“La guerra civil ya empezó” repite Éric Zemmour en Francia día tras día. Hasta hace pocos meses era un periodista y ensayista que había ganado notoriedad como invitado y columnista en grandes canales de televisión. Ahora, si bien no anunció todavía oficialmente su candidatura, dos encuestas electorales lo presentan como tercero o segundo en la carrera presidencial para el Palacio del Elíseo en mayo del 2022, codo a codo con Marine Le Pen, candidata tradicional de la extrema derecha, y por debajo del actual presidente, Emmanuel Macron.
Zemmour habla sin filtros en un país donde lo políticamente correcto suele ser norma. Aprovecha el espacio dejado por Marine Le Pen quien trabajó durante años para ser correcta, desdiabolizarse como se dice en Francia, mostrarse presidenciable, quitarse de encima la imagen de su padre Jean Marie Le Pen y sus antiguos socios partidarios, abiertamente anti-árabes, anti-judíos, colonialistas. Así, mientras crecían fuerzas de extrema derecha en países cercanos con disrupciones y desinhibiciones, su fuerza optó por un camino distinto, que parecía dar frutos hasta los malos resultados de las elecciones regionales de junio pasado.
La nueva figura optó por la estrategia frontal. No lo hizo en las formas, donde se presenta como un intelectual, escritor conocedor de la historia francesa y su cultura. La escalada ocurre en los contenidos: Zemmour plantea ideas antiguas actualizadas a este momento de crisis. Una de ellas es que la “civilización occidental” y la “civilización islámica” serían incompatible, y la segunda estaría en un proceso de “colonización” de la primera a través de la inmigración. Ese proceso, afirma, es el que daría lugar al “gran remplazo” poblacional, una tesis desarrollada por el escritor Renaud Camus. Así, afirma, de forma directa: “el pueblo francés está siendo remplazado por otro pueblo”.
“Las élites francesas desde hace 40 años han cometido la locura criminal de hacer y dejar venir a millones y millones de inmigrantes venidos de una civilización árabe-musulmana que es hostil a la civilización cristiana de la cual venimos desde hace mil años”, repite en sus intervenciones. Su discurso securitario toma otra dimensión: “la delincuencia que vivimos no es delincuencia, es una yihad, es una guerra que nos hacen, una guerra de civilización, de saqueo, de robo, de violación, de asesinato”. Una obsesión, como el mismo reconoce: “está en juego la civilización”, dice.
No se trata entonces únicamente de un racismo por color de piel y clase. Zemmour va más allá, retoma la tesis civilizacional originaria de parte de la extrema derecha francesa, aquella que sostenía la corriente de Jean Marie Le Pen, quien se alistó voluntariamente para ir a combatir a Argelia cuando el Frente de Liberación Nacional encabezaba la lucha por la independencia que finalmente ocurrió en 1962. Esa guerra siempre vuelve: el gobierno argelino recién llamó a consulta a su embajador en Francia por las declaraciones de Macron quien, entre otras cosas, criticó la “historia oficial” construida por Argelia respecto a la colonización y la guerra. Macron, que puede ser una cosa, la otra, o, todo lo contrario, busca votos a la derecha.
La inmigración está en el centro de todo el discurso de Zemmour. En economía, por ejemplo, explica que una de las causas de lo que llama la “tercermundialización de Francia” con un “Estado providencia obeso”, sería que se pasó de una “solidaridad nacional a un sistema de solidaridad universal, abrimos los hospitales, la seguridad social al mundo entero”. Su propuesta oscila entre el liberalismo interno, el proteccionismo externo opuesto a la mundialización -acusa a Macron de querer “disolver a Francia en Europa y en África”-, con cierre de fronteras y flujos migratorios. En términos geopolíticos sostiene que es necesario salirse de la OTAN para no seguir “sometidos” a Estados Unidos, y realizar un acercamiento a Rusia, quitándole las actuales sanciones económicas.
La extrema derecha logra centrar el debate donde crece, polariza, aumenta miedos, angustias, horizontes catastróficos, y evita profundizar en temas de economía, donde menos fortaleza logra mostrar. Su enemigo, a diferencia de América Latina, España, y parcialmente Estados Unidos, no es el comunismo, el socialismo, el marxismo cultural o el populismo: la izquierda francesa lleva décadas sin gobernar ni presentar una alternativa fuerte -a excepción de Jean Luc Mélenchon en las elecciones pasadas- y el Partido Socialista, bajo el gobierno de Francois Hollande entre 2012 y 2017 terminó de adoptar la agenda neoliberal e incluso ideas históricas de extrema derecha, como quitarle la nacionalidad francesa a quienes tengan doble nacionalidad y hayan “atentado contra los intereses fundamentales de la nación”.
Este año Mélenchon, quien afirma que Zemmour es “un peligro para Francia”, aparece quinto o sexto en las encuestas, cerca del candidato Verde, Yannick Jadot, por encima del Partido Socialista con la figura de la actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo. En primer lugar se encuentra Macron, segundo o tercero Zemmour y Le Pen, y cuarto está el partido de derecha Los Republicanos -que logró su última presidencia con Nicolas Sarkozy recién condenado a un año de prisión- que elegirá su candidato en diciembre.
Se trata de un arco corrido de forma pronunciada hacia la derecha, luego de un mandato de Macron marcado por grandes movilizaciones, como la de los chalecos amarillos, y por la pandemia y las diferentes cuarentenas implementadas. Aún falta siete meses para las elecciones y algunas encuestas también indican un alto porcentaje de abstención que llegaría al 48%, recordando el dicho que reza que el primer partido de Francia es la abstención. Si bien no pueden descartarse sorpresas y giros, el mapa, por el momento, toma, según las encuestadoras, la forma anunciada desde tiempo atrás: una segunda vuelta entre Macron y una de las fuerzas de derecha, repitiéndose, tal vez, el escenario del 2017.
Zemmour forma parte de la tendencia actual de crecimiento de estas nuevas/viejas derechas. En este caso una emergencia más a la derecha de la ya existente, como VOX al Partido Popular o Javier Milei a Juntos por el Cambio, en una estrategia de competencia y alianza. Es probable que su gravitación, apoyada en el gran impulso mediático, opere como tracción hacia una mayor derechización de Macron, Marine Le Pen, y el futuro candidato de Los Republicanos. Similar al efecto VOX sobre el Partido Popular con renovadas banderas anti-comunistas y pro-coloniales, o Milei sobre Juntos, ahora en cruzada para quitar la indemnización por despido.