Es difícil evaluar el planteo que intentó llevar adelante Boca en el Superclásico, sin tener en cuenta la expulsión de Marcos Rojo antes de los 20 minutos, cuando el juego era parejo, con un ligero predominio de River. Una roja tan tempranera, y tan evitable como polémica, condiciona cualquier sistema táctico y mucho más si recibe un gol apenas un puñado minutos después de esa acción.
"La expulsión de Rojo nos condicionó el partido. A los 17 minutos ya teníamos un jugador menos, en una decisión dudosa, que nos condicionó completamente el partido", reflexionó Sebastián Battaglia tras el partido. "En un clásico quedarte con un hombre menos tan rápido, se hace todo cuesta arriba", justificó el entrenador
Sin embargo, con las circunstancias del partido ya expuestas, con la desventaja en el marcador ya fijada y con lo que pasaba en el campo, los mensajes que mandó Battaglia quedaron claros y, con la chapa puesta, lo dejaron bastante en foco, más allá de la expulsión y la justicia de esa decisión.
La primera lectura de lo que mostró Boca hay que buscarla en la formación inicial, donde los jóvenes que le dieron frescura al inicio del ciclo le fueron dejando paso a los futbolistas más experimentados, que en algún momento parecían relegados y que fueron recuperando terreno. Nombres como Frank Fabra, Edwin Cardona, Pulpo González y Nicolás Orsini le ganaron espacio a los Sandez, Montes, Medina, Molinas o Luis Vázquez, como para darle la razón a aquella vieja frase que "los clásicos se juegan con hombres". Es contrafáctico, pero con lo resultados a la vista, no parece haber sido la mejor decisión del técnico, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de esos juveniles los promovió él desde cuando dirigía la Reserva.
Pero ya con el 11 elegido, la estrategia de Battaglia también pareció a quedarse a media agua. El primer movimiento tras la expulsión de Rojo, casi un acto reflejo, fue sacar a Cardona, su principal generador de juego, y colocó un central como Zambrano, todo un mensaje que sus jugadores parecieron recibir.
Con el 0-2 en el descanso, el técnico boquense tenía que intentar dar un golpe de timón. El equipo estaba con 10, había sido superado en el campo y debía buscar variantes para cambiar la historia. Para salir había muchísimos candidatos, porque los rendimientos individuales habían estado en el subsuelo. Pero en los ingresos también quedaron expuestas las dudas -¿o certezas?- de Battaglia. Las entradas de Rolón y Medina tuvieron más que ver con buscar neutralizar a River que con una búsqueda de encontrar alternativas para lastimar en ataque.
¿Podía hacer otra cosa? En el banco tenía alternativas en los más jóvenes como Molinas, Montes o Zeballos e incluso Briasco, que podían darle otra visión de juego y otra calidad de tenencia de balón, como para pelear el desarrollo en otra parte del campo. Pero eso podía significar que se perdiera el equilibrio en la mitad de la cancha y quedar expuesto, con espacios, para las réplicas de River. No es difícil imaginarse que, con un 0-2 encima, con diez hombres y con rendimientos invidivuales por debajo de lo previsto, en el vestuario xeneize se haya hablado más de evitar una goleada que de pensar en el heroica. Y así salió a jugar el segundo tiempo.