Fondo blanco (y negro)
En épocas de normalidad, por estas fechas Múnich sería sede de ese encantador descalabro que se sucede año tras año desde comienzos del siglo XIX: la fiesta popular más grande de Alemania, que se concentra en torno a apreciada vedette. La cerveza, obvio es decirlo, por la que se reúne una auténtica multitud; más de seis millones de personas en el transcurso de dos semanas para celebrar, cómo no, el Oktoberfest. Por razones de público conocimiento, ni se llevó a cabo este 2021 ni el pasado 2020, imposibilitados locales y turistas de disfrutar de los millares de litros de birra disponibles en las carpas abarrotadas, además de los pollos asados y las tradicionales salchichas germanas. Una desgracia añadida es que cantidad de vecinos no hayan tenido ocasión de lucir sus looks típicamente bávaros, con el que gustan pavonearse para la ocasión: los famosos lederhosen (para ellos) y los dirndls (para ellas). Dicho lo dicho, por esas latitudes acaba de editarse un fotolibro que, en cierto modo, sirve para paliar la abstinencia. Se trata de Oktoberfest 1984–2019, del galardonado artista muniqués Volker Derlath, que entrega lo que su título promete: una sobredosis de imágenes de los últimos 35 años del festival, capturadas por la cámara analógica del fotógrafo. “Con esta serie, recordamos tiempos más felices”, reza la sinopsis de un proyecto en blanco y negro, apañado vía flash, que recupera “escenas cómicas, tiernas, violentas”: gente literalmente dada vuelta, porrones dispuestos en altura cual torres épicas, borrachines sosteniendo una muñeca inflable, desmayados durmiendo en un carrito de compras, entre ellas. El evento, dice Volker, “es una especie de utopía donde las personas pueden olvidarse de su domesticada cotidianidad, dar rienda suelta a todo aquello que ha sido barrido bajo la alfombra de la civilidad”. Una locura desenfrenada, en resumidas cuentas, que el propio Derlath ha disfrutado siendo, como es, un fanático de la cerveza.
Jabones con banda de sonido
Veganos, ecológicos y sin aditivos artificiales, tales son los jabones creados por el músico y DJ parisino Flagalova, que no solo vienen pipa para asearse; tienen bonus track al amenizar el tiempo de baño con musiquita ambient. “La pandemia ha impactado negativamente en mi carrera, que lleva más de un año pausada”, ofrece quien ha encontrado llamativa manera de solventar sus gastos cotidianos y, asimismo, echar a andar sus composiciones, llegar al público. Jabones, dicho está, en tres variedades: con fragancia a arándano y cereza, a té verde y mandarina, a limón y lavanda. Y, claro, con vuelta de tuerca: en sus envoltorios, está impreso un código QR que, nomás escanearse, redirige a mezclas inéditas del muchacho, que no han pasado por plataformas streaming como Deezer o Spotify. “Vendrían a ser mini EPs de una duración estimada de siete minutos. O sea, lo que tarda en promedio la gente en pegarse una ducha”, desanda Silvère Mainfroy, nombre de bautizo de este artista francés de 27 años, que decidió poner atinada etiqueta a su proyecto: Soapy Sounds (“sonidos jabonosos”, su traducción al castellano). “Está siendo bien interesante crear suerte de bandas sonoras atmosférica, especialmente pensadas para el baño, dando una nueva dimensión a la idea de escucha íntima”, confiesa un entusiasmado y muy pulcro Flagalova, que ha visto una oportunidad dorada “en el simple hecho de que probablemente nunca antes nos habíamos lavado las manos tantas veces, ni con tanto espero, como en este último tiempo”. Está tan embalado, de hecho, que señala que los diez euros que cuesta cada jaboncito no solo darán acceso a una única obra: “Iré actualizando frecuentemente el enlace, para que las personas tengan acceso a nuevas músicas”. Fragantes y suaves composiciones, para cerrar el ocurrente círculo.
