La ficción es tierra de libertad; la imaginación no tiene límites. El joven estadounidense Jay Parini decidió estudiar literatura en Escocia y evitó ser reclutado para ir a Vietnam, a una guerra “inmoral, estúpida y cruel”. En 1971 estaba en Saint Andrews cuando un acontecimiento le cambió la vida: el poeta y traductor Alastair Reid (1926-2014), su tutor académico, le pidió que acompañara a Jorge Luis Borges, un escritor que no conocía y con quien compartió un viaje durante una semana por distintas ciudades y pequeños pueblos como Inverness o Cairgorm. “¿Cómo demonios había terminado yo compartiendo cama con un anciano ciego y locuaz en una remota aldea de las Tierras Altas de Escocia? ¿Con ese hombre de ridículo piyama de satén y olor a sudor, pis y lociones desconocidas?, se pregunta “Jay” el narrador de Borges y yo (Emecé), subtitulado “la novela de un encuentro”, traducido por Agustín Pico Estrada. Para María Kodama el libro es “un verdadero horror”.

Dormir con Borges no fue una experiencia tan grata como escucharlo recitar poesía anglosajona: Shakespeare, Milton, Chesterton, Kipling y Yeats, entre otros. El escritor argentino que protagoniza esta novela de Parini “soltaba pedos sonoros”, “orinaba con frecuencia” y tomaba cerveza escocesa como un adolescente descontrolado de viaje de egresados por las Tierras Altas. No hay aventura que valga la pena narrar sin accidentes. “Jay”, a quien Borges llama “Giuseppe” (el nombre del poeta italiano de apellido Parini), se distrajo unos segundos y el escritor argentino resbaló por una pendiente. En medio del lago Ness, la emoción por el poema épico Beowulf puso de pie a Borges en un bote que no resistió tanto entusiasmo: el escritor y “Jay” terminaron en el agua.

“Después de conocer a Borges, tuve la certeza de que mi manera de estar en el mundo nunca sería la misma”, dice el narrador de Borges y yo, novela que será llevada al cine por el productor británico Andy Paterson. “Por aquellos años, cuando conocí a Borges, yo estaba en una etapa en donde todo me sorprendía, y recién comenzaba mi carrera de escritor de poemas, ficción, biografías y de crítica literaria. Borges tenía tal pasión por la literatura, le importaba tanto que la transmitía con entusiasmo. Su rechazo por la originalidad me impactó y desde que lo conocí comencé a autopercibirme como un participante de una fuerza continua: la imaginación en sí misma, en movimiento; y nosotros, escritores y lectores, nos involucramos de algún modo en ese movimiento”, plantea Parini en la entrevista con Página/12.

Profesor de literatura inglesa en Vermont y autor de ocho novelas, entre ellas La última estación, sobre el último año de vida de Tolstoi, el escritor estadounidense cuenta que comenzó a leer a Borges de manera consciente poco después de haberlo conocido. “Su transversalidad de géneros influyó en gran medida en mi forma de escribir”, confiesa el autor de biografías sobre John Steinbeck, Robert Frost, William Faulkner y Gore Vidal.

-¿Por qué eligió crear un Borges que, a los 71 años, parece vivir como “una segunda adolescencia”?

-Cuando conocí a Borges, ahora que lo pienso, él estaba pasando por una especie de renacimiento. Su matrimonio estaba destruido, pero se sintió renovado al conocer a María Kodama y estaba como energizado. Lo veía y me parecía un chico de 15 años, tenía un aire de picardía y liviandad que intenté registrar en esta novela, 50 años después. Claro que “mi Borges” es una creación, que se basa en el hombre que existió, pero una creación al fin, como Borges bien lo entendería.

-En un momento del viaje, Borges confiesa que alberga “simpatías jacobitas”. El narrador se pregunta por qué le importaba la independencia de Escocia. ¿Tiene una respuesta?

-Borges tenía afinidad por las ideas jacobitas porque él pensaba que era un movimiento de rebelión que quería restaurar un viejo orden. Los jacobitas sostenían que los movimientos políticos autoconvocados se habían apoderado del gobierno de un modo que oprimía a los débiles. Hay un elemento antiperonista en su forma de pensar. También creo que tenía una visión un poco romántica de Escocia; al ser tan pro Escocia, indefectiblemente rechazaba la idea de que fuera ocupada por los ingleses. Además, hay un rasgo muy marcado de lo tradicional en la mentalidad jacobita, y lo asocio a Borges con ese rasgo.

-Durante parte de ese viaje, Borges recuerda a Norah Lange, de quien estuvo muy enamorado, y califica a Oliverio Girondo de “escritorzuelo de segunda”. ¿Por qué decidió que tuviera tanta importancia Norah Lange, evocada por Borges, en la novela?

-Es bien sabido que Borges, cuando joven, estuvo muy enamorado de Norah Lange y le propuso casamiento, propuesta que fue rechazada. A Borges le ganó Girondo, cuya escritura no le gustaba demasiado. Lo exageré un poco en el libro porque era relevante para mi personaje principal (Jay) en su obsesión por una mujer que no corresponde a sus sentimientos.

-“Después de Borges, la literatura no tiene más remedio que cambiar”, dice Alastair Reid. ¿En qué sentido cambió?

-Borges influyó poderosamente en los escritores más contemporáneos. Una vez hablé de eso con Umberto Eco. La obsesión de Borges por las bibliotecas y los laberintos, por ejemplo, aparecen en El nombre de la rosa. Pero ese es sólo un ejemplo entre miles. Borges llevaba una trama convencional a un extremo. Era un maestro de la metaficción, muy consciente de que la literatura es una especie de juego. Su predisposición para mezclar y fusionar géneros fueron un ejemplo para muchos escritores que le siguieron. Me atrevo a decir que la autoficción que ahora está de moda -y mi propio libro cae en este género- le debe mucho a Borges, como en el caso de Borges y yo, que vendría a ser un texto fundacional en el modo autoficcional.

-Kodama dijo que su libro es “un verdadero horror”, que Borges nunca tomó cerveza, y que lo acompañó en ese viaje y a usted no lo conoció. “Ninguna de las cosas que dice es verdad. Evidentemente, es algo que él inventó y lo hizo casi 50 años después”, declaró. ¿Cómo explica el rechazo de Kodama?

-No me sorprende en lo más mínimo que a Kodama no le agrade mi libro. Siempre, de un modo u otro, admiré su eterna devoción por Borges, y esa devoción siempre fue firme. Y eso me parece muy bien. Temo que mi Borges es una persona de carne y hueso, no un personaje idealizado, y eso (para ella) podría ser algo desconcertante. Es cierto que jamás la vi en Escocia. Me resulta extraño que ella refute la idea de que Borges haya tomado cerveza. Tengo recuerdos vívidos de él pidiéndome que le trajera una pinta de la “típica cerveza escocesa”. Le encantaba. Me gustaría agregar que hace poco alguien escribió al Times Literary Supplement una carta al editor, y comentó que recuerda haberse encontrado conmigo y con Borges en un bar en Inverness. Muchos amigos míos estuvieron con Borges y conmigo. ¿O será que todos sufrimos alucinación colectiva y que Borges jamás pisó Escocia?