Entre la crónica y la autobiografía, Teresa Arijón en La mujer pintada fusiona su extensa experiencia personal como modelo de pintores, con un variado y prolífico muestrario de modelajes a través de los siglos, que exceden por mucho al desnudo clásico y a la situación de atelier. Una historia que se narró a sí misma con el sesgo del retratista y no del retratadx, encuentra a lo largo de este exquisito libro su revancha, su contratara. Podría decirse que lo que Arijón hace a lo largo de sus páginas es una curaduría feminista contra el arte de la invisibilidad.
¿Es La mujer pintada una suerte de autobiografía velada, contada a través de la historia del arte?
--Sí, o también a la inversa. Dentro de ese cosmos que es el libro, lo más difícil fue contar mi experiencia como modelo, al principio no sabía qué elegir o cómo narrarlo. La mujer pintada es un reencuentro con la que fui. Todo surge de la experiencia, pero por supuesto hay una construcción literaria y una ficción. Me tomo a mí misma como personaje y narro parte de la inmensa historia del arte desde otros puntos de vista: el de las modelos, las artistas que se autorretratan, las pintoras que eligen pintar mujeres desnudas. Clio Newton, por ejemplo, dibuja unas Venus a las que llama “gender composites”, que integran el cuerpo femenino con el masculino, por ejemplo el torso de un hombre y las piernas y el sexo de una mujer cis. Juega con los géneros binarios.
De Claude Cahun decís que se sentía cómodx con el género neutro…
--Cahun era sobrinx de Marcel Schwob y dijo en 1930: neutro es el único género que me viene bien. Empezó como surrealista, pero supera al surrealismo. Esa idea que tenía el surrealismo de la femme enfant, femme fleur, es un ideal masculino que Dorothea Tanning, Leonora Carrington, Remedios Varo se encargaron de desmentir y trastornar. Leonora Carrington decía que podía devenir portafolios, caballo, lo que quisiera. En La mujer pintada cito sus testimonios.
En tu libro se combinan muchos puntos de vista: la modelo que también es artista, la que se autorretrata, la que es pintada, el artista que pinta un recuerdo. Impresiona el relato del padre que quema a su hija para pintar un cuerpo ardiendo.
--Es una versión de un cuento de Akutagawa, "El biombo del infierno". No se sabe si es real la historia de Yoshihide. Un pintor que no tenía reparos en pintar lo que necesitaba pintar, y en este caso necesitaba una escena de sufrimiento. Tampoco se sabe si el samurai que encargó la pintura se enamoró de la hija de Yoshihide y, despechado, la encerró en la carroza y le prendió fuego. Lo cierto es que el padre, mientras pinta como un desaforado, recién entonces ve que es su hija la que se quema. Pero no para de pintar. Entrega la obra terminada al samurai y después se suicida. Ahí encontró su límite.
Me hace pensar en La condesa sangrienta, Erzsébet Bhátory, en el sentido de la apropiación de los cuerpos en beneficio de la estética.
--Erzsébet se bañaba en sangre de chicas jóvenes para conservar su belleza. Nunca las mataba ella, para eso tenía a sus secuaces, dos viejas. Hay tantas derivas de lo que se puede hacer con un cuerpo, incluso con el propio. Me acuerdo de Orlan, de cuánto impresionaba a María Moreno el hecho de que “interviniera” su cuerpo. La intervención quirúrgica como forma de arte. Orlan intentó, en los noventa, algo así como reescribir la historia del arte a través de su propio cuerpo. Este tipo de transformaciones excede el registro de La mujer pintada. Pero yo también “reescribo“ la historia del arte desde otra perspectiva: la de las modelos, casi siempre ignoradas, anónimas. Las que posaron por placer, por trabajo, yo misma.
Ser modelo viva: una forma de libertad
¿Qué es lo que más recordás del momento de estar modelando?
--La libertad de la mente, casi una meditación. Y en ese vacío me venían poemas a la cabeza. La inmovilidad del cuerpo y la mente vagando libre. Ser modelo tiene sus peculiaridades. No es solo que otros te estén mirando, sino que se pone en juego la relación con el propio cuerpo. No solo mostrarlo, sino sostenerlo.
Ser contorsionista te habrá ayudado…
--Soy capaz de pasar la pierna detrás de la cabeza o caminar de rodillas en la postura del loto. Y si bien no hacía esas “gracias” durante las poses, la flexibilidad del cuerpo es importante. Los que estudian quieren observar cómo se inserta un músculo en otro y a veces te piden poses muy forzadas para poder verlo. O que recrees una pintura como "La Libertad guiando al pueblo" de Delacroix, una pose de superacción con bandera en alto. Pero en general no me tocó posar para temas históricos. Me tocó más el desnudo plácido, sensual.
