Ha tocado en dúo con Chick Corea, con el solista brasileño de bandolim Hamilton de Holanda, con Enrico Rava y hasta ha cantado junto con Chico Buarque. Puede internarse con igual soltura en éxitos del cine italiano o en el campo de las improvisaciones más abstractas. Es, siempre, un instrumentista excepcional. Y el pianista Stefano Bollani bromea diciendo que “hacer música es una manera mucho más barata de tratar de entenderme a mí mismo que ir a un psicoanalista”. Lo que parece asombroso, en todo caso, no lo es para él: “La respuesta finalmente es sencilla. No se trata de que me interesen cosas tan diferentes. A mí me gusta una cosa, que es hacer música, pero esa única cosa tiene muy distintas formas”.
Llegó por primera vez a Buenos Aires en 2006, abriendo el Festival de Jazz de la ciudad junto a Rava. Con él había grabado para el sello ECM en 2003, como parte de su quinteto (en Easy Living) y, en 2004, en un notable disco en trío (el tercer hombre era el baterista Paul Motian) bautizado Tati. Y registraría, en el mismo año de su actuación porteña, y, como aquí, en dúo, otro álbum, sin tercer hombre alguno, llamado no obstante The Third Man. Volvió a esta ciudad en 2007 y en 2014. Y su nuevo regreso muestra dos formatos que prometen mucha de la diversidad que lo caracteriza. Ayer actuó solo en el Centro Cultural Kirchner y mañana, en el Teatro Coliseo, se presentará junto con una orquesta sinfónica, y con el pianista y compositor argentino Diego Schissi, haciendo música de este último y de George Gershwin.
“Escuché el disco Tongos, de Schissi, y me enamoré en el acto”, cuenta a PáginaI12. “Había allí algo que me hacía sentir en casa, en un terreno natural para mí: esa idea de que la música es un único mundo y uno puede transitarlo con libertad. Hay tango allí, pero no se trata de tango sino de una música que respira muchas músicas”. En cuanto a Gershwin, de quien interpretará la Obertura cubana y Rhapsody in Blue, con dirección de Carlos Vieu, además de una serie de improvisaciones sobre algunas de sus canciones, ya había grabado ese repertorio con la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, dirigida por Riccardo Chailly.
La discografía de Bollani es profusa. Sólo en ECM publicó, además de los ya nombrados, un disco más con Rava (New York Days, de 2008, con un quinteto que completan Mark Turner, Larry Grenadier y Paul Motian); Stone in the Water (grabado ese mismo año en trío con Jesper Bodilsen en contrabajo y Morten Lund en batería); Orvieto, registrado en vivo a dúo con Chick Corea, en el festival de esa ciudad, en diciembre de 2010 y enero de 2012, y O que será, un seductor recorrido por algunas piezas maestras del repertorio de la canción brasileña –y por alguna otra cosa, como el Oblivion que Piazzolla escribió para un film de Marco Bellocchio– junto a Hamilton de Holanda. Pero un panorama representativo de este pianista casi inclasificable no debería excluir alguno de sus discos para el sello francés Label Bleu, como el formidable I Visionari, de 2006, en quinteto con Mirko Guerrini en saxos y flauta, Nico Gori en clarinetes, Federico Spinetti en contrabajo y Cristiano Calcagnile en batería, con el agregado de la voz de Petra Magoni y la suya propia. “Hay una mitología alrededor del valor de la ‘coherencia’, es decir de una coherencia definida desde un lugar central. Se dice ‘ésta es la ciencia’ o ‘ésta es la música’, y lo que queda afuera no lo es. Pero de golpe aparece algo nuevo, que convierte a esa coherencia, a esa visión del mundo, en incompleta. Aparece en el mundo algo que no sabíamos que estaba y eso nos obliga a cambiar nuestra concepción del universo. Hago todo lo posible por escaparme de esas reglas, que dicen lo que debe ser y lo que no. Esas reglas son cárceles y a mí me interesa tratar de escaparme”.
Nacido a fines de 1973, Stefano Bollani tiene entre sus fuentes al jazz. Pero su manera de abordarlo –o de trabajar técnicamente con su instrumento– no es exactamente jazzística. Sus improvisaciones, que obviamente releen a Art Tatum, a Bill Evans y a Chick Corea entre muchos otros, lo hacen desde un universo más cercano al de los Estudios para piano del compositor György Ligeti (que, a su manera, también releen a Tatum) que a la propia tradición del jazz. Tampoco sus materiales provienen de un solo lugar. Tango, canción brasileña, un movimiento de un concierto de Prokofiev, Michael Jackson, Frank Zappa o una canción napolitana pueden ser igualmente válidos como puntos de partida. “El tango y las canciones de los años ‘30 son la música del último período en que el gusto popular iba a la par del de la crítica”, reflexiona. “Después tomaron rumbos opuestos. Y en el medio inventamos el rock, como para complicarlo todo aún más. A mí me gusta considerarme, por una parte, un divulgador, simplemente. Alguien que hace conocer algunas músicas. Si ser un músico de jazz es ceñirse a ciertas reglas pues bien, no soy un músico de jazz. Soy alguien a quien le gusta tocar el piano.”