En los períodos preelectorales, los debates económicos adquieren una mayor intensidad. En particular, los economistas ortodoxos vienen aprovechando la ocasión para exaltar las virtudes de las políticas económicas de austeridad y subrayar los errores del Gobierno sin recordar las tragedias del pasado, de las que son responsables y que explican las dificultades del presente.
Desde hace un año y medio, estos economistas conservadores han eludido en sus análisis el impacto de la epidemia en la economía y continúan su crítica al Gobierno sin proponer alternativas más o menos conducentes. Su obsesiva desconexión de la realidad puede ilustrarse con el silencio sepulcral del que hacen gala acerca del impuesto a las multinacionales presentado por Janet Yellen en el G20. Es posible que esos colegas que deambulan por los pasillos de los canales de la televisión consideren a la Secretaria del Tesoro e incluso a Biden como enemigos porque no piensan como ellos.
Son los mismos colegas que hacen de su adhesión a la teoría económica ortodoxa una cuestión de principio y que aseguran que la misma puede ser aplicada en todo momento sea cual fuere la situación económica y el país en cuestión. Esta presunta universalidad nunca fue reivindicada por León Walras, creador del Equilibrio General, base teórica de la ortodoxia. Walras creó un sistema de ecuaciones que solo define los precios y las cantidades de los bienes y servicios excluyendo los recursos naturales, la agricultura y los servicios públicos. Tampoco Alfred Marshall, creador del modelo oferta-demanda, reivindicó esa presunta universalidad para su “tijera”, como la llamaba.
John Williamson, economista del Banco Mundial y considerado autor del Consenso de Washington, utilizaba un sofisma para defender su engendro: "que alguien me diga que está en contra del equilibrio de la balanza pagos o del equilibrio presupuestario y que me explique por qué".
La respuesta se la dio la crisis actual, como lo acaban de demostrar las medidas tomadas por todos los países avanzados, con los abismales déficits presupuestarios. El equilibrio entre lo recaudado y lo gastado no es en sí una política económica y tampoco una meta sino una simple y cómoda referencia.
Críticas
La relación simbiótica entre los colegas ortodoxos y los “hombres de negocios” plantea serios interrogantes en cuanto a la credibilidad de sus análisis. La proximidad presenta un problema en cuanto a la idoneidad y la ética: ciertos colegas ortodoxos participan de debates en los medios donde expresan sus opiniones y son además consultores de empresas. Su posición está necesariamente subordinada a los empresarios si es que desean ser contratados como expertos.
Pero en ciertos casos han sido consejeros de gobiernos anteriores y algunos de ellos funcionarios de la dictadura cívico militar. Otros han colaborado con organismos internacionales fundamentalmente hostiles al país e incluso así son profesores universitarios. Este cúmulo de funciones conspira en cuanto a su credibilidad .
La dupla teoría neoliberal-colegas ortodoxos ha sido criticada desde que los economistas comprendieron que la elegancia de la presentación teórica no garantizaba su eficacia para el tratamiento de los problemas económicos como la pobreza, el desempleo, la inflación o la crisis ecológica.
En el Capítulo 3 de la Teoría General, John M. Keynes indica que "los economistas se fijan una tarea poco útil si solo pueden explicarnos que cuando termine la tormenta el mar volverá a estar calmo" y en el capítulo 10 sostiene que el aserto ortodoxo según el cual necesariamente se vuelve al equilibrio a largo plazo gracias al libre arbitrio de los agentes no presenta un gran interés porque "a largo plazo estaremos todos muertos". A esa afirmación se podría agregar que las medidas económicas se toman para solucionar los problemas de las personas vivas y no de los restos en los cementerios.
La teoría ortodoxa, contrariamente a lo que sostenía Williamson, no pudo ni puede dar respuesta a los desafíos que se presentan en el mundo contemporáneo sometido al flagelo de la pandemia, la especulación financiera o la crisis ecológica porque nada permite suponer que la acción de los agentes orientarán la economía hacia el equilibrio. Al contrario, es necesario comprender que ciertas decisiones tomadas por los agentes económicos en vistas a satisfacer sus ambiciones pueden conducir a la agravación de los desequilibrios, como pudo observarse en 2008 con la crisis subprime.
Desequilibrios
La teoría ortodoxa rechaza la posibilidad de que exista el desempleo involuntario y sostiene que si los salarios disminuyesen lo suficiente, entonces se lograría el pleno empleo de la fuerza de trabajo porque los capitalistas supondrían que la disminución de los costos provocaría un incremento de sus beneficios lo que los incitaría a emplear más trabajadores.
Esta afirmación ignora que la disminución de los ingresos de los trabajadores provoca un déficit de la demanda efectiva lo cual se traduce en una disminución de las ventas y una acumulación de stocks que justamente incitará a los capitalistas a despedir una parte del personal. Más allá del razonamiento que permite explicar por qué la disminución de los salarios en condiciones normales no puede resolver el problema del desempleo, la experiencia histórica en la Argentina muestra que la caída de los salarios no incrementó el empleo sino que al contrario instaló el desempleo crónico y estructural en el país.
Los colegas ortodoxos sostienen que el equilibrio presupuestario es un punto esencial para controlar el rol del Estado, cuya dimensión excesiva conspira contra la eficacia de la economía en su conjunto y contra la actividad privada en particular. Para esto se deben disminuir los impuestos, que además de perjudicar a quienes los pagan quitan dinamismo al gasto privado, que es más eficaz que el gasto público.
Como lo señalaba Paul Krugman, los colegas neoliberales utilizan la teoría ortodoxa como los borrachos la columna del alumbrado público: no la usan para encontrar su camino sino para apoyarse en ella.
Lejos de las alambicadas teorías matemáticas y los artículos llenos de ecuaciones, la epidemia y antes la Gran Recesión provocada por la especulación financiera, mostraron que en todos los países del mundo había que inyectar masivamente ingresos en ayudas a las familias y apoyar a las empresas. Evidenciaron asimismo que el rol del Estado, el déficit presupuestario y el endeudamiento eran más eficientes que dejar que la economía se desmoronara completamente. Pero aún hoy algunos colegas ortodoxos sin saber a ciencia cierta como evolucionará la epidemia reclaman una disminución del gasto público y una nueva recesión.
* Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019.