Sin posibilidad de parecerse a una ópera, Theodora, el oratorio de Haendel puesto en escena en versión semimontada la semana pasada en el Teatro Colón, por lo pronto propició una opereta. La adaptación de Alejandro Tantanian, tuvo agregados de textos de Franco Torchia en base a la obra de la teóloga disidente Marcella Althaus-Reid. El domingo, al final de la última de las cuatro funciones programadas, Mercedes Morán fue abucheada por un grupo entre el público. El momento pronto se hizo título en los medios hegemónicos, con el correspondiente videíto testigo viralizado en las redes. Siguieron comentarios de lectores al tono: “Dicen que se puso a delirar con el feminismo y el público no se lo perdonó”. “El kirchnerismo agoniza. Disfruten y compartan el video”. “Fui al Teatro Colón a ver ópera y la metieron a Mercedes Morán a tirar líneas sobre pseudofeminismo y la mar en coche”. “Usan el Teatro Colón para cualquier pelotudez”. Morán apeló a la ironía con un tuit: “Soy actriz. Interpreto personajes. Me alegra hacerlos creíbles. Pero yo no soy mis personajes, eso”, “aclaró”, con un corazón verde.
Nada similar ocurrió en la función de estreno, ni en las que siguieron. Es curioso que el abucheo haya llegado recién en la última noche. ¿Cabe imaginar que esa pequeña claque vindicadora de las buenas costumbres tuvo su tiempo de armado y puesta en acto?
Aunque resulta arriesgado y odioso encasillar a cualquier público, por reflejo condicionado al del Colón se lo relaciona con lo “selecto”. La idea, más bien una sensación, es quizá una rémora de tiempos idos, aquellos en que las clases dominantes eran medianamente formadas e interesadas en lo que se entendía como cultura. En esas épocas, entre otras cosas, se dedicaban a construir o a donar teatros. Y también a ir a esos lugares.
Hoy las clases dominantes están ocupadas en otros intereses. Pero a falta de lucidez ha hecho persistir un componente moral sobre el artístico, como queda claro en el segundo capítulo de la opereta en cuestión: en una carta de lectores publicada en La Nación, un sacerdote católico expresó su molestia por “las repetidas intervenciones de la actriz Mercedes Morán leyendo textos de Marcella Althaus-Reid en los que se dice que la Virgen es una esclava momia de los pobres, que Dios es el aliento espeso y dulzón que produce el pan en los estómagos vacíos y que los sacerdotes hacemos arrodillarse a los penitentes delante de nuestros penes”.
Acto seguido, la Corporación de Abogados Católicos pidió la renuncia del ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro, por lo que consideró “una iniciativa ofensiva”.
¿Cómo termina la opereta? Podría ser con el tuit de la escritora Claudia Piñeiro: “Que hoy tengamos que fumarnos críticas con olor a censura de la Iglesia católica y sus representantes sobre una obra teatral, y no estemos todos a los gritos por el informe de los abusos de la misma Iglesia en Francia (más de 300 mil casos), me llena de amargura”.
Telón. Y abucheos, claro.