Pasan las estaciones y su habitación continúa verde, perenne. Agustín “Hijo de la Tierra” se abriga con su bufanda arcoiris y se llena de abrojos. ¡Sí! ¡Es el chico del video que riega césped germinando en su buzo! Este veinteañero uruguayo, estudiante de Bellas Artes, está llegando a los trescientos mil seguidores de Instagram, fieles a sus contenidos de hipnótico amor a la naturaleza y activismo queer. Reflexiona en un tono bondadoso, muy optimista, casi naïf, baila o canta hasta abrirse por completo y llorar con una vulnerabilidad conmovedora. Otros días, muy pocos, está enojado. Enfrenta a sus haters con argumentos precisos y propone largos debates sobre temática de género o espiritualidad. Los links redireccionan a su sitio de ilustraciones, cerámicas o videos recorriendo campos que parecen bosques. Viajes astrales, meditaciones, recuerdos, luchas, resistencias, poemas, risas y suspiros. ¿Otro influencer?

“No me considero un influencer ni a palos. Influencers son Lady Gaga, Luis Suárez… también pienso que todes somos influencers en un círculo. Es un potencial que se tiene y está asociado al ejemplo. Soy una persona que usé las redes de manera sostenida durante mucho tiempo y eso me llevó a formar, de a poco, una comunidad muy linda con la que puedo compartir cosas”. A seis años del primer posteo en la plataforma su melena ondulada, tan propensa a las mariposas, se transformó en rastas. También aparecieron algunas canas, lluvia, sol, semillas, flores del camino, arboladas inabarcables e insectos cariñosos. Está todo registrado y el material es abundante.

“Vivo en Los Manzanos, un barrio a la entrada de un pueblo llamado Progreso, que se lo considera la Capital Granjera del Uruguay. Es una zona frutícola lindísima para salir en la bici por quintas de duraznales, perales y membrillos. Estoy a 45 minutos de Montevideo y a un kilómetro de un descampado, abierto y gigante. Agarro la bici y subo al pueblo a pagar las cuentas o ir al supermercado, pero generalmente me da pereza. Así que llevo una vida muy de barrio que me encanta. ¡Me parece tan lindo salir a caminar en la gravilla con yuyos y flores creciendo por todos lados! Si me pasa un accidente, tengo un hospital cerca”. De repente sus cándidas fotografías y mensajes motivacionales se volvieron artilugios de memes virulentos de la peor calaña. Autopercibidos influencers “le dieron con todo” y se volvió viral en segundos. El nuevo temor ocurrió, cayó como un rayo en la jaula del “cringe” y, colorín colorado, este cuento recién ha comenzado.

Para el escritor y humorista brasilero Gregorio Duvivier, “lo cringe” (que significa en síntesis “vergüenza ajena” y que recientemente ha ingresado en los modismos de su entorno paulista) es el destino natural de todo ser humano y, como tras cada muerte nace una nueva forma, sería un estadío previo a lo “cool”. Para que algo se vuelva “cool” debe pasar por esa muerte simbólica. O sea que es un nuevo caso de redención, algo que, por suerte y cruzando los dedos, estamos comenzando a conocer las disidencias. Pero, ¿qué es lo “cringe” en Hijo de la Tierra?

INFANCIAS CAMPESTRES

De niño fue a un colegio católico y encontró la adolescencia en la Iglesia Mormona. Con temprana lucidez y auténtico interés metafísico se alejó de una espiritualidad tan estricta, con la constante presencia del pecado rondando como un fantasma. Comenzó a interesarse por las prácticas neopaganas, un espacio nebuloso post-New Age con sincretismos de sincretismos, ahora virtuales, donde además de socializar, se podía encontrar poder personal. Aún con su doble filo, todo sistema de creencias puede funcionar como disparador de coraje hasta encontrar una voz y usarla. Su voz en Instagram gritaba de maravillas a un enorme grupo con cosmogonías afines a la suya, pero el Tik Tok calibra sus algoritmos con más crueldad.

“Hay una gran diferencia entre la gente de Instagram que tuvo la experiencia Flickr y la que no. En Instagram escribía en inglés porque me parecía una oportunidad para ver cosas que no estaba viendo en Uruguay. Me contactaba con gente que me inspiraba y me motivaba. El 90 por ciento eran mujeres artesanas, cottagescore, vinculadas a la naturaleza, gente con muchas habilidades artísticas, que dibujaba y cocinaba. Las redes nunca fueron un espacio seguro pero como no me seguía casi nadie cercano, de habla hispana o uruguayos, sentía que estaba en un universo paralelo hermoso. Nadie me juzgaba, empatizaban con mis fotos y lo que escribía era como en un diario íntimo. Mi Instagram creció orgánicamente. Sentía cariño, motivación y amor. Lo que mostraba no era un personaje y tampoco me animo a decir que era performático porque era yo siendo yo en el único medio que encontré seguro. El algoritmo de Tik Tok es mucho más violento y lo que soy rechinó. Estamos hablando de videos con 20 millones de visitas y miles de comentarios de odio. Fue loco ver ese choque tan rápido en diciembre del año pasado. La gran parte del odio que recibía era de hombres que, supongo, serían heterosexuales. Me atacaban por lo no binario, lo puto, lo trolo, lo femenino, creer que soy sucio, de izquierda, que mi salud mental está mal… No puedo hacerme responsable de lo que piensen tantas personas”.

