Camino con ganas de perderme, pero muchas veces, los pasos repiten los mismos pasos, los mismos círculos. ¿Será que recorrer una y otra vez el mismo camino es también una forma de dejarme ir por otros lados? ¿será vagancia, simplemente? Transitar el mismo sendero una y otra vez, sabiendo que nunca es el mismo.
La sorpresa es parte del recorrido, aun cuando cada baldosa haya sido pisada una y otra vez. Pasa lo mismo con la música. Cuántas veces habré escuchado la misma canción, y cada vez le encuentro un matiz. ¿El placer de la repetición, o de constatar, una y otra vez, que nunca nada se repite?
El mismo día se cumple un aniversario del nacimiento de Violeta Parra y de la muerte de Mercedes Sosa. La Violeta nació en 1917, qué año. Y Mercedes se fue en 2009. Demasiado rápido, le quedaron muchas canciones por cantar, y eso que las cantó todas. El 4 de octubre. Este año cayó lunes.
Mientras camino por la ciudad, rumbo a una de las tantas cosas que haré en el día, escucho el disco que, en 1971, Mercedes hizo en homenaje a Violeta. En esos dos nombres se cifra buena parte de mi relación con la música, fueron fundacionales en mi vida. Lo siento cuando vuelvo sobre aquellas antiguas canciones. “Me gustan los estudiantes, porque levantan el pecho, cuando le dicen harina, sabiéndose que es afrecho, y no hacen el sordomudo cuando se presente el hecho”, dice la voz inolvidable de Mercedes, y yo me sigo emocionando. En 1962, Violeta les cantaba a estudiantes que habían decidido cambiar el mundo. Cada vez que escucho esta canción, recuerdo a les pibes levantando los molinetes del subte en Santiago de Chile, les veo ahí, saltando, y las voces de todas las músicas chilenas me llevan a pasear un rato por un país que no conozco. Y me la imagino a Violeta, con su mal humor, festejando la Constituyente, la presidencia de Elisa Loncón.
El amor por Violeta nació, creo, de una casualidad. Cuando era una niña, en plena dictadura, mi papá cantaba mucho La Carta, creo que era la única canción que se sabía. En aquellos años, mi papá y mi mamá compraron un auto usado. Adentro, encontraron un reproductor de magazines, unos dispositivos enormes para escuchar música. Entre cantantes románticos y música latina, había uno que les entusiasmó: un disco de Violeta Parra que fue lo único que se escuchó en el auto durante años. A aquella niña que fui le llamaba la atención la Mazúrquica modérnica, y todavía hoy me lleva a aquellos caminos. “Me han preguntádico varias persónicas/ Si peligrósicas para las másicas/ Son las canciónicas agitadóricas/ Ay, qué pregúntica más infantílica/ Sólo un piñúflico la formulárica/ Pa' mis adéntricos yo comentárica”, cantaba Violeta, pero yo escuchaba Pitúquico, porque pituco me resultaba más familiar que piñuflo. Algo sin gracia, mal hecho, dice el diccionario de la palabra Piñuflo, y más allá, una persona de baja calidad. La canción tiene más de 50 años y todavía resulta sorprendente.
Y recuerdo a Violeta, esa mujer que rompió los moldes, haciendo lo que quiso, viajando por el mundo para cantar, buscando las coplas de su pueblo por todo el país, enamorándose de quién se le ocurrió. Pero no puedo evitar, las trampas de la memoria, recordarla en la piel de Francisca Gavilán, que la encarnó en Violeta se fue a los cielos. ¿Cómo llegué, casi, hasta Chile, un país que ni conozco, siguiendo los pasos de las vereditas rosarinas?
Y sigo caminando, entre veredas rotas y autos parados sobre la senda peatonal, porque en las calles de mi ciudad, les automovilistas son les dueñes de las calles, por más bicisenda que haya. El algoritmo me trae solito otras canciones en la voz de Mercedes. Después de Gracias a la vida, llega la Canción de las simples cosas y yo lagrimeo. No le temo a mostrar mis emociones, pero sería mejor no llorar por la calle. En YouTube llegan por un Acústico en Suiza, en 1980.
Y otra vez, los primeros años. Tendría 13 o 14 cuando me llevaron -todavía me llevaban- a ver a Mercedes Sosa en Rosario Central, para la vuelta de la democracia. Es difícil rastrear la fecha de ese recital en internet, pero en mi recuerdo está indeleble. Era una figura lejana, estábamos lejos del escenario, pero la emoción que recorría al público no necesitaba que la viéramos más de cerca. Y aquella voz. Cantó "Cuando tenga la tierra", y algo de nuestras entrañas estalló. Ahora que está de moda rechazar la intensidad, yo la abrazo en ese recuerdo.
Mientras camino, los pensamientos vuelan, no logro estacionarlos, seguir un hilo, profundizar. Me pregunto cuánto sabrán les aplaudidores de la supuesta libertad, esos que usurparon la palabra libertario, de estas historias. No tienen por qué, no habían nacido en aquellos momentos. Nada de todo tiempo pasado fue mejor, todo lo contrario. Y es intransferible, ¿cómo podrían valorar lo que jamás les faltó? Entre el intento de comprender y la voluntad de reflexionar, igual me sublevan. Claro, no es con les adolescentes. ¿Cómo vamos a reprocharles que quieran rebelarse? El problema es cómo, contra qué. La desconexión, el hartazgo, escucho Anaconda con memoria, el podcast de Mariana Moyano, en otra caminata. Asiento por la calle, le respondo en voz alta (y sé que no puede escucharme). Coincido y no, me sumo a las ganas de entender. ¿Por qué será que se piensa distinto parada y en movimiento que al estar sentada? ¿Por qué será que leer no me lleva a ese diálogo que requiere del cuerpo?
Y seguir caminando, con el objetivo de llegar a otro lugar. Caminar, también, es una forma de confiar en el futuro.