La reabierta Sala Leopoldo Lugones, tradicional espacio de cine del Complejo Teatral San Martín, presenta a partir de este sábado y hasta el próximo 23 de cctubre el ciclo Kurosawa, lado B, con el que se homenajea al cineasta Akira Kurosawa (1910-1998) con un recorrido que incluye una selección de nueve de sus trabajos. La lista le propone al espectador abordar la obra de quien tal vez sea el más destacado autor de la historia del cine japonés, pero tomando distancia de sus películas más famosas, como El ángel ebrio (1948), Vivir (1952), Yojimbo (1961), Los siete samuráis (1954) o Sueños (1990), entre otras. Por el contrario, su grilla se interna en la filmografía de Kurosawa avanzando por los caminos menos transitados, pero que no por eso poseen un menor valor o una belleza menos notable. El programa incluye los siguientes títulos: No añoro mi juventud (1946); Un domingo maravilloso (1947); El duelo silencioso (1949); Escándalo (1950); El idiota (1951); Crónica de un ser vivo (1955); Los bajos fondos (1957); Barbarroja (1965) y Dodes’ka-Den (1970). Todas las películas del ciclo se proyectarán con copias de 35mm y la grilla de horarios puede consultarse en la web del teatro: https://complejoteatral.gob.ar/cine.
Como los significados que se le pueden dar a la expresión “Lado B” son muchos, se impone una aclaración. Surgido a finales del siglo XIX a partir de la creación del disco, el soporte más popular utilizado para grabar y reproducir registros sonoros, el concepto de Lado A y Lado B fue utilizado en su origen (y aún conservan esa función) para indicarle al oyente el orden en que debía escucharse la obra impresa en esas placas de formato circular y naturaleza reversible. Pasada la mitad del siglo siguiente, con el auge de la música pop, los artistas acumulaban sus trabajos más pegadizos en el lado principal de sus discos, dejando para el reverso lo más experimental y extraño, o lo menos memorable. En esa misma época se popularizaron los simples, disquitos en los que solo cabía una canción por lado. El formato se usaba para promocionar el corte de difusión de un álbum, que ocupaba la cara A, acompañándolos con alguna canción sorpresa en la otra. Fue así como los lados B se convirtieron en sinónimo de rareza, de material poco conocido e incluso de joya oculta. Es esta última acepción la que mejor le cabe a este lado B de Kurosawa, en tanto los títulos elegidos tienen, de un modo u otro, el valor del tesoro escondido. Y el ciclo de la Lugones no sería otra cosa que un oportuno mapa para encontrarlo.
No añoro mi juventud y Un domingo maravilloso forman parte de la primera etapa de la carrera de Kurosawa como director de cine. Resulta imposible no verlas como una expresión típica de la posguerra, período que fue especialmente duro para Japón, víctima de las dos únicas bombas atómicas arrojadas sobre población civil en la historia de la humanidad. La primera película es un relato anti bélico ambientado en la década del ’30, en el que un profesor universitario pierde su trabajo por manifestarse contrario al exacerbado militarismo que poseyó al país en esa época, que desembocó en la participación japonesa en la Segunda Guerra Mundial. La película se estrenó apenas un año después de la rendición del imperio. La otra, en cambio, es un drama romántico que se permite incluir al humor en la ecuación. Ahí una joven pareja de enamorados decide disfrutar de un domingo, a pesar de que los rodea la miseria y la destrucción. Si No añoro mi juventud es un alegato grave y gráficamente político, Un domingo maravilloso puede verse como su reverso: una película que sabe mirar el futuro con optimismo a través de la oscuridad que ensombrece el presente.
La intensa relación artística que Kurosawa construyó con el actor Toshiro Mifune también está bien representada en el ciclo. En los 17 años que van de 1948 a 1965, Kurosawa rodó 17 películas y casi todas ellas cuentan con la labor protagónica de Mifune. El emblemático actor participó en 16 de los títulos que integran esa lista, que comienza con El ángel ebrio y se extiende hasta Barbarroja, y solo estuvo ausente en el elenco de Vivir. Es decir que la mitad más una de las 31 películas que componen la obra del director lo tiene a él entre sus intérpretes. Además, la presencia de Mifune ocupa el tramo central de la de obra Kurosawa, quien filmó siete películas antes de que esa sociedad que los unió diera comienzo. Y otros siete títulos una vez que el vínculo llegó a su fin. Seis de esos 16 trabajos que compartieron forman parte de Kurosawa, lado B: El duelo silencioso; Escándalo; El idiota; Crónica de un ser vivo; Los bajos fondos y Barbarroja.