SALUDOS, TERRICOLAS

El mundo geográficamente más próximo era un enigma, pasando a ser una especie de dimensión paralela. Sintiéndose “diferente” desde siempre pensó que cuando conociese gente como él encontraría apoyo, comunidad, solidaridad y entendimiento. Pero no fue así. “Aunque no me identifico como hippie, la gente me ve y dice ‘pedazo de hippie, bañate’. Parece que no se puede ser hippie y puto a la vez. Me gustaba meditar y eso tampoco se podía. Me aislé en mi mundo hasta que, por suerte, en Bellas Artes encontré gente abierta de cabeza. Virtualmente era totalmente diferente. Cuando conocí la comunidad de Neopaganos LGBT sentí que había encontrado una familia que estaba por todo el mundo, menos en Uruguay. Mis primeras amistades reales fueron de otros países. Hablábamos por MSN. Recién con Facebook conocí gente de Montevideo”.

Continúa creyendo que el amor es más fuerte y que es importante sacarse fotos diciendo lo que uno quiere, vestido como uno quiere. No infringe reglas comunitarias pero las reglas de su mundo reviven las fantasías que siempre despertaron este tipo de prácticas, ahora en un momento en el que los memes son las nuevas piedras. Muy diferente o, tal vez, muy cercano. Puede ser nuestro vecino.

“La gente cree que vivo aislado pero, detrás del trípode, hay un barrio con vecines que al comienzo se asustaban y se preguntaban qué onda conmigo. Soy re vergonzoso. Atravesar mi cuadra con estas vestimentas, el trípode, la cámara, los bolsos de producción, siempre vulnerable a que pasen cosas... Hoy por hoy, ya se acostumbraron. Saben que hago ‘cosas raras’. Miraba Floricienta donde había hadas y duendes. Tal vez sea eso. En mi perfil de Instagram dice que soy una radical feary, o sea, hada radical. Lo digo no desde un concepto mitológico, sino desde un sentido político, enmarcado en la filosofía de ese grupo contracultural”.

Tomadas como “una tribu” desde sus inicios setenteros, las diferentes agrupaciones de hadas radicales se han caracterizado por un deseo de escapar de los estereotipos de la propia comunidad/población LGBT creando santuarios o comunidades sostenibles, generalmente lejos de la ciudad, en aparente anarquismo espiritual. Un lugar para creer en sus propias verdades o hacer propias las verdades. Sus encuentros más habituales coinciden, por supuesto, con los sabbat wiccanos donde conviven perfectamente besos con meditaciones. Traducido a la virtualidad podría decirse que Hijo de la Tierra es de los principales referentes del Cono Sur en redes.

LO COOL Y LO CRINGE

Aunque estén desde hace ya tiempo, resulta una novedad dentro de la comunidad LGBT, ver este deseo de alabanza, gratitud y éxtasis. El pensamiento mágico o la oración buscando sanación y progreso continúan produciendo “cringe”. Estas espiritualidades más inclusivas en la virtualidad ya no se rigen tanto por el vínculo maestro-aprendiz y cuesta enmarcarlas en alguna tradición esotérica-espiritual específica. Además de que, como cualquier gesto disruptivo, puede ser acusado de moda.

“Las redes son un espacio muy visual. Pueden quedarse en lo mercantil del neopaganismo pero es más interesante ver lo que le ocurre a muchas personas cuando arman su puzzle. Comencé a los catorce años y no paro de descubrir cosas. Esa aproximación puede llevarte a investigar libros, escuchar conferencias y conocer personas. No hay corpus teórico a simple vista, solo estético. Hasta hace poco la información no era tan inmediata ni tan fragmentada. Había libros de divulgación, incluso textos muy leídos como los horóscopos. Puede haber malas interpretaciones como en todo y la información es sólo información, teoría organizada. Uno puede acumularla o practicarla. Se sigue necesitando alguien para conversar, comparar, seguir profundizando. Alguien en el que veas que eso es posible, real, que existe y que lo demuestre. En internet puede estar todo o ser muy pobre, pero es una información que por naturaleza continúa viva, transmitiendo de boca en boca”.

 

El sombrero que lleva se llama “Sombrero de Duende Gatito''. Es un doble guiño. Por un lado, una forma de decir que cree en los duendes y por otro, manifestar su amor por los felinos, sus compañeros de juegos en su infancia campestre, cuando los seguía y los estudiaba por horas. “Mis viejos trabajaban todo el día y mi pasatiempo era, básicamente, jugar con los gatos de la señora que me cuidaba. Cuando la gata tenía crías quedaba horas al lado. Nunca llegué a decir que soy un duende, excepto en un video, que se hizo viral y lo vieron millones de personas. Alguien me preguntó qué era y respondí que soy humano pero, en el corazón, soy un poquito duende, un poquito hada, un poquito gato y algo más. En el corazón. Lo digo desde un lugar cariñoso y afectivo pero no desde mi identidad. Hay personas que se consideran duendes o hadas y está bien, es su sentir. No es mi caso. Me considero cien por ciento humano”.