Un nuevo tipo de plusvalía hace años que determina al mundo contemporáneo. Esto sucede desde que la información constituye un valor clave, una nueva fuerza productiva en el engranaje capitalista.
El movimiento circular de la misma se puede describir de un modo sencillo: el "usuario" consume distintos tipos de mercancías, móviles, tablets, ordenadores, Uber, Amazon, Google y los distintos procedimientos online en los que participa. Paga por gozar de los mismos y mientras lo hace sucede algo no previsto por las teorizaciones clásicas del capitalismo. El consumidor paga pero simultáneamente es un productor de información que se archiva, se interviene con algoritmos, se procesa y se intercambia. Ésta información es la plusvalía que alimenta a todo el sistema mediático-financiero.
La novedad es justamente ésta: el sujeto paga por su propia explotación. Una explotación del trabajo que no tiene horarios ni productos finales. Es el reino de la mercancía en su condición fantasmagórica que Marx supo anticipar con su lucidez de genio y que Lacan retomó para explicar su enigmática equivalencia entre el "plus de gozar" y la plusvalía .
Cierta izquierda teórica quiso ver en el trabajo inmaterial en la red, un "cognitariado" que podría emerger como posible heredero del sujeto de la emancipación.
Esta trama circular desmiente esta expectativa, en la producción de la mercancía- información, el sujeto, en una circularidad siniestra, paga por su propia explotación. Como en las películas distópicas, nuestros cuerpos están enchufados a un softpower que acumula y transforma nuestra información producida como valor, para que nuevas clases dominantes, imposibles de localizar de un modo directo, salvo en sus distintas segmentaciones geopolíticas, organicen el tráfico de la misma.
En este horizonte la democracia está emplazada por aquello que Heidegger denominó la Técnica, un borramiento de la singularidad existencial a favor de la planificación de lo ente. Haciendo la salvedad de que esos entes están en nosotros mismos y son transversales a las distintas clases sociales que se fragmentan en la redes.
Cualquier proyecto democrático que quiera intervenir y regular estos procedimientos, donde la vida es materia prima del excedente de información, enseguida desatará un programa mediático-corporativo-financiero que organizará distintas estrategias de destrucción de dicho proyecto.
En este sentido es que las democracias mediáticas y corporativas han vuelto a la razón democrática un rehén de la democracia técnicamente emplazada.
De allí el impasse de los proyectos políticos democráticos, que aún aspiran a la soberanía popular, en su antagonismo con los nuevos propietarios del valor de la información. Queda por ver cómo opera, aquello que en los pueblos es inapropiable para la Técnica: la sincronía de lo más singular de cada uno con la experiencia del Común.
Aquello incalculable para los algoritmos de la Información.