Es el final de la primavera. Mientras Santa Claus hace sonar sus campanas en una calle de Brooklyn, un vendedor de hotdogs entra a un bar. Ahi es cuando empieza la conmoción. Un dealer irrumpe con un cuchillo. Santa y el vendedor de panchos tratan de detenerlo pero el dealer se escapa. Lo persiguen calle abajo, finalment lo atrapan en un terreno baldío y alegremente lo golpean. Así es como nos encontramos con Jimmy "Popeye" Doyle (Gene Hackman) en la película Contacto en Francia (1971), de William Friedkin, que celebra este año su 50° aniversario.
El puede estar disfrazado de Papá Noel pero es un policía encubierto con un temperamento volcánico. El vendedor de comida rápida es su socio, el detective Buddy "Cloudy" Russo (Roy Scheider). Rara vez los protagonistas de películas lucen tan desagradables a primera vista. Popeye es violento, impulsivo, posiblemente racista y no se preocupa en lo más mínimo por los niños que pretende entretener. Es un cascarrabias con cara de dogo que tiene problemas con el alcohol y, para arrancar nomás, es un mal Santa. Ni siquiera está claro que sea un policía eficiente. Trabaja en forma intuitiva, pero sus "brillantes corazonadas" continuamente fracasan.
Hackman consideró tan repelente el personaje (según su biógrafo Michael Munn) que por un momento amenazó con abandonar la película. No ayudó al estado de ánimo de Hackman que el director hiciera varias tomas que mostraban al traficante de drogas (Alan Weeks) golpeado. "Me sentí horrible", dijo Hackman más tarde, recordando cuando golpeó repetidamente a su coprotagonista. Según se dice, Weeks recibió los golpes (que eran muy reales) de buen grado, sonrió y le dijo a Hackman que siguiera golpeándolo.
Medio siglo atrás, cuando se lanzó originalmente Contacto en Francia, este recurso se consideró revolucionario precisamente porque lucía muy anticuado.
No era un drama contracultural con referencias psicodélicas tipo Busco mi destino (1969). Tampoco fue una de esas películas sobre marginales que se enfurecen contra la sociedad en general como Five Easy Pieces (1970) y Midnight Cowboy (1969). Era un thriller policial duro filmado en un estilo realista y sucio. No hubo efectos especiales espectaculares. Los principales aspectos visuales de la película son las persecuciones, ya sea en automóviles o en el metro. La calidad rústica de Hackman era perfecta para el clima que estaba creando Friedkin. El director de fotografía Owen Roizman usó luz natural siempre que fue posible pero, aparte de las escenas ambientadas en Francia, no hay ni un atisbo de sol. Todo es deliberadamente gris. Las calles están llenas de basura y grafitis. La famosa escena final tiene lugar en un antiguo edificio industrial abandonado, con techos con goteras y escombros como telón de fondo.
Steve McQueen había sido la primera opción como protagonista para los productores, pero rechazó Contacto en Francia alegando que se parecía demasiado a Bullitt (1968) de Peter Yates, en la que había aparecido un par de años antes. McQueen podría haber sido un excelente Popeye, pero estaba entre los actores más geniales y atractivos de su época. Hackman --admitido por él mismo-- estaba lejos de ser hermoso.
Sin embargo, es extraña la forma en que funcionan las simpatías de los cinéfilos. Desde el primer momento en que lo ve, casi todo el mundo apoya a Popeye. Hackman lo interpreta con una dignidad estoica y sufrida, rayana en lo cómico. Es como si esperara siempre lo peor. Si va a beber, se despertará con resaca. Cuando alguien comienza a dispararle o una novia lo encadena a la cama después del sexo, él siempre reacciona de la misma manera fatalista y como un carnero degollado. Su sombrero de cerdo le da una cualidad caricaturesca. De alguna manera, contra todos los cálculos, el policía sin escrúpulos se muestra perversamente empático.
La película está basada en la historia real de dos célebres policías de Nueva York, Eddie Egan y Sonny Grosso, quienes, en 1961, realizaron una espectacular redada antidrogas. Ambos tienen papeles en la película. Es instructivo ver entrevistas antiguas con el dúo. A medida que se vuelven nostálgicos por los buenos viejos tiempos de los años 60, cuando podían arrestar, intimidar y acosar libremente a quien quisieran, sin tener que pasar por el inconveniente de leerles los derechos a los sospechosos, se ven y suenan exactamente como la versión preferida de Hollywood para retratar a los detectives de una gran ciudad. Son duros, carismáticos y reaccionarios. Podría ponérselos en un episodio de The Wire o en una película de Sidney Lumet sobre corrupción policial y ellos encajarían perfectamente.
