Aunque las rotativas estaban preparadas para llevar a primera plana el gol iniciático de Messi en su era PSG, los flashes se los terminó quedando un suceso que no estaba en la imaginación ni del más alunado. Al mejor jugador del planeta solo podía eclipsarlo un hecho extraterrestre, y eso fue prácticamente lo que sucedió este martes: mientras Leo la embocaba en París, un club de un país que no reconoce ningún otro Estado (y que hasta hace días casi nadie registraba) puso de rodillas al elefantiásico Real Madrid en el mítico Santiago Bernabéu. El máximo campeón de la Champions League besaba la lona contra al Sheriff FC, un nombre más propio de un equipo custom del PES o de un torneo fútbol 5 entre amigos.
La noche mágica de las Avispas de Tiráspol solo se entiende en el contexto surrealista de Transnistria, ese país postsoviético que, antes de la eclosión de la URSS, decidió emanciparse por su cuenta, con un territorio de 4100 km2, apenas un poco más que CABA y el GBA juntos. Esta república separatista que limita con Ucrania y tiene presencia militar rusa todavía es reclamada como propia por la vecina Moldavia. Y es la única del mundo que aún conserva en su bandera nacional la hoz y el martillo, además de un monumento a Lenin frente al parlamento de su ciudad capital (el "Soviet supremo", aunque se trate de una democracia presidencialista). Ni en Moscú se consigue tanto.
Medio millón de personas habitan Transnistria, añoran la Unión Soviética, odian a Moldavia e hinchan por el novel equipo de la pequeña Tiráspol, fundado hace 25 años con el mecenazgo de una empresa de seguridad creada por dos ex agentes de la KGB. De ahí su nombre, aunque la compañía se diversificó hacia negocios como los supermercados, las estaciones de servicio y los medios de comunicación. El resultado es el lógico: mucho dinero y poder en una de las zonas más calientes de Europa oriental.
► En cada club, un Cristiano
Con el formato de sociedad anónima (que en Argentina se resiste por motivos varios y fundados, a pesar de su irrigación por goteo y la experiencia en Talleres, puntero de la Primera), el Sheriff FC contrasta la ciudad de 120 mil habitantes con un campus deportivo de 40 hectáreas que incluye ocho canchas de entrenamiento, gimasios, pileta, canchas de tenis, el estadio principal para 13 mil espectadores, otro secundario para 8 mil y un tercero más pequeño pero techado, presto para los inviernos peludos de nieve espesa y temperaturas bajo cero que llegan a los -5º.
Pero esa opulencia económica no se corresponde con la cotización de su plantel, que en su conjunto vale cuatro veces menos que la ficha de Thibaut Courtois, arquero del Madrid. Su goleador proviene de Mali, el DT es de Ucrania, hay jugadores de destinos exóticos como Malaui, Níger, Macedonia del Norte o Trinidad y Tobago, y hasta cuatro sudamericanos, entre ellos su capitán Frank Castañeda, el también colombiano Danilo Arboleda y el peruano Gustavo Dulanto.
El otro es Cristiano, quien, por supuesto, no es el renombrado portugués, sino brasileño, como el true Ronaldo. Aunque este tiene un antecedente que O fenômeno no: circunstancialmente había abandonado el fútbol profesional para arreglar barcos en un astillero de Río de Janeiro. Además, en la breve historia del Sheriff también hubo un argentino, Nicolás Demaldé, de largo paso por el ascenso criollo.
Casi todos fueron incorporados como jugadores libres, transferencias por cero dólares, cero euros o más bien cero rublos transnistrios, la moneda de curso legal en el país que la ONU, al igual que el resto del mundo, no reconoce como autónomo sino como un territorio de Moldavia. Aunque en los hechos ese Estado no tenga absolutamente ningún control.
► La ley de la cancha
Después de algunas experiencias fallidas en fases eliminatorias, el Sheriff FC detonó su pólvora para sorpresa de todos entre julio y agosto, cuando fue pasando una a una las cuatro rondas clasificatorias contra rivales relativamente cercanos. Primero fue el Teuta de Albania, después el Alashkert de Armenia, y finalmente dos históricos de la vieja Yugoslavia: el Dinamo Zagreb croata y el serbio Estrella Roja de Belgrado, campeón europeo en 1991.
Seis triunfos y dos empates llevaron a las Avispas a la fase de grupos de la Champions por primera vez en su historia. Aunque el sorteo le deparó una zona de grandes campeones y pocas expectativas: el bolillero lo mandó con el Real Madrid, el Inter de Milan y, como si eso fuera poco, el Shakhtar Donetsk ucraniano, de los más duros de la ex URSS.
El Real Madrid, máximo campeón de la Champions y último semifinalista, pateó 31 veces al arco, lanzó 29 centros al área y dispuso de trece córners. El arquero Georgios Athanasiadis paró once tiros francos: uno de ellos con la jeta, después de un bombazo a quemarropa de Luca Modric en la boca del área chica, que dejó al griego tumbado como un palo de bowling. De esas 73 acciones realizadas por el Merengue en su estadio y ante su gente, solo una acabó adentro: fue gracias a un penal y en los pies del francoargelino Karim Benzema, quien de paso se convirtió en el cuarto goleador histórico de la competencia.
Todos números que serán nada, apenas cenizas flotando en el aire frente a un dato que hizo fuego y rompió todo: en la noche de Madrid, el Santiago Bernabéu fue escenario de un hecho histórico como en tantos otros momentos, solo que este no querrá ser recordado por ningún hincha local. Al Sheriff le alcanzaron las dos ocasiones que tuvo para marcar sendos goles. El primero a los 24 minutos, con un certero cabezazo del uzbeko Jasurbek Yakhshiboev, y el segundo en la agonía del reloj, gracias a un inolvidable zurdazo del luxemburgués Sébastien Thill.
La misma cantidad de tantos le había anotado en Tiráspol al Shakhtar dos semanas antes, en su debut. Dos victorias en dos partidos, seis puntos la cosecha: el equipo transnistrio lidera el grupo D. Terminado el partido, el experimentado Carlo Ancelotti (campeón con Juventus, Milan, Chelsea, PSG, Bayern Munich y también con el Madrid que ahora vuelve a dirigir) se rindió ante lo inimaginable: "Es y será difícil explicar esta derrota".