En un capítulo del libro mencionás que una amiga te dice que es incompatible ser feminista con ofrecerte como objeto.
--Sí. En algún momento, y siendo feminista, tuve esa preocupación. Pero tampoco me quitaba el sueño. Al tema del objeto lo veo con cierta ironía, porque creo que los artistas no te toman así. O si lo hacen, es como objeto de arte y no como “una cosa”. Hubo, siempre habrá, artistas maltratadores. Y más allá de la atracción erótica, creo que los artistas ven a sus modelos con el mismo amor —y por amor quiero decir pasión, concentración, interés— con que miran un cacharro o un paisaje o lo que sea que quieran pintar. La objetificación no está en el artista —mujer, varón, no binarie– sino, tal vez, en ciertas miradas que vienen después, en cómo el espectador y el mercado del arte miran y clasifican ese cuerpo.
El feminismo en la historia del arte
¿No son más las mujeres que posan que los hombres?
--Depende. En la antigua Grecia el cuerpo más exaltado y representado era el masculino. Y hay pintores del siglo XX, como Lucian Freud, que pintaron por igual hombres y mujeres. Con la misma crudeza. Hay muchísimas artistas que en el siglo XXI pintan a otras mujeres desnudas, y por supuesto le dan otra vuelta al asunto. El feminismo tiene mucho que ver con la manera en que esas artistas contemporáneas miran a las mujeres, con la imagen que quieren reflejar. Lee Price pinta mujeres desnudas comiendo o rodeadas de comida, Aleah Chapin mujeres maduras desnudas en el paisaje, Gillian Carnegie se autorretrata pintando su culo. Cada época es distinta y los cuerpos se ven de distintas maneras. Sí creo que lxs artistas pintan lo que prefieren. Acordate de los modelos varones de Mapplethorpe.
Pero el modelo hegemónico de la delgadez es preferencial, ¿verdad? Una de las excepciones es Botero.
--Botero todo lo hace con su estilo, marca Botero. No necesariamente se busca la delgadez, también las curvas. Andrew Wyeth pintó a Christina Olsen, una mujer de más de 50 años semiparalizada, que andaba a la rastra por su casa. Porque además de ser pobre, era orgullosa. Wyeth la adoraba con unción casi religiosa, quería impregnarse de ella. Quería que le entrara por los poros para poder pintarla. Y yo recreé esas escenas en mi libro, porque es otra forma de la modelo, se parece mucho a “ver el aspecto” en el sentido de Witggenstein. Por supuesto que están los llamados modelos de belleza de cada época, que quedan cristalizados, como La Bella Simonetta que pintó Botticelli.
El título del libro hace pensar en esta expresión: cuando de una persona se dice que está pintada, es alguien que no habla, a quien no le conocemos la personalidad.
--La mujer pintada soy yo. Mi primer libro se titula La escrita. Hay un corrimiento, fui escrita, fui pintada. Yo creo que una escribe, pero también es escrita por quienes estuvieron antes. Juan Lascano, el pintor para quien más posé, me dijo: “Este libro me hizo cambiar de lugar, porque durante mucho tiempo yo fui el artista y vos la modelo, y ahora la artista sos vos y yo pasé a ser el modelo”.
Una historia muy particular en el libro es la de Celia Paul, que pintaba casi exclusivamente a su madre.
--Y la madre aprovechaba para rezar, porque el tiempo de la pose es un tiempo de introspección. No es necesariamente un tiempo de silencio, pero no hay distracciones. Ves lo que ves, por ejemplo el marco gris de una ventana y nada más. Henrietta Moraes, modelo de Bacon y de Freud, fue retratada muerta por Maggi Hambling, su última amante. Hay miles de maneras de pintar y por supuesto de abordar esta historia. Como autora, intenté tener una perspectiva feminista. En ese sentido, me gustó darle palos a Picasso.
A lo largo de la lectura se puede ver cómo muchos pintores se llevaron puesto el cuerpo femenino.
--No solo el cuerpo, también el arte. Muchos tuvieron parejas a las que anularon. Aunque la época te autorice, vos podés ser mejor que la época y no restringir a otrx para hacer uso de tus privilegios. Había un capítulo, que al final no incluí, titulado “Nos quieren como musas porque no nos quieren como artistas”, escrito a partir de una pintada que vi en Cuenca, en Ecuador, creo que en 2017.