En Easy Riders Raging Bulls (el libro de Peter Biskind sobre el Hollywood de la década del 70) se menciona que Friedkin se inspiró, para hacer Contacto en Francia, en un comentario del legendario cineasta Howard Hawks. "La gente no quiere historias sobre los problemas de alguno o sobre cualquier mierda psicológica. Lo que quieren son historias de acción. Cada vez que hice una película como esa, con muchos buenos contra malos, tuve mucho éxito", le dijo Hawks. Ese fue un momento epifánico para el joven director. Friedkin quería que Contacto en Francia fuera una película que su tío, que trabajaba en una tienda de delicatessen en Chicago, pudiera entender.
Reducida a su esencia, esta es una historia sobre delincuentes franceses que planean vender heroína en Nueva York y policías que intentan detenerlos. Está lleno de persecuciones: Popeye Doyle persiguiendo a Fernando Rey en el subte o, más conocida, Doyle manejando a toda velocidad debajo del ferrocarril elevado mientras el tren que lleva a un sicario pasa zumbando por encima de él. Friedkin filmó las persecuciones de la misma manera naturalista que todo lo demás en la película. "Corrimos a 90 millas por hora a través de 26 cuadras de tráfico de la gran ciudad", dijo el director a la revista Sight and Sound, explicando cómo logró hacer que la carrera de Popeye contra el tren pareciera tan auténtica. El propio Friedkin se sentó en la parte de atrás del auto con su cámara de mano mientras el doble del conductor, Bill Hickman, aceleraba imprudentemente por la ciudad, a menudo yendo por el carril equivocado.
Esta secuencia no pasa de moda. Todos esos choques, golpes y chillidos sucedieron de verdad. La edición virtuosa también ayudó: la forma rítmica en que Friedkin corta entre Hackman en el auto y el asesino a sueldo (Marcel Bozzuffi) en el tren, aterrorizando a los conductores y a los pasajeros.
Si Contacto en Francia solo hubiera consistido en escenas de acción y acrobacias, no habría ido mucho más allá de un episodio de acción en vivo de un dibujito animado para niños como Wacky Races. La razón por la que ganó cinco premios Oscar y sigue siendo tan apreciada hoy en día es que tenía alma y coraje, además de velocidad.
Durante los años setenta en Hollywood, hubo un gran abismo entre el nuevo estilo de películas experimentales de influencia europea que estaban haciendo artistas como Dennis Hopper y Peter Fonda y las producciones tradicionales de los estudios estadounidenses. Contacto en Francia fue una de las pocas películas que reconcilió las formas opuestas de contar historias. Por un lado, fue radical y renovadora en el uso del jazz, la cámara en mano y su enfoque hiperrealista. Por el otro, estaba en la tradición de todas aquellas películas de gangsters de James Cagney. Hackman no sería tan atractivo como Warren Beatty o Paul Newman, pero tenía una presencia en la pantalla que igualaba a la de actores como Cagney y Paul Muni en las "crime thrillers" de Howard Hawks y Raoul Walsh de los años 30 y 40,
Friedkin puso junto a él a varios policías de la vida real. La mayoría de los actores que interpretan a traficantes de drogas y arrogantes criminales franceses solo tienen un tiempo de pantalla limitado y muy poco diálogo, pero sus personajes quedaron fuertemente marcados. Scheider (más tarde en Jaws y All That Jazz) sobresale como hombre recto y compañero de Popeye. El es tranquilo y pragmático, así como su socio es cabeza dura e impulsivo.
Friedkin se negó a suavizar los bordes de Popeye. El policía se comporta de forma atroz a lo largo de la película, golpea a los sospechosos, discute con sus superiores, se emborracha, acosa a mujeres ciclistas, roba coches y pone en riesgo la vida de sus compañeros. No obstante, Hackman le da a su personaje un carácter conmovedor y una pizca de vulnerabilidad. Su actuación parece infinitamente más rica que la de los protagonistas más elegantes y convencionales.
Para Jimmy "Popeye" Doyle, ser detective de Nueva York no es solo un trabajo, sino una causa sagrada. Cincuenta años después, no se puede sino admirar la seriedad maníaca y la pasión que entregó.
*De The Independent, especial para PáginaI12.