Algo se ha quebrado en esta civilización nuestra. Sucedió no hace mucho y me temo que ya no hay vuelta atrás. Las agendas de las pequeñas aldeas han suplantado a los problemas masivos, y así nos vamos alejando paulatina, pero fuertemente, de las probables soluciones al hambre, a la corrupción, a la falta de trabajo, a la inequidad.

Es mi “Teoría de la pequeña aldea”. Aldeanos se llaman sus practicantes. La síntesis es sencilla: ya no es “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, ahora es pinta tu aldea y pintarás tu aldea. Pero, ¿acaso se terminó la globalización? No, aldeano mío. La globalización sigue en pie para vendernos a todos las mismas porquerías, y en el control de la información. Más allá de eso, cada uno a su casa, es decir a su aldea. A pastar alrededor sus inmediatos problemas, a veces minúsculos.

Lo vimos en las PASO. Fue tan multicausal el descontento que sólo se puede identificar la regla “cada cual atiende su juego”. No digo que no haya motivos reales de cierto malhumor. Pero son cada vez menos los que están preocupados por el panorama total, por el big picture, como dirían los yanquis.

Como si fuera poca evidencia, llegó el cambio de gabinete. Entonces, salieron los que le piden al partido al que (creen que) pertenecen que satisfaga sus deseos más recónditos. Ya no combatir el hambre y la corrupción, o generar trabajo. O quizá piden también eso, pero apenas hay un movimiento de ministros pasamos de los aldeanos que protestaban por un gabinete demasiado progre, fino y con agendas minoritarias en primerísimo plano, a los aldeanos que protestan por lo contrario, o por lo que sea. Siempre habrá un “lo que sea” en esta dispersión, en estas agendas de minorías.

Sea con más peronismo, menos peronismo, ministros pro aborto o anti aborto, a los aldeanos no hay gabinete que les venga bien. Y dicen “este ministro no me representa”, como si el partido (o el movimiento) debiera adaptarse a millones de singularidades y satisfacer a cada una y a todas. Algo imposible, claro. Esto marca el certificado de defunción de los procesos masivos. Incluso se puede entender a la antipolítica, el nuevo fantasma que recorre el mundo, aldeanos que piden que se satisfaga su deseo impreciso de una libertad basada en la ignorancia y en decir bobadas.

¿Es consciente el aldeano que vive ajustado a los deseos de una minoría? No lo sé. Sí sé que sólo se siente feliz en su aldea, siempre rodeado de gente que no le lleva la contra. Este es el centro del asunto: vivir allí donde todos creen y defienden más o menos lo mismo.

Y de ser aldeano a creerse el cuento de “sea feliz mirando en su interior” hay un paso. Entonces, este ciudadano ya no se moverá al ritmo de ninguna ideología, sino de la publicidad y del horóscopo. En cambio, en la masa, donde están los problemas mayoritarios, también están los díscolos, los amantes de lo contrario, incluso gente que puede ser vista como el enemigo.

Es otro signo del individualismo de esta época. Así es como de la agenda colectiva se han borrado las palabras imperialismo o colonialismo. Incluso la palabra hambre. La larga fila de penitentes caminando desde centroamérica hacia el norte, o los africanos tratando de llegar a Europa ni se menciona. De las guerras civiles en Siria o de las muertes causadas por la invasión norteamericana a Afganistán, ya no generan ningún “je suis”. Pero si se te escapa un insulto a la vicepresidenta de los EEUU por lo que le están haciendo a los haitianos, algunos aldeanos saldrán a defenderla por mujer o por negra. Porque en una aldea, insultar a un representante del imperialismo que ha causado miles de muertes (y de muchos compatriotas), es peor que ser la cara visible de esa fuerza genocida. Lo dijimos: ya pocos ven el big picture.

El tema de las pequeñas aldeas ya se percibe en todo. Desde el armado de un gabinete hasta en los problemas que se han generado en países latinoamericanos para ¡armar las listas de escritores para representar al país a una feria de libros!

Esta agenda de minorías versus agenda de mayorías es el último (y quizá el mejor, el más perfeccionado) refugio de los quejosos y de la indignación fácil. Los aldeanos siempre encontrarán un motivo para sacar los pies del plato y ponerse en el rincón de los iluminados, de la verdad, de esas nuevas iglesias.

Una palabra dicha por un dirigente basta para que el aldeano en cuestión se baje del barco de un proyecto popular y masivo agitando su banderita de minoría. Que este ministro no hable en inclusivo, que el otro es muy cheto (acá me sumo yo en tanto aldeano), bastan. O bastarán las cosas contrarias.

Y el enemigo (verdadero) nos deja retozar en nuestras contradicciones y se ríe. Así nos va, aldeanos míos. El siglo XXI nos encontró desunidos y sometidos, pero no por el embate del colonialismo, del imperialismo o de la globalización, como se pensaba, sino por nuestros pequeños deseos insatisfechos.

 

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