán, junto con la autora, sus colegas Sofía Lenski, Juan Pablo Di Lenarda Pierini y María Paula Alzugaray; Federico Fritsch y el músico Pablo Comas. Esta tercera edición del libro, la segunda en papel, fue publicada en Rosario por el sello binacional ítaloargentino Pecore Nere, con ilustraciones de Cris Rosenberg y prólogo de Cristian Molina. Sumando al cuidado diseño que caracteriza el catálogo del sello de la ovejita negra, la obra hace honor a su pasado manteniendo la forma cuadrada "disco" de su primera edición y convocando como prologuista a quien fue uno de los editores, junto a Irina Garbatzky, de la segunda. El momento no podía ser el más oportuno: si antes de la pandemia el baile en Rosario era aquello a lo que pocos cuerpos de clase media letrada se animaban (excepto en raros casos de algún severo entrenamiento en ballet clásico) y si durante la pandemia la fiesta colectiva fue lo que parecía prohibido y perdido para siempre, ahora la voluntad social pide pista donde celebrar, si bien con la cautela que el contexto aún requiere, que seguimos con vida.
Desde su mismo título, Soy fiestera es un libro-gesto, imbuido del impulso vanguardista y futurista del manifiesto. Por la misma razón es un libro futuro, que cantó ayer a todas las fiestas del mañana, es decir las de hoy. Pero que no lo hizo con la distante voz nasal de Nico en "All tomorrow's parties" (canción melancólica y seguramente ausente de una playlist diseñada para bailar en la lengua materna local, el castellano) sino con el sabor latino que la autora paladeaba en los estudios decoloniales, la cumbia santafesina de Los Palmeras y el ritmo caribeño de la poesía que en Buenos Aires producía el escritor, editor cartonero y pintor neoexpresionista Washington Cucurto (Santiago Vega). En su lúcido prólogo, Molina omite sin embargo algunos antecedentes: antes de ser el nombre de una revista literaria editada en Rosario por Pablo Solomonoff, Mercedes Gómez de la Cruz y Diego Martínez, Viajeros de la Underwood fue un proyecto editorial que abarcó cuatro fascículos de narrativa breve, diseñados por Solomonoff, que acompañaron otras tantas lecturas en el bar La Puerta. En la última de aquellas lecturas hubo una "perfo" de drag king amateur, de la cual existe (en honor a una exactitud histórica necesaria y para los archivos de la neuro/sexo-diversidad) registro en video grabado por Ignacio Roselló.
Fe de erratas aparte, el prólogo es brillante y el libro refulge con elaborada sencillez, como un traje de lentejuelas de carnaval. Parece escrito anoche por una de las pibas de la marea violeta, pero no. Festeja esta noche sus quince años con la fiesta que se merece. No se anticipa, por fortuna, a ninguna clase de corrección política. Es, fue y seguirá siendo un libro políticamente incorrecto, que si fue corrido por derecha en los pacatos comienzos de siglo (cuando resultaba irritante por lo moderno empezar un libro de poesía con un epígrafe tomado de una canción bailable de Charly García que incluía un gentilicio substandard), ahora será corrido por izquierda, pero se lo va a bancar. "La alegría no es sólo brasilera". Es spinoziana, es bienaventurada y física a la vez. Es erótica, en el sentido amplio de ponerle el cuerpo a la vida para agradecerla, no para padecerla.
"Me agacho y aspiro la selva/ en mi cuerpo al danzar el sudor/ me hermana al animal", escribía Mercedes antes de que la palabra "especismo" se hubiera importado traducida al castellano. "Nada más que mi movimiento necesito", apunta en un gesto posporno. Hay una ascesis en el exceso que estos versos celebran, un yoga cósmico del cuerpo emancipado del yugo mental por el vértigo del baile que lo ancla al presente. El libro, como tantas canciones de la cumbia y otros géneros populares, es un manual práctico de instrucciones para bailar; la fiesta como identidad. Al final, termina en un tratado de ética. "¿Por qué no bailan?" es la pregunta que enciende la mecha y que "Mecha" mechea del título de un cuento de un autor minimalista por entonces de moda, pregunta molotov que Molina ubica bajo las coordenadas de las sillas correctas.
Con la palabra "fiestor", invención en latín macarrónico que parodia la solemnidad de los claustros anticumbistas, se confrontan las acusaciones inquisitoriales venidas del superyó social: loca, endemoniada, etcétera. Dato no menor, el nuevo libro contiene un bonus track de poemas que no integraban la primera edición, y que Gómez de la Cruz escribió inspirándose en fotos analógicas de la noche rosarina de fines del siglo veinte por el fotógrafo rosarino Luis Vignoli. Incluye, entre otras primeras versiones, el poema donde aparece por vez primera un verso-consigna. "Cada día es una fiesta en algún lugar/ parece decir la negra en la foto". Soy fiestera es un tesoro que las disidencias sexoafectivas abrazarán como propio sin miedo al ridículo ni al escándalo. Que lo haya escrito en una ciudad tanguera, en presente, una mujer cis que se dice blanca, probable afrodescendiente de una negritud sudamericana olvidada, no le restará filo ni fuego.