Cuando Okupas se estrenó en la pantalla chica, el 11 de octubre de 2000, Santiago Motorizado tenía 20 años. Aún no existía El Mató a un Policía Motorizado, el grupo que lo lanzó a la fama, y el streaming era una tecnología muy experimental. Dos décadas más tarde, todo se dio vuelta, y la serie dirigida por Bruno Stagnaro saltó de la piratería física y digital a Netflix. Pero no sin antes tener que acomodarse a nuevas reglas del juego: mientras que en la televisión se pagaba un canon fijo por el uso de canciones, las cifras serían muy diferentes al pasar a la plataforma. La decisión, entonces, fue cambiar buena parte de su banda de sonido.

El codirector de Pizza, birra y faso llamó a Santiago Motorizado para pedirle sendos temas de su grupo, afines a la estética de Okupas. Esto decantó no sólo en la realización de una nueva banda de sonido para la miniserie, sino también en la metamorfosis de este icono del indie y de la cultura pop local en flamante figura de la música popular argentina. De eso da fe su debut en la cumbia, en septiembre último, con el single “Tonto corazón”, con el respaldo de Vicentico. El viernes, además, estrenó otra canción, “Muchacha de los ojos negros”, en la que mostró por primera vez su pulso folklórico. Sin embargo, entre una y otra sorpresa el músico lanzó “Polvo de estrellas”, suerte de surf rock en el que coinciden y se enredan Sandro y los Pixies. Todo esto a manera de introducción de su próximo álbum en solitario: Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro, que estará disponible en las plataformas digitales a partir del 15 de octubre.

Santiago Barrionuevo (el nombre detrás del álter ego) pasó de esta forma del bajón total, ocasionado por el parate al que obligó la cuarentena, a la hiperactividad. Si bien la música de Okupas tuvo varias etapas, dos de ellas fueron de su autoría. Y de ellas se desprende esta reinvención. “Cuando Bruno empezó a hacer el trabajo de reemplazar canciones de la versión original por un tema de derechos de autor, lo primero que hizo fue elegir otros temas que le gustaban”, explica el artista. “En la primera reunión me dijo que quería usar siete canciones que ya existían de El Mató. Con el correr de los meses, le propuse regrabarlas, aprovechando que teníamos tiempo libre. De paso, nos gustaba la idea de volver a atravesarlas; siempre respetando las versiones originales, porque por algo él las eligió tal como estaban. Nosotros aceptamos felices, obviamente, e hicimos las reversiones. Y se sumó una canción cien por ciento nueva de la banda, ‘En la otra ciudad’, que es el adelanto que sacamos”.

-¿Esa canción nació durante este proceso?

-Era para una escena muy puntual del capítulo siete, en la que el protagonista, Ricardo, encarnado por Rodrigo de la Serna, quiere aprender a robar. Se acerca a su víctima y empieza a sonar esa tensión. Estaba componiendo esa música incidental y me pareció que estaba bueno que ese piano fuese la introducción de un tema. Bruno no me lo pidió porque ya había una canción ahí y supuse que iba a mantenerla. Como eso sonaba muy a El Mató, convoqué a los chicos para que la escucharan, a ver si les gustaba, y la completamos entre todos.

-Esa primera parte se convirtió en el nuevo disco de El Mató a un Policía Motorizado: Unas vacaciones raras. ¿En qué consistió la segunda?

-Bruno me dijo que tenía que escoger 45 temas más. Estaba metido en una especie de embrollo y era mi posibilidad para correrme del registro de El Mató. Tuve que componer todo de cero, y abordar géneros como la cumbia, el folklore, la música electrónica, la salsa y el tango. Todo eso lo hice en solitario. Quedó una mezcla muy extraña. Me divierte porque el contexto de Okupas así lo pedía. Hay mucho rock, con una estética apoyada en el rock clásico, una cosa más retro. Y después hay ritmos tropicales, algo rarísimo para mí porque nunca los había hecho. Componer la banda de sonido me animó a ir más allá, porque soy muy tímido como para experimentar lejos de mi zona habitual. También tuve la oportunidad de invitar a artistas a los que admiro. Están Vicentico, Jorge Serrano, Ani, de Las Ligas Menores, Nina Suárez (hija de Rosario Bléfari), quien cantó en otra cumbia, y Daniel Melingo, que lo hizo en un tango.

