UNA EDUCACIÓN PARISINA - 7 PUNTOS
(Mes provinciales / Francia, 2018)
Dirección y guion: Jean-Paul Civeyrac
Fotografía: Pierre-Hubert Martin
Duración: 137 minutos
Elenco: Andranic Manet, Diane Rouxel, Jenna Thiam, Gonzague Van Bervesseles, Corentin Fila y Nicolas Bouchaud.
Estreno exclusivo en salas

"Dicen que en París llueve todo el tiempo, menos mal que no te gusta la lluvia", le dice a Etienne su novia mientras retozan en la cama de la habitación de la casa que él comparte con sus padres en Lyon. Etienne (Andranic Manet) es un joven adulto en vísperas de mudarse a la capital francesa para estudiar cine, un viaje con fines académicos pero que tendrá mucho de iniciación, de descubrimientos vinculados no solo a la disciplina de las cámaras y los micrófonos, sino también a las relaciones humanas y sentimentales. Un viaje expansivamente educativo, como señala con tino el título local del noveno largometraje de Jean-Paul Civeyrac. 

Estrenada en la sección Panorama de la Berlinale 2018 y vista en una de las secciones paralelas del Bafici, Una educación parisina abraza con ímpetu esa tradición cinematográfica nouvellevaguiana que presenta a jóvenes de ínfulas intelectuales teniendo largas discusiones sobre temas múltiples en medio de una atmósfera nostálgica, de añoranza de un pasado que ellos no conocieron. Que Civeyrac elija filmar en blanco y negro y ubicar el relato en una temporalidad difusa, más allá de alguna referencia lateral a Emmanuel Macron, no hace más que reforzar ese linaje.

Las aventuras parisinas comienzan haciéndose un par de amigos en el aula. Está el muy amable Jean-Noël, que parece tener intenciones románticas con Etienne, y el mucho más agresivo Mathias, un chico moreno especializado en demoler en clase los trabajos de sus compañeros y de defender el cine radical a como dé lugar. Para él, el cine no puede ser un entretenimiento sino un reflejo de las inquietudes y problemáticas sociales de su tiempo. Hay algo de petulancia en Mathias, de satisfacción ante la validación ajena de sus conocimientos, que ubican a la primera parte del film en el mismo pedestal intelectual que ese personaje, como si Civeyrac –que ha reconocido en varias entrevistas la raigambre autobiográfica de parte de lo que cuenta– encontrara en él la voz y la voracidad de su juventud. Mientras tanto, Etienne observa y escucha todo con fascinación de foráneo, al tiempo que empieza a enfriarse la relación a distancia con su novia y aparece una compañera de departamento que siente una evidente atracción hacia él. Y él hacia ella.

Y así fluye Una educación parisina, con personajes que entran y salen de la vida de Etienne, con las primeras posibilidades laborales en el rubro y charlas y más charlas con sus amigos y ocasionales compañeros de vida. Pero luego de varias elipsis que llevan el relato un par de años más adelante, los chicos se dan cuenta que no pueden llevarse el mundo por delante y se vuelven criaturas mucho más interesantes, con matices y contradicciones propias de la adultez. La vida dejó de ser aquello que les habían dicho que era, el futuro devino en un presente rugoso, de pérdidas y desencantos. Civeyrac, entonces, deja de lado su hasta entonces evidente francofilia para teñir el relato de una tonalidad agridulce, haciendo que lo que hasta entonces era una historia de una iniciación se vuelva muy parecido a la vida.