Esta semana un nuevo capítulo se abrió en el mundo Maradona. Parece mentira, ni con la partida del 10 terminan las historias y hasta son cada vez más sórdidas. La última no se refiere a su herencia o a una nueva paternidad. Hoy se habla de una situación ocurrida en Cuba, en el año 2000, que de haber sucedido acá sería delito.
El relato de Mavys Álvarez, una mujer de La Habana que a los 16 años fue interceptada en la calle para entretener o divertir al extranjero Diego Maradona, dejó al descubierto un entramado patriarcal marcado por el privilegio, el poder y el dinero, y legitimado por una sociedad hipócrita que suele hacer la vista gorda según su conveniencia.
¿Cuántas niñas, niños y adolecentes son vulnerados en sus derechos diariamente por el poder de los adultos?
En su relato escalofriante, Mavys contó que nunca había ejercido la prostitución, y explicó que se había sentido cautivada, por lo que siempre consideró a la relación como consentida. Sin embargo, el modo en que ella fue buscada, llevada ante el astro como una suerte de premio, habla de un vínculo regido por esa lógica del intercambio. En sus declaraciones, Mavys narró que inicialmente, Diego consumía drogas solo y prometió que nunca le ofrecería hasta que un día en que él estaba solo y aburrido, quiso que ella probara. Le preguntaron por qué no había salido de esa situación, y ella respondió lo esperable: había entrado en una adicción.
Pasaron 20 años y, como siempre, los cuestionamientos a la víctima continúan. Entre las frases que escuchamos, se repitieron las ya clásicas y arcaicas preguntas: ¿Por qué habló ahora? ¿Para qué se queja? ¿Por qué se quedó? Creo que, a lo largo de los años, ha quedado en evidencia que las víctimas hablan cuando pueden, cuando pudieron vencer el miedo, cuando lo pueden poner en palabras. Mavys tenía mucho miedo de alguna represalia de Diego Maradona o del gobierno de Cuba. Recordemos que ella salió a los 17 años de su país con el permiso de Fidel Castro solicitado por Maradona para ir a su despedida en la Bombonera. Incluso algunos periodistas arriesgan que ella estuvo secuestrada en el hotel Hilton.
De todo lo que circuló en estos días a partir de sus declaraciones, lo que más llamo mi atención fue la manera en que los medios hegemónicos de comunicación contaron la noticia. La mayoría solo levantó textuales de Mavys y, quizá amparados en la realidad de que en Cuba no constituye delito, no hicieron una observación crítica sobre el tema más delicado: por más que sea nuestro Diego, nuestro ídolo y lo adoremos, por mucho que él la llamara novia, lamentablemente sigue siendo un abuso. No solo por la disimetría entre adulto/menor, también por la evidente desigualdad de poder. No quiero generalizar, tampoco, es cierto que algunos titularon poniendo el foco en el abuso sexual, pero no siento que el tema se haya abordado con seriedad e incluso que haya servido para hacernos reflexionar sobre nuestras propias confusiones y lógicas de absolución para con nuestros afectos.
Debo confesar que la situación me estresa, me genera profundas contradicciones y más allá del amor a un ídolo popular, acá hay una niña abusada que hoy es una mujer rota para siempre. Mientras terminaba esta columna vino a mi memoria la anécdota de Paula Dapena, la futbolista española que se negó a participar de un homenaje a Maradona. La notica fue viral y al escuchar su argumento me quedé pensando: ¿cómo iba ella, consciente de que el fútbol es uno de los deportes más machistas que hay, a homenajear a un tipo con esa conducta? Le repetían que él era un ídolo, un gran deportista, pero para ella pesaba más lo negativo como persona que su trayectoria profesional.
Muchos ídolos populares nos enfrentan a estas contradicciones, y creo
que la respuesta a esta disyuntiva por ahora es personal (como la de
Dapena), pero en algún momento deberá empezar a surgir una
respuesta colectiva.