-¿Este segundo álbum de música original hecha para Okupas incluirá los 45 temas?

-Elegí 18. Son los que tienen más forma de canción, por más que algunos no estén completos. Hay otras piezas que acompañan de manera climática, más música incidental propiamente dicha. No me animé a sacar la banda sonora entera porque sentí que era mucha información. Pensé en lanzar una especie de versión extendida del álbum con toda la música, para el curioso que quiera escuchar todas las piezas musicales. Eso hice cuando saqué la banda de sonido de La muerte no existe y el amor tampoco. Primero quiero presentar esto y lo otro en un futuro.

-Los dos trabajos que publicaste como Santiago Motorizado son bandas de sonido. ¿Qué pasó con tu tan dilatado disco solista?

-Mi disco solista tenía que haber salido antes de todo esto. Cuando comencé a hacerlo, nos fuimos con El Mató a grabar La síntesis O’Konor. Eso cambió la vida de todos, la dinámica de la banda. Empezamos a viajar un montón, por lo que ese material mío, que data de 2016, quedó muy archivado. En la pandemia volví a escucharlo, a ver si podía retomarlo, y realmente no me gustó. Son los riesgos que uno corre cuando deja un proyecto en pausa por mucho tiempo. Uno cambia mucho y hay cosas que ya no cierran. Tuve un hueco en febrero y grabé de nuevo las bases, a las que les sumé algunas canciones más. No sé en qué formato va a salir ni cuándo, pero tengo en la cabeza esa experiencia de no dejar pasar el tiempo para que no vuelva a sentirme ajeno al proyecto.

-¿Sos consciente de que el eclecticismo del repertorio de Okupas podría influir en esos temas a los que les venís dando vueltas?

-El álbum de Okupas me inspiró desde otro lado: me obligó a experimentar con cosas nuevas. Quizás esto repercuta mal en mi camino solista. Y lo digo positivamente. Siento que se me abrió la cabeza para un montón de lados. Va a ser un desafío tocarlo en vivo, porque todo es nuevo y heterogéneo. Me alegra que estas canciones nacieran en un momento de traba creativa.

-Antes de que te embarcaras en este proyecto, usabas tu carrera solista para probar canciones que luego fueron a parar a los discos de El Mató. Pero, por lo que contás, tu flirteo con la cumbia o el folklore vendría siendo para vos lo que la electrónica fue para Gustavo Cerati en su obra unipersonal: un espacio de experimentación. Ahora podés llevar adelante dos propuestas sin que necesariamente se crucen.

-Totalmente. Lo pienso mucho. Me divierte que sea así. Con estas canciones que salieron de Okupas tomé más distancia de El Mató. Sentía que con el proyecto Santiago Motorizado establecí una diferencia, pero no tanta, había una vibra similar. Acá me alejé bastante y radicalmente, lo cual me gusta. Y por sobre todo me gusta haber experimentado con la cumbia, que era algo a lo que no me hubiera atrevido jamás. No porque no me gustase sino porque no me salía esa pulsión. Estoy viendo si cada cumbia puede hacer un link con un artista de fantasía que se llame Santiago Corazón. Espero que esto que hice para Okupas dispare varios proyectos paralelos.

-Al momento de componer estos temas, ¿apelaste por emociones o recuerdos para conectarte con estas músicas?

-Los géneros que fui abordando son de la música popular argentina. Directa o indirectamente, son parte de nuestra vida. Y eso está presente. Ahora, para desarrollarla o sumergirme, tuve que hacer un trabajo de experimentación, conectar con esos momentos en los que me conmoví. Soy muy fan desde siempre de Los Auténticos Decadentes. Si tuviese que elegir músicos que hicieron cumbia y que me emocionaron, los escogería a ellos. También estuve fanatizado en una época con Los Pibes Chorros. Este era un momento para experimentar con eso, pero Okupas ocurrió antes de la aparición de la cumbia villera. Quise respetar la época, por eso me acerqué más a la cumbia romántica noventosa.

-¿Cuáles fueron tus referencias folklóricas?