El duelo silencioso retrata a un joven médico que contrae sífilis durante una operación en un hospital de campaña, un hecho que no solo afecta su vida privada y sus proyectos familiares, sino que también cambia su perspectiva del mundo. En Escándalo, por su parte, Kurosawa parece apartarse de la perspectiva general con que hasta ese momento había observado la realidad de su país, para concentrarse en la corrupción. Lo hace a partir de la historia de una cantante que es fotografiada en la playa junto a un pintor y a la construcción posterior de una imagen apócrifa de la realidad por parte de los medios sensacionalistas. Las similitudes con el actual concepto de las fake news no parece ser pura coincidencia. La guerra es un evento recurrente en la filmografía de Kurosawa, en especial todo lo vinculado a los bombardeos atómicos lanzados sobre su país. Y así lo prueba Crónica de un ser vivo. Estrenada 10 años después de aquellas funestas jornadas de agosto de 1945, esta película cuenta la historia de un hombre que vive aterrorizado por lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, temiendo que aquello vuelva a repetirse.
Los guiones de casi un tercio de las 31 películas dirigidas por Kurosawa, nueve para ser precisos, son adaptaciones de distintas obras literarias. Además de los cinco libretos inspirados en obras escritas por autores japoneses y de Ran, basada libremente en Rey Lear de William Shakespeare, el cineasta japonés estableció un rico diálogo con la literatura rusa, adaptando trabajos de tres autores nacidos en el gigante eurasiático. Se trata de Dersu Uzala (1975), basada en el libro homónimo del naturalista Vladimir Arséniev; de Los bajos fondos, que adapta la pieza teatral del mismo nombre escrita por Máximo Gorki; y de El idiota, una de las novelas más populares de Fiódor Dostoyevski.
Con Barbarroja Kurosawa retrocede hasta el siglo XIX para contar la historia de un joven médico dispuesto a llevarse el mundo por delante, que regresa a su pueblo para trabajar en un hospital muy humilde, dirigido por otro médico al que llaman como el título de la película. Su estreno marcaría el final del período Mifune en la obra de Kurosawa. Los motivos para la ruptura de la prolífica relación nunca estuvieron claros. En su libro Las vidas y películas de Akira Kurosawa y Toshiro Mifune, inédito en la Argentina, el crítico de cine estadounidense Stuart Galbraith conjetura que para Mifune los beneficios artísticos de trabajar con Kurosawa “fueron superados” por las necesidades de sostener la vida onerosa que llevaba por entonces. Y que Kurosawa, por su parte, “se sintió traicionado” por algunas de las decisiones artísticas de su actor fetiche, que había empezado a aparecer en películas a las que consideraba inferiores.
Más allá del excesivo rigor para juzgar las decisiones ajenas, es cierto que las 185 películas y series en las que actuó Mifune parecen demasiadas y es evidente que algunos de esos trabajos (la gran mayoría) no están a la altura de la obra de Kurosawa. Tan cierto como que el director tenía fama de ser muy celoso de “sus actores”, en especial de Mifune. Tan roto quedó el vínculo tras Barbarroja, que cuando 20 años después alguien sugirió su nombre para interpretar al protagonista de Ran (1985), Kurosawa respondió que no trabajaría con nadie que hubiera aparecido en Shogún (1980), una popular miniserie coproducida por Japón y Estados Unidos, protagonizada por Richard Chamberlain. Y, claro, por Toshiro Mifune. Como si se tratara de vidas paralelas, el actor murió a fines de diciembre de 1997, menos de nueve meses antes de quien fuera su gran pareja artística, que falleció durante los primeros días de septiembre del año siguiente.
El ciclo Kurosawa, Lado B cierra con Dodes’ka-Den, la primera de esas siete películas que Kurosawa realizó ya sin su actor favorito, que es además la primera que el director filmó en colores. Como en Los bajos fondos, acá el cineasta japonés vuelve a filmar a un grupo de descastados, que esta vez viven amontonados en torno a un basural. A diferencia de Los bajos fondos, ambientada en el período medieval, Dodes’ka-Den transcurre en un presente contemporáneo al de su estreno. Pero la película no fue bien recibida por el público, convirtiéndose en el primer fracaso comercial del director. Dodes’ka-Den le cerró a Kurosawa las puertas de la industria cinematográfica en su país, una situación inédita que primero lo arrastro a la depresión y luego a un intento de suicidio. La salvación le llegaría desde la Unión Soviética, donde filmó su siguiente trabajo, la ya mencionada Dersu Uzala, que no forma parte de este lado B de Akira Kurosawa, cuyo recorrido puede disfrutarse en la Sala Lugones a partir de este sábado.