“La palabra dicha es el sonido del mundo”, dice Laura Devetach, conversadora de tonada cálida, palabrera con el oído pegado a la tierra, docente, poeta y narradora. Ella y Gustavo Roldán (1935-2012), ese chaqueño que también cultivaba el arte de la conversación y la escritura, serán homenajeados por la Biblioteca del Congreso de la Nación durante el Cuarto Encuentro para la Mediación de la Lectura. La literatura argentina contemporánea le debe mucho a la prolífica familia Devetach-Roldán, que incluye a sus hijos Laura y Gustavo. Los cuatro han desarrollado una obra que incluye cuentos, poemas, textos literarios e ilustración orientados a la infancia, pero también a los adultos. Este miércoles, a las 18, en una “Una caja llena de...”, Devetach conversará con Verónica Parodi y Karina Micheletto, periodista y editora de Página/12. Después habrá un espectáculo musical a cargo de Chiqui Ledesma.
El homenaje a la familia Devetach-Roldán se extenderá durante tres días. El jueves 30, a las 18, habrá lecturas y narración con Las Verdevioletas como artistas invitadas, con Silvina Mennuti y Laura Finguer, integrantes del dúo. A las 18.30, será el turno de recordar a Gustavo Roldán, “un escritor indispensable”, con las ponencias de Marcela Carranza y Marta Polimeni. El cierre de la jornada, a las 19.30, llegará con Cuentos muy conocidos y otros no tanto, con Ana Padovani como artista invitada. El viernes 1º, a las 18, se realizará un “Recorrido ilustrado por la obra literaria de la familia Roldán Devetach”, con Claudia Degliuomini, Juan Lima, Eugenia Nobati y Alejandro O’Kif. Finalmente, la última actividad, a las 19, será un contrapunto poético con Laura Roldán y Claudio Ledesma. Todas las actividades se pueden seguir a través del canal de You Tube de la Biblioteca del Congreso.
Devetach, que el próximo 5 de octubre cumplirá 85 años, nació en Reconquista (Santa Fe). Su padre era un inmigrante de origen eslavo que llegó al país en la década del 30. “Me contaron que hablé desde muy chica; en mi generación se practicaba mucho la conversación, cosa que hoy no estoy segura de que suceda de la manera en que lo veía en mi infancia, en mi adolescencia, incluso en mi juventud. La conversación se ha ido achicando porque probablemente estamos absorbiendo lo que nos dicen otras oralidades, como la televisión o la comunicación virtual, que es también muy importante; pero esa conversación de gente de pueblo de hace más de ochenta años no la veo en este momento”, aclara la escritora que aprendió a leer con el libro Pinocho, que su padre había traído de Italia.
La autora de La torre de cubos, que fue prohibido por la última dictadura cívico militar, recuerda que conversaba mucho con su papá. “Me hablaba del universo, del lugar de la tierra entre los planetas, me daba ejemplos que yo entendía. Siempre fuimos muy compinches para la conversación. Le preguntaba a mi papá cómo sería escuchar el sonido de la conversación de la gente en la tierra toda junta. ¿Cómo sería eso? Entonces él me decía que no se iban a escuchar todas las conversaciones juntas porque gran parte del mundo estaría durmiendo, pero que sería un enorme bochinche”. A esa niña con la imaginación amotinada le gustaba decir las poesías que sabía de memoria y darle lenguaje “a los seres que no tenían lenguaje”, como las hormigas, los escarabajos, las lombrices, las abejas o las mariposas. “Yo me hice muy amiga de la palabra. Despacito, cuando aprendí a escribir, fui apresando esos sonidos en el dibujo de las letras”, cuenta la escritora como si estuviera escribiendo un poema oral.
Las composiciones que escribía en la escuela eran muy largas. “Yo fui a un colegio de monjas doce años y no podían entender a una chica imaginera y juguetona como yo; entonces me preguntaban quién me hacía las composiciones, hasta que una vez mi mamá se hizo presente en el colegio y hubo una trifulca alrededor de mi escritura. Esto pasó cuando tenía 9 años. Yo tenía libretas llenas de cosas escritas, se perdió todo, desgraciadamente, porque me hubiera encantado ver algún garabato de los que hacía cuando era chica”, confiesa Devetach, autora de Monigote en la arena, El ratón que quería comerse la luna, El hombrecito verde y su pájaro y Una caja llena de... por mencionar apenas un puñado de títulos entre los más de 70 que ha publicado, que incluye obras para adultos, como los cuentos Los desnudos, los poemas Para que sepan de mí y el ensayo Oficio de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana.
La palabra de la tierra ha sido uno de los alimentos para Devetach. “En Reconquista teníamos una tonada tipo correntina que viene del guaraní. A nuestra casa venía el picador de leña, que era un oficio en mi infancia bastante utilizado porque se cocinaba a leña y entonces había que tener en el galpón leña picada. El picador de leña hablaba guaraní y nos contaba historias. Las cosas que escuché de ese picador de leña que venía dos veces al mes a achicar la leña para alimentar la cocina... De ahí me llegó el lobizón, la leyenda de la yerba mate, la leyenda del Dorado, tantas otras cosas con palabras y tonadas muy de la zona”, comenta la escritora y agrega que tanto Gustavo como ella estaban “muy interesados en el tema de la sonoridad de las palabras y el tono con el que se habla”.
Escribir quizá sea como el aire que respira. “Yo sigo escribiendo un poco de todo, no me hago demasiado problema para qué interlocutor porque cada vez estoy más convencida de que uno puede tener en el mismo libro interlocutores de distintas edades –afirma Devetach-. Para mí esa división taxativa de edades para los chicos no va. Yo creo que habría hacer toda una revisión de esa cuestión. Mis poesías para adultos en este momento están circulando por escuelas secundarias; es como que van creciendo los libros: pasaron de la primaria a la secundaria. En este momento no pienso para quién escribo: yo escribo. Estoy trabajando con poesía, sin planes; en algún momento los papeles se reunirán, tomarán su lugar, y veremos si aparece algún nuevo libro”. La escritora revela que le gustaría hacer algo con la trasmisión del pasado para los jóvenes que desconocen ciertas costumbres. “El tiempo más pausado da también más pausa para vivir, para pensar, para amar y para construir. La velocidad que tiene este momento para mí no es buena –advierte Devetach-. Las construcciones rápidas se destruyen rápido. Ojalá la escritura no termine convirtiéndose en un mensaje abreviado”.