Mariana Enriquez fue contundente: “No hay nada más serio que un fantasma”. La escritora compartió con la periodista Silvina Friera una charla en la Feria del Libro, en la que aportó definiciones sobre el terror y detalles de algunos cuentos. “Es un 2x1 positivo”, anunció Friera en el stand del Grupo Octubre, ya que la autora conversó sobre dos obras. Presentó Este es el mar, flamante nouvelle en la que se aleja del género al que se la asocia, y se refirió al exitoso Las cosas que perdimos en el fuego. Este libro de relatos de terror, publicado en 2016, fue traducido a 18 idiomas. Además, fue reconocido con el Premio Ciutat de Barcelona, el mismo que ganó Ricardo Piglia por Los diarios de Emilio Renzi.
“Tenía ganas de escribir algo más luminoso y divertido, que tuviera que ver con otros de mis intereses, como la mitología o el rock”, contó Enriquez acerca de Este es el mar (Literatura Random House), historia inspirada en un cuento de su admirado Ray Bradbury. Las fanáticas de ídolos de rock son siempre las mismas a lo largo de la historia y se ocupan de convertir en leyendas a esos hombres. “Es una novela corta con algunas citas mitológicas, que en el centro tiene una historia rockera y de fans. Yo soy fan de un montón de cosas, así que algo de esa energía me obsesiona desde siempre”, definió. Y resumió que la nouvelle trata sobre el fin de su juventud y del rock.
Por otro lado, está escribiendo una novela “muy larga”. “Me aburrí de las mujeres. En ésta son hombres, básicamente un padre y un hijo. Es una novela de terror sobre la identidad. Empieza en los '70 y termina ahora. Tiene un poco de magia negra y un poco de política. Es muy argentina: lo acabo de definir a López Rega”, puntualizó. Nacida en 1973, Enriquez ha publicado las novelas Bajar es lo peor (1995) y Cómo desaparecer completamente (2004); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009), Cuando hablábamos con los muertos (2013) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016); y la nouvelle Chicos que vuelven (2010), entre otros. Además, es docente en la Universidad Nacional de La Plata y subeditora del suplemento Radar de este diario.
El resto de la conversación entre la escritora y la periodista --que se desempeña en esta sección-- tuvo que ver con el terror, género que Enriquez maneja con fascinante destreza, al punto de producir adicción en sus lectores. Sobre este punto, el discurso de la autora tuvo por momentos un tono casi militante: “El terror es popular. Hay cierto desprecio académico porque le gusta a la gente. Además, ocurre que no todos los escritores que se metieron con el género se preocuparon tanto por la literatura o el lenguaje súper cuidado. El entretenimiento, lo popular, lo folletinesco van en contra de las lecturas más rígidas. Le pasa también a la ciencia ficción. Bradbury es alucinante, pero nunca ganó nada”.
Friera le consultó por la presencia de lo macabro en “las entrañas mismas de lo cotidiano”. “Trabajo con los miedos actuales, sociales, y les aplico categorías bastante clásicas. Lo extraño es que no exista más terror relacionado con lo cotidiano, y no al revés”, opinó Enriquez. “Específicamente en español, al género no le pasó lo que al policial, que se convirtió en una novela social. Se quedó en el castillo o en el folklore. Y esto tiene que ver con dos problemas: una tradición que no existe como tal y un problema de lectura de nuestra literatura”, analizó. Según ella, hay cuentos de Julio Cortázar, Silvina Ocampo, Ernesto Sábato y Bernardo Kordon que “en cualquier otro corpus literario” serían considerados de horror, y aquí se los calificó como fantásticos. Además, mencionó la revolución que generó Stephen King en los '70. “El trabaja con los miedos que hay en la sociedad, con las violencias cotidianas. Eso es con lo que yo trabajo”, expresó.
No faltaron detalles de algunos cuentos. La escritora habló sobre el origen de “Las cosas que perdimos en el fuego”, que da nombre al libro publicado por Anagrama, historia de un grupo clandestino de mujeres que toma la determinación de quemarse ante una oleada de crímenes machistas. “Y no morir, sino vivir quemadas. Con ese tipo de belleza, de nueva carne. Para mí, es un cuento de ciencia ficción”, definió. Dos imágenes la inspiraron: “Lo escribí en la época en que pasó lo de Wanda Taddei. Que la trayectoria simbólica de Callejeros haya sido ese año nuevo terrible, en que mueren los chicos ahogados con fuego, y que uno de los músicos termine prendiendo fuego a la mujer, me parecía poderoso simbólicamente y me atormentaba mentalmente”. El segundo disparador fue “una chica real que pedía dinero en el subte, estaba totalmente quemada, era muy atractiva y tenía un cuerpo impresionante”.
“Las influencias en lo que uno escribe son lejanas a la trama. Son cuestiones que se capturan en el aire y que terminan en el cuento más como un espíritu”, explicó, para luego ahondar en otro relato del mismo libro, titulado “Los años intoxicados”: “Es el más cercano a mi experiencia. Quería escribir sobre la cuestión alucinatoria que fue ser muy joven en la hiperinflación y, luego, con Menem. Los padres estaban en otra, buscando laburo, pensaban en conseguirte un pasaporte para que te fueras al ser mayor de edad. Permitían la creación de una cultura juvenil totalmente alejada de los padres. Quería contar lo que les pasaba a los chicos y el nivel de reviente que había, que se dio por un abandono terrible. No sólo del Estado. Era un momento histórico en el que no era posible cuidar a los más chicos. La sensación era que no había futuro para nadie”.
En los textos de Enriquez es común que aparezcan, justamente, chicos abandonados. Aparte de que suelen ser protagonistas en el marco del terror, la autora busca “confrontar al lector con la hipocresía”. “En nuestra sociedad hay un doble discurso sobre la niñez: está el discurso de que los niños son lo más importante y 'qué feliz es estar embarazada', y cotidianamente vemos abuso y niños en la calle. Lo que les hacemos es muy cruel. Busco ponerle al lector en la cara el horror que nuestro nivel de desigualdad inflige en los más débiles. No desde un lugar de bajada de línea. Son malísimos mis niños, y vengativos. Están criando monstruos. Son monstruos malos”, se explayó.
La charla incluyó una mirada sobre el realismo y la presencia de los desaparecidos en la ficción. Tuvo, también, momentos de humor. Una joven le preguntó a la autora si Alejandra Pizarnik era una de sus influencias, lo que abrió la puerta a una anécdota que pareció demostrar que el terror es, además de un género, una mirada del mundo. Enriquez comentó que estaba escribiendo un texto sobre la poeta y que en un momento iba a ir a visitar su tumba en el cementerio de La Tablada, junto a Fernando Noy y Fernanda García Lao. Al final nunca fueron, y cuando ella puso punto final a aquel texto se le rompió la computadora, de una manera que no es habitual en estos tiempos. “Pizarnik es mala. Me rompió la computadora. Estoy segura de que fue ella”, aseguró. También fue gracioso cuando contó que los lectores le preguntan si las cosas que pasan en sus historias le ocurrieron a ella: “En general no me pasó. No soy un ser eterno ni estoy destripada”.