Este fin de semana, en miles de casas alguien con ansiedad se levantó temprano, buscó del cajón de las camisetas la más especial y volvió a vestir su manto sagrado. Antes de salir habrá chequeado tener carnet, documento y certificado de vacunación. El colectivo repleto y otra vez esa melodía conocida que dice que ya se puede volver a ser hincha, que se puede reafirmar en persona y a los gritos el amor incondicional al equipo... y el desprecio por el rival.
Tras 573 días, los estadios del fútbol argentino volvieron a recibir a los hinchas embanderados en todo aquello que la cultura del tablón demanda: lealtad por sobre todas las cosas, pero también violencia simbólica, estereotipos de género y ese humor que estigmatiza prácticas sexuales y hace un culto de la violación. Todo, bajo la estructura que comúnmente se denomina “Folclore del fútbol”.
“Como hinchas argentinos estamos atrapados en una especie de paradoja: queremos ir a ver los partidos como si fuera un espectáculo, tal como es en España, pero cuando vemos a un hincha español, o mismo hasta al clásico hincha de la Selección, con sus cantitos inocentes, lo vemos como una especie de ñoño, decimos 'ese no siente el fútbol, no es un hincha de verdad'”, reflexiona Manuel Soriano, autor del libro Canten putos: historia incompleta de los cantitos de cancha. Para él es posible que esas prácticas se transformen pero para ello el hincha debería “resignar eso con lo que se siente identificado, y no pareciera estar muy dispuesto a hacerlo”, sostiene.
Muchos de los cantitos intentan manifestar violencia y poder sobre el rival de turno. En esa lógica, la mayoría de las veces, a ese rival se lo caracteriza como homosexual, pues el mundo del fútbol es un espacio de reconfiguración de identidades y está organizado en torno a la dicotomía hombre/no hombre y su expresión más peyorativa: “puto”.
El sociólogo Nicolás Cabrera, en su trabajo Cuerpo, género y clase en las prácticas violentas de una hinchada de fútbol hace referencia a esta relación explicando que ese otro nombrado como “puto” no sólo instituye a los homosexuales como alteridad, sino que es una de las maneras de demostrar la superioridad de una hinchada sobre otra. “En la cultura del aguante, los definidos como 'putos' deben ser simbólica y materialmente poseídos, tomados, penetrados y dominados por la fuerza como gesto de poder”, detalla el investigador del Conicet.
Es amor lo que sangra
Esta vuelta del público a los estadios se hizo nada menos que en el partido más popular del fútbol argentino: el Superclásico, donde River recibe en el Monumental a Boca, su eterno rival. Tras la histórica final de la Copa Libertadores 2018, los hinchas millonarios convirtieron en himno un cantito de melodía pegadiza que, a simple escucha, pareciera ser algo inocente, simpático y sin insultos, pero que legitima una vez más que la cultura de la violación es musa inspiradora de la mayoría de los repertorios. En la fecha 14, ese “Cómo te duele la cola / desde el 9 de diciembre” habrá sido entonado por miles de gargantas que durante un año y medio padecieron abstinencia y creen que esa frase no representa más que una “chicana futbolera”.
Después del festejo del primer aniversario de la Copa, Bárbara Barisch, hincha de River e integrante del colectivo “River Feminista”, propuso desde su cuenta personal de Twitter: “¿Y si cantamos “Cómo te duele la COPA” y terminamos un poquito con el modelo de masculinidad tóxica?”, sin saber lo que eso desencadenaría: miles de “Me gusta” y retuits y también una incontable cantidad de insultos, descalificaciones y violencia de género.
“Siempre disfruté mucho del folclore, de seguir a mi equipo, pero con las gafas violetas del feminismo y también siendo mamá, un poco cambió mi perspectiva. Cantar eso es innecesario, habla de un acto sexual sin consentimiento, violento. No me gustó y lo compartí. Recibí muchísimos insultos, dichos que me angustiaron durante varios días, desde el típico 'Andá a lavar los platos', pasando por el 'Las feministas rompen todo, no sirven para nada' hasta amenazas. Todo por un comentario, por cambiar una palabra de una canción, no es que propuse que devolviéramos la copa”, recuerda Barisch, y aunque aún conserva la ilusión de un cantito distinto, asume que este domingo después de tanto tiempo sin pisar una cancha, se van a potenciar todos los rituales que alguna vez supimos tener.
La letra chica
El reglamento de transgresiones y penas de la AFA dice en su artículo 88 que se debe imponer sanciones al club cuya parcialidad entone a coro canciones que sean discriminatorias, amenazantes, obscenas, injuriosas u ofensivas a la moral y buenas costumbres. En muchos partidos los árbitros han interrumpido el juego mientras sonaban ciertos cantos xenófobos y antisemitas. Sin embargo nunca han hecho lo mismo con expresiones de violencia sexual y de género.
Pero no en todos lados es igual: en México, las hinchadas suelen gritar “Ehhh... ¡puto!” cada vez que el arquero rival hace un saque de arco. Por esto la FIFA ha sancionado económicamente a la Federación mexicana en reiteradas ocasiones y en la Copa Confederaciones de este año, el organismo fue más allá y advirtió que en caso de continuar con esta costumbre, las penas serían más graves. Desde la Selección Nacional han apelado a la reflexión de sus hinchas a través de un comunicado oficial: “De continuar con este comportamiento de nada servirá el esfuerzo en la cancha si por esto perdemos el juego, si se suspende un partido o si te expulsan del estadio; perdemos nosotros, pierdes tú, perdemos todos”.
Sin ir más lejos, en la última fecha de Eliminatorias, un periodista venezolano propuso “lanzarle cantos picantes” a Lionel Messi y así provocarlo con dichos misóginos contra su esposa durante el encuentro. El repudio no tardó en llegar y la justicia de Venezuela optó por actuar de oficio y solicitar "aprehensión e imputación por los delitos de Violencia Simbólica y Promoción al Odio por discriminación de género en contra de la ciudadana Antonela Roccuzzo”. Es decir, hay ejemplos de políticas públicas y acciones concretas para erradicar este tipo de violencias, sólo hay que tener interés en llevarlas adelante.
Hace tiempo que el movimiento feminista impulsa la transformación de todos los espacios, pero las tribunas continúan siendo una esfera difícil de desarticular, ya que no sólo han sido organizadas por y para hombres, sino que aún es el lugar en el que cada hincha se permite ser quien no es en su día a día: la cancha se convierte en su propia ficción, su lugar permitido.
Aunque cada fin de semana se siga haciendo una oda a la violencia sexual, de la masculinidad hegemónica un modelo a seguir y del aguante un requisito, no es utópico imaginar que sí hay otras formas de ser hincha. Tal vez este regreso pueda ser la oportunidad de volver mejores y queda en nosotros saber aprovecharla.
*Noelia Tegli