-El folklore estuvo presente en mi vida porque mi viejo es salteño, siempre tocaba la guitarra en casa. Eso forma parte de mi infancia, pero es algo con lo que me desconecté después, porque sentía que era la música de mis padres y tenía que buscar mi propia identidad. Vino entonces la rebeldía juvenil y me hice fan del punk. Cuando quise adentrarme bien de lleno en ese universo infinito de música argentina, me di cuenta de que me había perdido un montón de cosas. Me conecté con eso y sobre todo con mi viejo, porque lo invité a cantar en una zamba.

-¿Cómo fue cantar con él?

-Mi viejo es un amor, es un gran padre. Nunca nos faltó nada. Pero tengo la espina de que nunca me dijo algo muy concreto y bueno de una canción mía. Sé que no está en la obligación, aunque uno como hijo busca la aprobación de sus padres, y ésta era mi oportunidad. Le sorprendió la invitación. Vino al estudio, en medio de este clima raro, con mi hermano Facundo, el más chico.

-¿Qué devolución te hizo?

-Era imposible que mi fantasía saliera bien. Me dijo que no estaba respetando la métrica de las zambas. Le dije que no lo podía cambiar, porque tenía que entregarla ya. Además, era mi versión del género.

Al igual que sucedió con Los Fabulosos Cadillacs o Los Auténticos Decadentes, las canciones de El Mató a un Policía Motorizado fueron calando profunda y lentamente en el inconsciente colectivo argentino. Una vez que temas como “Más o menos bien” aparecieron en forma de stickers en los baños de bares porteños o “Mujeres bellas y fuertes” inspiraran un ciclo de recitales feminista, “El tesoro” instaló a Santiago Barrionuevo, quien presentará la música de Okupas el 29 de octubre en el Teatro Coliseo, en parte de la élite cancionera del rock argentino. A partir de la salida de ese hit, en 2017, desde bandas de cumbia hasta grupos de covers de Palermo, pasando por Natalie Pérez y Fito Paéz, lo hicieron propio.

-¿Cómo reaccionás ante lo que está pasando con tus canciones?

-Al sacar un tema, imagino que a nuestro público le gustará, pero cuando eso trasciende y va más allá, y emociona a personas de cualquier país y edad, me parece muy mágico.

-Fuiste el productor del disco debut de la cantante española Amaia, ganadora del reality Operación Triunfo en 2018 y fan confesa tuya. ¿Esa experiencia, en la que también coescribiste algunos temas, fue un punto de inflexión para salir de tu zona de confort?

-Siempre fantaseé con la idea de componer para otro artista y aquel proyecto con Amaia cumplió ese sueño. Me animó a salir de mí mismo, del encierro de mi trabajo creativo, para ponerlo al servicio de los demás. Esa aventura me cambió un montón, fue una base de apoyo para hacer el proyecto de Okupas. Cuando comencé a componer todo, dejé para lo último el folklore, la cumbia y el tango. Esto último fue lo más difícil, a punto de que Bruno me dijo que si se me hacía complejo, no tenía problema de pagar los derechos de uso de un tango. Eso me pinchó el orgullo. Ahí como que salió,y fue el gran final. Hice un tango con ritmo de vals. Por eso agradezco a la suerte o a una mezcla de cosas. Fue una especie de enseñanza para futuros desafíos.

-¿Escuchás tango?

-Siempre me gustó. Pero recientemente le di más bola. A mí me encanta Andrés Calamaro cantando tango por todas las variantes que utiliza. También me gustan Gardel, Julio Sosa y Edmundo Rivero. Las letras de los hermanos Expósito son increíbles. Lo dejé para lo último por la complejidad y porque me sentí avasallado por la grandeza del género. Vincentico fue el que me dijo que invitara a Daniel Melingo a cantarlo, porque le iba a gustar.

-¿Y quién te sugirió que invitaras a Vicentico y a Jorge Serrano?

-La idea salió de Bruno Stagnaro. Me dijo: “Fijate si podés invitar a otros cantantes”, para que no sonara siempre mi voz. Con Vicentico me hice muy amigo en la pandemia. Hablando por Instagram, coincidíamos en las ganas de jugar al fútbol, y ahora los martes y viernes lo hacemos. También comemos seguido y en una de esas juntadas le mostré la canción. Le pregunté si le copaba y se puso contento. Para mí es un sueño porque Vicentico es desde siempre mi cantante favorito.

-¿Estaba Palo Pandolfo entre las opciones?

