“Me gusta el formato de historieta que va por la crónica costumbrista, periodística, donde el autor recorre con su punto de vista una ciudad, una situación o un conflicto”, reflexiona Gustavo Sala. Lo suyo es desde hace décadas el humor delirante, grotesco y muchas veces escatológico que disfrutan sus lectores en el Suple NO de este diario. Así que su “antiguía” Buenos Aires en pelotas, recientemente editado por Sudamericana, no escapa a las generales del cuerpo de la obra de este marplatense delirante. “Lo pensé como un libro mala onda de Buenos Aires, porque en librerías ya hay muchos libros con un punto de vista turístico, for export, que muestran una ciudad reluciente, de maravillas arquitectónicas, noches inagotables, bares notables, glamour, tango y mirada internacional”, explica. “A mí me interesa la Buenos Aires podrida, pobre, con olor a basura, pero lo hago desde el humor y el amor, porque es una ciudad que también adoro”. La referencia, desde el título, es el clásico de Calé Buenos Aires en camiseta, una “joya” –en palabras de Sala- que plasmó su época. “Se puede actualizar ese formato”, plantea.
-¿Cómo veías vos a Buenos Aires antes de mudarte para acá?
-Yo a Buenos Aires la miraba como lejano, inalcanzable, potente, explosivo. Te hablo como un adolescente marplatense, que miraba unas notas en la vieja Fierro en los ‘80, sobre el Parakultural o el underground de la ciudad, mientras Mar del Plata ofrecía otra cosa: Midachi, Artaza, Carmen Barbieri y el teatro de revistas. Mientras acá se cocinaba una ola de cultura independiente, transgresión y locura, en Mar del Plata estábamos a años luz. También recuerdo tener la fantasía de haber leído Crónicas del ángel gris, y toda esa mitología, cuando en el '93 finalmente pisé Capital Federal, efectivamente fui a recorrer las calles de Flores de las que hablaba (Alejandro) Dolina.
-¿Cómo la ves ahora?
-Como una ciudad llena de contradicciones, donde conviven lo podrido y lo hermoso, con una cantidad de bellezas y de asquerosidades, incluso superpuestas. Es interesante conservar un punto de vista inocente frente a la ciudad. A veces busco el ejercicio de mirarla como un recién llegado o un turista, para no dejarme vencer por la cotidianeidad que te aplasta y te hace simplemente vivir, tomarte un subte y viajar como el culo, y no disfrutar de lo que es culturalmente. Es tratar de subirse a la ciudad y aprovecharla. Pero hay que saber manejarse.
-Si te pidieran definir esta ciudad, ¿qué dirías?
-Para mí Buenos Aires es un hermoso quilombo. Es un viaje que te puede arruinar o excitar. Así que hay que tener cuidado, acercarse con sigilo y dejarse atravesar por la ciudad, pero cuidándose de sus amenazas.
-¿Qué amenazas ves vos?
-Las amenazas que ofrece la ciudad son varias. Primero, entrar en una violencia mental, en una infelicidad permanente, que tiene que ver con el ritmo de vida, con viajar mal, apretado, nervioso, en un subte o un colectivo. Y perder la felicidad de estar en una ciudad como esta. Una amenaza es que la ciudad te gane, donde queda uno debajo de la ciudad, esclavo de ella, y no poder disfrutarla.
-¿Qué te sorprendió cuando te mudaste acá?
-Una de las primeras cosas que me sorprendió fue la velocidad promedio del paso de caminata del porteño, que era aproximadamente el doble de rápida que la caminata de un marplatense. Había como un cardúmen de personas moviéndose a una velocidad mayor a la que yo estaba acostumbrado en la Ciudad Feliz.
-¿Y qué aparece de esos primeros tiempos en la ciudad dentro del libro?
-Recuerdo mi primera vez en un subte, cuando ingenuamente fui a pasar por el molinete y no pasé porque no había ido con la fuerza suficiente. Me di cuenta de que la gente pasaba a lo bestia, que la gente se llevaba ese molinete de madera con un ímpetu evidentemente de porteño de toda la vida. Y ahí me di cuenta que para vivir en Buenos Aires había que tener una fuerza o una impronta mayor. Le di un poco más de garra y atravesé el subte con toda la dignidad posible.
-Suele decirse que es una ciudad neurótica. ¿La ves así?
-Evidentemente es una ciudad neurótica, paranoica, ansiosa, nerviosa. Me parece que a la gente que venimos de otras ciudades, todo eso nos contagia y uno de alguna manera, queriendo o no, se suma a esas enfermedades que te ofrece la ciudad. Digo en el libro que Buenos Aires te hace envejecer más que otras ciudades, que te arruga y te contamina. Incluso desde el amor. Se dice que es una de las ciudades con más cultura de terapias. Tendrá que ver con eso.
-Es la que mejor se adapta a tu tipo de humor?
-Diría que sí, que se adapta a mi estilo de humor porque probablemente también aparezca ese nervio, esa grosería, esa maldad o mugre que Buenos Aires te regala permanentemente. Igual, no me veo viviendo en un lugar paradisíaco lleno de montañas, arroyos, árboles y naturaleza. Necesito este quilombo que es la ciudad apretada, sucia y llena de humo, casi como si se tratara de un síndrome de Estocolmo por el que uno quisiera pasarla mal o aceptara pagar el costo que implica las cosas que una ciudad así te ofrece, bancándote todo lo negativo que pueda tener. Hablando de neurosis, si tuviera que vivir en un campo o una situación de naturaleza, en una campiña, en un bosque lleno de animalitos, ardilas y caballos... ¡me agarraría una ansiedad!