EL OLVIDO QUE SEREMOS - 6 PUNTOS
Colombia, 2020
Dirección: Fernando Trueba.
Guion: David Trueba, basado en libro de Héctor Abad Faciolince.
Duración: 136 minutos.
Intérpretes: Javier Cámara, Nicolás Reyes Cano, Juan Pablo Urrego, Patricia Tamayo, Maria Tereza Barreto.
Estreno en Netflix.
“Escribí para que mis hijos sepan de dónde vienen mis propias neurosis”, declaró el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en una entrevista con Página/12 en 2007. La excusa para aquella visita a Buenos Aires fue el lanzamiento de la novela autobiográfica El olvido que seremos, centrada en la figura de su padre Héctor Abad Gómez, médico y sanitarista asesinado por grupos paramilitares en la ciudad de Medellín en 1987. Tres lustros después de la publicación del texto, la adaptación cinematográfica a cargo de los hermanos Trueba –Fernando en la dirección, David en el guion– llega a la plataforma Netflix con el Premio Goya al Mejor Film Iberoamericano 2020 bajo el brazo y con buenas perspectivas en los Premios Platino. Producida y filmada en su totalidad en Colombia, el director de Belle époque y La niña de tus ojos confió en el riojano Javier Cámara para interpretar el rol central de Héctor Abad padre, quien hace un buen trabajo a la hora de imitar el particular español paisa, con sus seseos y yeísmos marcados como mazazos.
El olvido que seremos, la película, comienza en blanco y negro y en Italia. El año es 1983 y Héctor Abad hijo –que será sin excepciones quien aporte el punto de vista de todo lo que ocurrirá– recibe un llamado desde su país natal. El regreso al terruño del único hijo varón marca el paso a la fotografía en colores y el comienzo del núcleo narrativo, en la Medellín de 1971. La descripción del día a día de esa familia de clase media cultivada y progresista, donde las mujeres son amplia mayoría, es lo mejor del film de Trueba. Más allá de su aspecto grave, el pater familias es un hombre amabilísimo, entrañable, alejado de los machismos cotidianos de la época, preocupado por el trabajo y también por el hogar. Su hijo lo mira con indisimulada admiración, mientras en la casa se suceden encuentros con amigos y colegas. También la visita de familiares, como ese arzobispo que reconoce no haber leído cierto texto oficial antes de rubricarlo.
Es que en tiempos políticos convulsionados Gómez no es bien visto por una parte de las fuerzas vivas de la ciudad, y sus críticas al sistema sanitario le han hecho ganar más de un enemigo, además del mote de comunista. “Mi corazón se ubica a la izquierda, pero el cerebro está en el centro”, dirá años después el médico, alejado a la fuerza de su cargo de profesor y dedicado de lleno a la política, el mismo día de su asesinato en las calles de una Medellín marcada por la violencia. Años antes, otra tragedia familiar marcaba a los miembros del clan, punto de quiebre de un relato usualmente vital, en el cual las dificultades son enfrentadas con el mejor de los talantes.
El olvido que seremos –cuyo título remite a un poema atribuido a Borges– ofrece algunos de sus mejores momentos en escenas aparentemente triviales: la rendición a guitarra de un tema de los Stones; la esperada visita a la morgue de la universidad, origen de pesadillas futuras; la lectura de un cuento infantil inventado sobre una cama matrimonial a punto de ceder ante el exceso de peso. Ese universo podrá parecer idealizado, pero su configuración está filtrada por la mirada infantil del narrador. Cuando la pantalla abandona los colores apastelados y regresa a un presente de blancos, grises y negros, la película pierde de golpe todo su encanto, acumulando escenas de manera atolondrada hasta llegar a la anunciada desgracia final. Durante la última media hora, El olvido que seremos se transforma en una película ampulosa, declamada, dicha a los gritos.