-Lo tenía en los planes. Incluso pensé que él podía cantar el tango, pero no nos dio tiempo. Me hubiese gustado.

-Hiciste “Tu amor” con él, que terminó siendo su último single en vida. ¿Cómo te impactó la noticia de su muerte?

-Había estado con él hacía pocos días. Lo vi con tanta vida, tan alegre, tan bien... Me costó creerlo. Cuando me llegó un tuit con la noticia, me pareció raro. Le mandé un WhatsApp pidiéndole que me dijera que estaba bien. A pesar de que nos vimos nada más que tres veces, me encontré con un ser amoroso y atravesado por el arte todo el tiempo. Eso me conmueve mucho. Conocí a dos personas con esa pasión a flor de piel. Una fue él, la otra es Calamaro.

-¿Te ves siguiendo ese camino de músico popular que transitaron Palo, Calamaro o Vicentico?

-No sé qué esperar de mi futuro como músico. Estoy contento con haber experimentado con estos géneros. Sí fantaseo con tener diferentes identidades con cada uno de estos estilos y ver si esto dispara un desarrollo. Es lo único que se me ocurre ahora. Estoy empezando a pensar más en las nuevas canciones de El Mató.

-¿Ya están trabajando en el disco?

-Volvimos al estudio para hacer Unas vacaciones raras, lo que nos puso contentos. Si bien tenemos canciones, nos cuesta todavía pensar en el álbum. Me entusiasma volver a juntarme con los chicos. Me entusiasma cambiar el chip.

-A propósito del cambio de chip, esa apertura idiosincrática que llevaste adelante en Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro le permitirá a El Mató seguir ahondando en su mística y en su imaginario épico. ¿Llegaste a pensarlo?

-Me gusta que sucedan estos dos universos paralelos. Cuando arrancamos con El Mató, nuestra base de información era la música anglosajona y el rock independiente de los '90. Pero al llevarlo a un plano terrenal y más de nuestra experiencia, sobre todo en esos primeros discos que hablaban de un paisaje suburbano, cotidiano y periférico, mezclaba dos mundos. Lo que hacemos tiene que ver con conectar cierto lenguaje desde otro lugar y hacia otro lugar. Muchos vieron traducido eso a un imaginario argentino. Buena parte de ese público no conocía esa música sino el rock nacional clásico. Ese es el corazón de El Mató, sobre todo por la conexión tan intensa y pasional que generó con los años. Y, en un punto, eso se fue ampliando hasta rozar con lo popular.

El disco

Atreverse a la reinvención

 

Son 19 los tracks que le dan forma a uno de los mejores discos nacionales que tendrá el 2021. Sería exagerado afirmar que se trata de la consagración de Santiago Motorizado, porque se trata de un experimento musical. Además, aparece en una época en la que el artista se atreve a reinventarse, aunque sí deja en evidencia que la imaginación es un don que pocos pueden consumar. Al igual que la síntesis. Eso queda de manifiesto en la intro, “Contrafuego”, a la que sólo le bastan 38 segundos para generar un relato instrumental. Aparte de “Tonto corazón”, guiño a Ráfaga en la que tiene de cómplice a Vicentico, en Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro hay otras cumbias: “No hay lugar para nadie más” y “El fuego cálido” (con Nina Suárez) redimen el estilo santafesino, mientras que en “Bandera blanca” une fuerzas con Jorge Serrano para flirtear con la villera. En “No puedo parar”, el músico evoca sus raíces ramoneras, abriendo el juego a una lectura del indie o del rock diferente a la de El Mató a un Policía Motorizado. Algo similar sucede en el britpopero “Bajo las sombras”, donde lo acompaña Anabella Cartolano. En medio de esos duetos y piezas incidentales capaces de rescatar diálogos de Okupas, la voz de Daniel Melingo se apropia por completo de “La juventud”, menjunje de tango, vals y chamamé. Si en algo es un nigromante el cantautor platense es en el arte de la emoción, y eso lo logra en “Mil derrotas”, loa al himno beatle “Across the Universe”, y especialmente en “Un día no vas estar”, zamba en la que, junto a su padre Facundo y su hermano Felipe, maravilla por lo bien que le sienta el folklore.Y en el que, además, el trío también recuerda la fraternidad y sapiencia del género.