“La vida que queremos” llegó a su fin. La campaña que el Frente de Todos lanzó a fines de julio para encarar las elecciones legislativas duró apenas dos meses. La contundente derrota electoral de las PASO, que tensionó la interna de la coalición como nunca antes, no sólo derivó en un traumático cambio de Gabinete sino que también motivó una nueva estrategia electoral. El reordenamiento, explican en el oficialismo, tuvo dos movimientos: modificar, en primer lugar, el eje de la gestión y, en segundo, la comunicación política del Gobierno. En medio de la urgencia, hubo cambios concretos. Alberto Fernández bajó su perfil mediático y se sumergió en el territorio. Juan Manzur asumió la jefatura de Gabinete con un rol hiperactivo y pidió sacar los ministerios a la calle. Después de la tormenta, Cristina Kirchner eligió redireccionar sus dardos hacia la oposición y llamó a redoblar los esfuerzos para dar vuelta el resultado electoral. Por último, se definió que la campaña para noviembre quede en manos del asesor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí. Así, se puso en marcha el plan de contingencia.
En la mesa nacional del Frente de Todos reconocen que hubo un serio error de cálculo. Admiten que la valoración de la sociedad en torno a las políticas de cuidado sanitario no logró torcer el malhumor generado por el impacto de la pandemia. De ahí, el cambio de rumbo. La primera reacción del Presidente después del cruce epistolar con la vicepresidenta fue bajar su nivel de exposición. Estuvo una semana sin hacer declaraciones públicas. La partida de Santiago Cafiero a Cancillería lo dejó sin su principal interlocutor en Casa Rosada. Fernández entendió que el exjefe de Gabinete había sufrido el desgaste lógico por haber puesto la cara a la hora de coordinar la gestión de la pandemia y anunciar las restricciones.
La llegada de Juan Manzur le dio aire al gabinete. En el Gobierno aseguran que era momento de pasar a la ofensiva y darle mayor visibilidad a políticas públicas por fuera de la crisis sanitaria. A diferencia del alto perfil que tuvo Fernández en los primeros dos años, en esta nueva etapa se concentrará principalmente en medidas positivas y de mayor relevancia, mientras que la cotidianeidad estará a cargo del jefe de Gabinete y los ministros. En la campaña se abocará a recorrer los barrios del conurbano. A modo de respaldo, esta semana sumó una promesa de la cúpula de la CGT. La marcha del Día de la Lealtad llevará como bandera el respaldo a su gestión. En el mismo sentido, los movimientos sociales realizarán el próximo jueves el postergado acto que tiene como consigna “Por la unidad y la victoria” en la cancha de Nueva Chicago.
Por lo pronto, la expresidenta se movió en dos sentidos. Hacia afuera, Cristina Kirchner apuntó contra Mauricio Macri. Recordó el blindaje mediático que ostenta, las denuncias por evasión fiscal que acumula su familia y las maniobras que pergeñó en suelo porteño para “garantizar su impunidad”. Hacia adentro, el jueves le pidió a sus más cercanos en el Senado que hagan “el mayor de los esfuerzos” para dar vuelta una elección que sabe que está complicada. Es el mismo discurso que repitió estos últimos días. Además de una mayor proximidad con la gente, en el kirchnerismo entienden que a la campaña oficialista le faltó épica, bajar un mensaje claro y contundente.
El nuevo encargado de direccionar la estrategia comunicacional será un viejo conocido de la casa, el consultor español Antoni Gutiérrez-Rubí. El especialista en comunicación fue el encargado de la campaña de Unidad Ciudadana --con CFK a la cabeza-- en 2017 y firmó contrato con el Frente Renovador de Massa en 2018. Después de una semana de analizar distintas propuestas, la mesa del Frente de Todos decidió avanzar con la iniciativa del catalán. De esta forma, se dará por finalizada la estrategia que en la Ciudad y provincia de Buenos Aires llevó como consigna “La vida que queremos”. Si bien el asesor político ya se reunió con los publicistas del oficialismo, todavía no se conoció el nuevo eje que podría reformatear el concepto anterior. “La única posibilidad real de conseguir una comunicación política efectiva es la conexión emocional”, señala como mandamiento Gutiérrez-Rubí en su libro Gestionar las emociones políticas, y sentencia: “El relato, la narración, es la clave de todo. El discurso racional puede no ser suficiente”. La máxima se contrapone con la fría campaña previa a las PASO. A priori, en Casa Rosada se decidió que los funcionarios nacionales eviten poner el foco en la pandemia, salvo para anunciar aperturas.
En el Gobierno todos coinciden en que es necesario dejar de mirar para atrás y encarar para adelante. También en lo que refiere al fuego interno. Desde las PASO, el Presidente y la vicepresidenta hablaron solo tres veces: en la quinta de Olivos, el martes posterior a la derrota; por teléfono, el viernes siguiente después de la carta; y en un pasillo de la Casa Rosada, en donde se reencontraron para presentar el proyecto de ley de desarrollo agroindustrial. Hacía casi un año que Cristina Kirchner no visitaba Balcarce 50. Fue su tercera vez desde 2019. Como de costumbre, primero se refugió en el despacho del ministro “Wado” De Pedro para después asistir al acto. "Ya no tenemos que hablar tanto de lo que no pudimos hacer, sino de lo que debemos hacer para encontrar el rumbo que nos hace falta", expresó Fernández en el Museo del Bicentenario, con CFK sentada al lado y un mensaje de cara al futuro. La crisis política fue “superada”, había sentenciado De Pedro al comienzo de la semana. La foto de la unidad expresó un acuerdo tácito.
El veredicto electoral de noviembre será clave en lo inmediato. Reacomodarse después del golpe es el gran desafío del Frente de Todos. Perdió en 18 de las 24 jurisdicciones. Cayó en 42 de los 71 municipios bonaerenses que gobierna. ¿Cómo se ordena en la derrota? “Trabajando y metiendo goles de gestión. No hay otra manera. No hay tiempo para lamentos o reproches. Nadie está para echarle la culpa a nadie, porque casi todos perdimos”, resume un alto funcionario del Gobierno.