El apagón en las plataformas de Whatsapp, Facebook e Instagram suscitado unos días atrás ha puesto sobre el tapete la dependencia que millones de personas experimentan respecto de estas vías tecnológicas que dicen servir a la comunicación. En estas líneas intentaremos dar cuenta del deterioro experimentado en el lazo amoroso a causa de la omnipresencia del mandato digital. Por lo pronto, tal como se puede apreciar el título de esta trabajo propone diferenciar lo propiamente virtual de lo online. Nuestra hipótesis de partida consiste en considerar que --desde siempre-- la dimensión virtual es constitutiva del cuerpo del ser hablante, en tanto que la hiperconexión digital --hoy responsable de fagocitarse al significante virtual-- amenaza aplanar, pauperizar o tornar transparente el semblante que otorga brillo y turgencia vital a los cuerpos. Es que el cuerpo que habla se conforma a partir de componentes reales y virtuales -es decir: las fantasías, evocaciones y resonancias de la vida anímica.
Sobre el término virtual
Por lo pronto, en su exhaustiva investigación publicada bajo el nombre Mil años de virtualidad: origen y evolución de un concepto contemporáneo (2009), Antoni Biosca I Bar señala que el término virtualis adquiere cierta estabilidad tras la obra de Santo Tomás de Aquino, en la que el adjetivo virtualis y el adverbio virtualiter dejan de hacer referencia a lo ético o moral para significar aquello “que tiene la capacidad de funcionar como algo aunque realmente -o ‘actualmente’, dirían Santo Tomás o Aristóteles-- no lo sea, algo que sin ser real produce el mismo efecto que si lo fuera” (Biosca I Bar, 2009, p. 35).
Biosca I Bar aporta un precioso antecedente con la obra de Antonin Artaud El teatro y su doble (1938) en la que el poeta describe al teatro como una “realidad virtual”: “Todos los verdaderos alquimistas saben que el símbolo de la alquimia es un milagro como el teatro es un milagro y esta perpetua alusión a las cosas y al principio del teatro deben ser entendidas como el sentimiento de identidad que existe entre el plano sobre el que evolucionan los personajes, los objetos y las imágenes, y de una manera general, todo lo que constituye la realidad virtual del teatro”. (Artaud, 1938, p. 168, la traducción es nuestra).
Ahora bien, este empleo de la palabra virtual coincidente con la perspectiva tomística ha sido progresivamente reemplazado por el uso que se otorga a todo aquello que es gestionado por Internet o una computadora. Pareciera evidente --señala el investigador-- que el significado actual del término virtual, al que se lo vincula con internet y la más sofisticada tecnología informática, procede del empleo que a principios de los años 80’ realizó el informático Jaron Lanier al hablar de “realidad virtual”. Expresión que marcha junto a otras tales como “realidad artificial” --atribuida al artista informático Myron Krueger-- o “ciberespacio”, acuñada por el escritor canadiense William Gibson en su novela Neuromancer (1984).
Nuestra conjetura es que el empleo de la palabra virtual que hace Lacan para componer su perspectiva del cuerpo coincide con el significado tomístico, cuestión a tener en cuenta dada la masividad del empleo de medios digitales al que, por ejemplo, la pandemia confinó la práctica analítica. Desde este punto de vista, lo virtual --lo que está en potencia-- no excluye la presencialidad, sino que constituye una dimensión irreemplazable de la misma. Vaya como contraejemplo la mortífera inercia que distingue al cuerpo del sujeto esquizofrénico. Quien haya frecuentado un hospital de día o una sala de internación habrá comprobado la pesadez de esos cuerpos que, por no contar con la inscripción del registro simbólico, sufren la invasión de un otro imaginario cuyo des-anudamiento termina por reducir al sujeto a su mera condición de objeto, allí donde yace cual despojo en lo Real. Un cuerpo sin virtualidad.
La cancelación del amor
Ahora bien, imaginemos por un instante la siguiente escena: una pareja conformada por un hombre y una mujer que se sientan a desayunar. Pongámosle que, por caso: él --el hombre-- emite estas palabras con la vista siempre fija en el celular: “dice que…”; “ja, jaa…”; “parece que quizás…”; “si, si, todo depende…”. Es decir: una murmuración dirigida no se sabe a quién donde “la frase se interrumpe en el punto (...) que en el código, indican la posición del sujeto”, tal como Lacan (1957-1958, p. 521) describe a “los fenómenos de mensaje” propios del psicótico. Pero sigamos con la escena:
Ante estas frases inconexas (destaco lo de inconexas) imposibles de descifrar, ella bien puede interrogar de qué se trata lo que verborrea su partenaire o, por tratarse de una repetición de situaciones similares: tomar a su vez su propio celu y dedicarse a ver las noticias, el Whatsapp o murmurar, tal como el caballero, mensajes indescifrables para el Otro.
Si se da el primero de los casos: --que ella interrogue-- estamos en la mejor de las opciones, es decir se trata de alguien que convoca al partenaire a la efectiva conversación, a la dialéctica que viabiliza el deseo y permite compartir algo de la fantasía que agita la vida psíquica de cada Uno en el lazo social. Si se da el segundo caso, es decir: que ella tome el celu para sumergirse en su propio mundo online, algo queda cancelado. Y para este caso, bien podemos colegir --tal como refiere Freud (1911[1910]) para el caso de la paranoia-- que: “Lo cancelado adentro retorna en el afuera” ( p.66). En este caso en el mundo online, en el que tarde o temprano --según nuestra hipótesis--, la cancelación de la virtualidad de los cuerpos empuja a una satisfacción que termina en la lisa y llana eliminación del Otro, allí donde la imagen --lejos de valer mil palabras como se decía en alguna época-- se reduce a una sola: odio.
Es que por más que la dama intercambie mensajes con otra persona, de acuerdo a esta lógica disruptiva que impone la hiperconexión, siempre se privilegiará la demanda del celu, no la de la potencial persona que escribe. En esto consiste el sádico mandato del ciberespacio. Entonces, no se trata tanto del efectivo dispositivo (el celu, la compu o la red social de la que se trate) sino de la posición que el sujeto adopte ante las mismas. Esto es: estar al servicio del celu o disponer el celu al servicio del acto que supone asumir la diferencia que encarna el partenaire. Condición indispensable para ese acontecer al que se suele llamar Amor.
* Psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. (autor de “Intimidados en Internet”, Letra Viva , 2014). Ponencia presentada en las III Jornadas “Debates y Políticas en la Psicología y el Psicoanálisis”, organizadas por la Facultad de Humanidades de Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos cuyo tema giró en torno a “Las nuevas formas de Lazo social. Los escenarios de virtualización de la vida cotidiana”.
Bibliografía:
Artaud, A. (1938). El teatro y su doble (IX edición). Barcelona: Edhasa, 1999.
Biosca I Bas, A. (2009) Mil años de virtualidad: origen y evolución de un concepto contemporáneo Eikasia. Revista de Filosofía, año V, (28) (septiembre 2009). Recuperado de: http://www.revistadefilosofia.org
Gibson, W. (1984). Neuromancer. New York: Ace books, 1994.
Lacan, J. (1953-1954). El Seminario: Libro 1, “Los escritos técnicos de Freud”. Barcelona: Paidós, 1981.
Lacan J. ( 1957-1958) , “ De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible con la psicosis”, en Escritos 1, Buenos Aires, 1988, p. 521
Lacan, J. (1966-1967). El Seminario: Libro 14, “La lógica del fantasma”. Inédito.
Lacan, J. (1968-1969). El Seminario: Libro 16, “De un Otro al otro”. Buenos Aires: Paidós, 2008.