Un enfoque distinto
En Estados Unidos, iniciativas públicas y privadas llevan meses probando con variedad de estrategias: regalar efectivo, becas universitarias, vacaciones o cenas, entradas VIP para espectáculos de diversa índole. Aún así, los incentivos no rinden suficientes frutos para lograr que el total de la gente se vacune contra el covid-19, algo que solo ha hecho poco más de la mitad de la población en el país del norte. Frente a los negacionistas, una empresa decidió tomar un enfoque menos amable, bastante más brutal: “No te vacunas”, reza el slogan de la funeraria Wilmore, de Charlotte, Carolina del Norte, dejando entrever lo evidente... Claro que las cosas no siempre son lo que parecen porque, tras mostrarse en vía pública estos afiches promocionales, claramente shockeantes, y viralizarse la contundente campaña en redes, descubrieron internautas rápidamente que no existe tal casa mortuoria. La iniciativa es obra de una agencia de publicidad local, BooneOakley, que velozmente declaró su autoría. “Queríamos demostrar la importancia y urgencia de la vacunación desde una perspectiva distinta, que sacudiera a la gente, porque los avisos convencionales claramente no están funcionando como se esperaba”, reconoció el director de la firma, David Oakley, en charla con la CNN. “Sabíamos que una campaña así era un riesgo, estábamos nerviosos; pero si una sola persona reacciona gracias a estos carteles, habrá valido la pena”, sumó el frustrado varón, comentando que el estado de Carolina del Norte está por debajo de las cifras nacionales de residentes con esquema de vacunación completo. Dijo además que, con sus empleados, ya están pensando otras ideas en la misma tesitura para seguir reforzando el mensaje. Sobra decir que más de un curioso espera intrigadísimo para ver con qué diantres salen...
Por un quítame esas flechas...
British Rail, red ferroviaria de Reino Unido, está trabajando para modernizarse, con planes de lanzar el año próximo “servicios más puntuales, boletos más sencillos, trenes más ecológicos que satisfagan las necesidades de la nación”. En su afán por desalentar el uso de automóviles en favor de esta manera de traslado y de plantarse como una marca familiar, también actualizarían el look de su histórico logotipo, que ha existido desde 1965. De hecho, ya han presentado un diseño provisorio, donde las entrecruzadas flechas rojas han pasado a varias tonalidades de verde, algo que no ha terminado de convencer a sus usuarios, conforme han hecho saber vía redes sociales, donde han volcado masivamente su disconformidad. Así las cosas, quiso saber The Guardian qué opinaba sobre la colorida mutación que ha sufrido el logotipo una persona en particular: un tal Gerry Barney, de 82 años, que aunque sea un desconocido para la mayoría de la gente, tiene un rol central en esta historieta. Después de todo, fue este inglés el que, décadas atrás y con apenas 24 pirulos, bosquejó en el reverso de un sobre el que acabaría siendo el símbolo inoxidable de viajar en tren en Gran Bretaña, siendo el creador del logo original. Consultado acerca del pasaje de rojo a varios verdes de su criatura, el tipo no se anduvo con vueltas y dijo que le parecía “una reverenda porquería”. “Si hubieran elegido un único verde para representar los beneficios medioambientales de moverse en tren, lo hubiera entendido, ¿pero qué es todo eso?, ¿por qué hay tanta variedad?”, no se anduvo con chiquitas el varón, que de ninguna manera respalda la flamante alternativa. Aún más: la tilda de “desastre”, y no termina de entender “por qué tratan de arreglar algo que nunca estuvo roto en primer lugar. Si algo funciona, es ridículo meterle mano”. Su diseño, dicho sea de paso, sobrevivió la privatización de la red ferroviaria de 1996, porque como él mismo explica “para aquel entonces ya era más que un logotipo: se había convertido en un ícono reconocible por todos y todas”. “Dado que cada línea tiene su propia identidad visual, muchos acaban confundidos, y la única tranquilidad que tienen es gracias al logo, que les permite saber que, al menos, están en una estación de tren”, comparte el señor. Cuenta además que ningún funcionario ferroviario se contactó con él para preguntarle qué opinaba del asunto verde. “Probablemente, porque ni siquiera saben que todavía estoy vivo”, bromea el hombre que, para celebrar su cumpleaños número 82, hizo un viajecito con su esposa a Cornualles. En tren, por supuesto, como el fiel usuario que es.