"Yo fui una buena cuidadora y me salieron todos muy trabajadores", repite varias veces Stella Maciel. Tiene 62 años, vive en La Plata y este octubre va a empezar a cobrar una jubilación gracias a que el Estado le reconoció su trabajo de toda la vida, el de cuidados. Hasta ahora, ni el mercado ni el Estado valoraron los ñoquis, las milanesas y los flanes caseros que les cocinó a sus cinco hijos durante más de 40 años. No le pagaron por llevar a los nenes al colegio y después pasarlos a buscar, por cuidarles cuando estaban con fiebre, por dormirlos todas las noches y después preocuparse cuando no llegaban.
La historia de Stella podría ser la de cualquiera de las alrededor de 25.800 mujeres que tendrán un octubre distinto, porque van a ver por primera vez en su cuenta bancaria un reconocimiento por haberse dedicado al cuidado de sus hijos. Lo oficializó el gobierno mediante un decreto presidencial a mediados de julio y reconoce a las tareas de cuidado y crianza como un trabajo y suma años de servicios previsionales por cantidad de hijos y licencias por maternidad de la persona gestante. La necesidad era fuerte: durante el primer mes de implementación pidieron turno 123.078 de las 155.000 mujeres que Anses tenía registradas en su base de datos como posibles beneficiarias.
"Voy a festejar comiendo con mis hijos y con mis nietos", comparte su alegría con PáginaI12 Stella, que hasta ahora subsistía gracias a la jubilación de su marido y también con mucha ayuda económica de sus hijos. Stella se casó y tuvo al primero de sus cinco hijos de muy chica. Tenía 13 años y se crió al mismo tiempo que cuidó. Nunca trabajó fuera de su casa, porque ese rol lo ocupaba su marido que es variador de caballos y trabajaba todo el día, desde bien temprano hasta la noche. Por eso admite que crió a sus hijos "prácticamente sola".
Stella se pasó una vida trabajando sin salario, sin aportes, y con el reconocimiento "con hechos" de sus hijos. Dice que ellos son los que siempre estuvieron cuando pasaron momento económicos difíciles y que ahora va a poder vivir más tranquila, "lo principal es que no voy a pedirle más plata a mis hijos".
Ahora que los chicos son grandes, están casados y tienen familia; ella sigue cuidado. No solamente cocinándoles sus comidas preferidas: "Me gusta colaborar con adultos mayores, voy al Centro Cultural Tita Merello y hacemos actividades. Como me gustaba hacerlo con mis hijos, lo que más me gustaba era pasar tiempo con ellos. Lo disfruté mucho y ahora también me da orgullo porque somos reconocidas por un sistema que nunca nos valoró".
El Programa reconoce a los fines jubilatorios un año por hijo o hija para mujeres y personas gestantes con hijos o hijas nacidas vivas y un año adicional por cada hijo con discapacidad. Además contempla dos años por hijo o hija adoptada siendo menor de edad. A las mujeres que hayan sido titulares de una Asignación Universal por Hijo y el niño haya percibido este derecho por lo menos durante doce meses se les computarán dos años adicionales. Por último, a las trabajadoras registradas que hayan hecho uso del período de licencia por maternidad y por excedencia, también se les reconocerá dicho plazo a los fines de acceder al derecho a una jubilación.
La provincia en la que se gestionaron la mayor cantidad de jubilaciones es Buenos Aires con 18.226 y una de ellas fue la de Marta Gonzalez, que tiene 63 años, tres hijos y vive en La Matanza. Marta trabaja desde los 14 años alternando empleos en los que no estaba registrada y otros en los que sí pero no hacía aportes todos los meses: "Eso me lo enteré cuando revisé los papeles para tramitar esta jubilación. Era un momento distinto al de ahora, a las mujeres nos abrieron más la cabeza y buscamos mejores cosas, en esa época agradecías porque tenías trabajo, no importa en qué modalidad".
Cuando quedó embarazada por primera vez la habían echado de su trabajo y consiguió uno para hacer desde su casa, por supuesto, no registrado. Trabajó los nueve meses de embarazo pero en la empresa no la querían contratar, porque ya iba a entrar en licencia por maternidad. A los pocos meses renunció para dedicarse al cuidado de su primera hija. A partir de ahí su trabajo fue vender productos, en general desde su casa, para poder tener disponibilidad horaria para cocinarle a sus hijos, llevarlos o buscarlos del colegio. "De a ratos dejé totalmente de trabajar, dos o tres años con cada uno de mis hijos hasta que entraban al jardín", cuenta.
Bajo el lema "eso que llaman amor es trabajo no pago", el colectivo de mujeres y disidencias visibiliza desde hace años una problemática que constituye un pilar fundamental sobre el que se construye la desigualdad de género, y es la distribución desigual de las tareas de cuidado, que recaen mayormente sobre las mujeres. La carga que tienen las mujeres sobre tareas de cuidado no remuneradas, que implica dedicar menos tiempo al desarrollo profesional, representan una de las razones que dificultan el ingreso de las mujeres al mercado laboral formal y, luego, su inclusión en el sistema previsional.
Según una encuesta sobre el trabajo no remunerado y uso del tiempo realizada por el Indec en 2013 (último dato disponible) la mayor carga de trabajo doméstico no pago recae sobre las mujeres, 76 versus 24 por ciento de los hombres.
Tras una separación por violencia de género, Marta vive hasta hoy vendiendo productos y con ayuda de sus hijos. "Necesito un ingreso, recién con un crédito al que accedí el año pasado pude comprar el calefón. En mi casa todavía tengo los pisos de cemento y los quiero poner, quiero tener una vejez mejor y más cómoda", resume.
Marta rememora el momento en el que fue a hacer el trámite: "Eramos todas mujeres de mi edad, alrededor de 60 años. Estábamos re contentas en la cola, porque compartíamos historias parecidas y un sentimiento de desilusión. Todas trabajamos criando hijos y las que estábamos solas con algún puchito más. Parecía que a nosotras no nos iba a tocar nunca, pero llegó".
Esta política cuenta con un gran peso simbólico y práctico y un histórico reconocimiento del Estado a una de las banderas más flameantes del movimiento feminista, sobre un trabajo que nunca termina: el de los cuidados. Desde el Estado apuntan a poner este trabajo en el centro de la economía, reconocerlo y redistribuirlo. A entender que es amor y es trabajo.