Honrar la calvicie
“Con esta serie, imaginamos un mundo donde envejecer es fuente de poder y orgullo, una realidad alternativa donde los hombres abrazan a mucha honra su calvicie, usando magníficos tocados que acentúan el patrón que deja la caída del cabello”, dicen con rotundez el artista conceptual Ben Polkinghorne Scott y su socio creativo Conrad Kelly, dúo neozelandés que vive y trabaja en Londres. “Son coronas para reyes pelados”, comparten sobre su más reciente colección, Baldpieces, título a tono para una seguidilla de piezas (ocho, en honor a la precisión) que busca detonar el tabú en torno de la calva, celebrándola a través de pitucos adornos en la cabeza. “Los varones llegan a extremos absurdos con tal de ocultar o llenar estos vacíos. Pensamos que sería interesante proponer un escenario donde, en lugar de esconderlos o disimularlos, los promovieran y se convirtieran en una razón de jactancia”, profundiza la dupla, destacando que, al final del día, es una situación tan común que de ninguna manera debiera ser motivo de vergüenza: dos de cada tres hombres, recuerdan, comienzan a perder la melena a los 35; y para cuando lleguen a los 50 pirulos, el 85 por ciento lidiará con pelo significativamente más fino. El trabajo, que acaba de ser publicado en revista Hunger, goza de un añadido: el encargado de tomar las fotografías de hombres calvos posando con los fabulosos tocados fue el renombrado Rankin, conocido por sus retratos a la reina Isabel, David Bowie, Madonna, los Rolling Stones, etcétera. Sobre las obras del dúo kiwi, dijo que eran “brillantes en su originalidad”, y compartió el parecer de que “es cierto que hay un estigma alrededor de la caída del pelo. Los hombres, de hecho, se niegan a hablar con otros varones al respecto. El mensaje de este trabajo, entonces, ciertamente es potente; desafiante y, a la vez, descaradamente masculino”. Y, no olvidemos, le sobra glam.
Correspondencia con detalle literario
¿Cómo se festeja por todo lo alto a un personaje clave de la cultura o a un evento histórico que dejó huella? Depende; si se trata de una empresa de correos, la respuesta prácticamente salta a la vista: oui, oui, con bonitillas estampillas, de edición limitada, como la recientemente anunciada por La Poste. La empresa a cargo del sistema postal francés anunció que el mes próximo pondrá a disposición a razón de medio millón de estampillas “de uno de los escritores franceses más traducidos y leídos del mundo, considerado un precursor tanto por Zola como por el movimiento literario nouveau roman”. O sea, el estimadísimo Gustave Flaubert. “Con motivo del bicentenario de su nacimiento”, da sus razones la firma, precisando que el gran autor nació hace 200 años, el 12 de diciembre de 1821, en el Hotel-Dieu, de Rouen, hospital donde su padre era jefe de cirujanos. “Flaubert sigue representando, para todos nosotros, la figura del escritor absoluto que sacralizó la literatura hasta convertirla en religión, subordinando su vida a esta pasión vivida como un sacerdocio”, señalan con auténtico fervor desde La Poste, aún encandilados por la excepcional Madame Bovary, obviamente, novela que más tarde sería muchas veces adaptada por el cine y la televisión. “Puede que sus obras no sean muchas, dado que dedicaba a cada libro alrededor de cinco años entre investigación y escritura, pero la densidad de cada pieza compensa el número”, advierte el comunicado oficial acerca del legado de Flaubert, a la par que informa que cada estampilla costará poco más de un euro. Una bicoca para quienes gusten enviar epístolas con un distinguido toque literario en el sobre, o para filatelistas que busquen alimentar su colección con esta pequeñísima obrita visual, ilustrada por la artista Florence Wojtyczka, que a menudo colabora con medios como Le Monde o L’Express.
Fundir la palta
De tan versátil y bienhechora, desde hace un tiempo vive una época de gloria, reconocida su condición de fruta rica en fibras y grasas saludables, que se traduce en alta demanda. No por nada a la palta (o el aguacate, como se le llama en muchos países hispanoparlantes) le dicen “el oro verde”. Un mote que seguramente haya servido de inspiración al artista contemporáneo Tim Bengel, de 29 años, con residencia en Berlín. Para su última obra, sin más, el alemán se ha decantado por un enfoque bastante literal sobre este superalimento que, a su entender, “es un ícono de nuestro tiempo”; a saber... La palta es protagonista absoluta de Who Wants To Live Forever?, tal es el nombre de su más reciente trabajo, apropiadamente exhibido por estos días en el restaurante Avocado Club, de la mencionada ciudad. En trocitos y dentro de un bagel, la palta viene acompañada de rodajas de tomate, cebolla y hojas de rúcula, y Tim espera que se venda por casi tres millones de dólares. No, no es que esté redoblando la ridícula apuesta de la banana pegada con cinta adhesiva de Maurizio Cattelan: es que cada alimento ha sido esculpido en oro macizo; fundidas y moldeadas las distintas partes meticulosamente, luego ensambladas tipo sándwich. En pos, dicho está, de “congelar el espíritu de la actualidad”, cuando el aguacate “funciona como símbolo de estatus, representando cierta indulgencia millennial, el auge de la alimentación saludable, el impacto de esta industria en la ecología”. “La historia de esta fruta me recuerda al mito griego del rey Midas, que con su toque podía convertir cualquier cosa en oro, poder que devino maldición en tanto... acabó muriendo de hambre. Algo similar está pasando con la palta: en la codicia por maximizar ganancias, se está arrasando con el medioambiente”, se planta el germano, que en breve pondrá la mesa en la Semana del Arte de Miami para exponer un plato no apto para ningún paladar.
Meados por los fans
A priori, cualquiera creería que no hay motivos para que alguien se alegrase de la cancelación –por partida doble, en 2020 y 2021– de Glastonbury, uno de los principales festivales de música del mundo, espacio de encuentro para muchísimas personas que disfrutan a tope su line-up de primerísimo nivel. Pues no serían de la partida ni los peces ni la anguila europea –especie protegida, en peligro de extinción–, para los que el parate obligatorio de los últimos dos años significó un flor de alivio. Sucede que para la fauna que habita el río Whitelake, que pasa por las cercanías del recinto festivalero, cada edición de Glastonbury es una auténtica cruz, a causa de cierta costumbre corroborada de los juerguistas químicamente alterados: cuando la necesidad apremia, cantidad de asistentes al festival alivian sus vejigas cerca de las orillas, huyendo de las filas para usar los baños químicos, optando por hacer pis al aire libre. Que estén en contra de la práctica no es un asunto de pacatería, aseguran Dan Aberg, de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Bangor, y Christian Dunn, investigador del Centro de Biotecnología Ambiental: su estudio ha determinado que las meadas no son inocuas y representan un peligro grave para el ecosistema acuático. ¿Por qué? Pues porque esta orina –en cantidades industriales– presenta altísimos niveles... de MDMA y cocaína consumida por los meones, y terminan en las aguas, lo cual implica la ingesta involuntaria de drogas ilegales de la cándida fauna. Así lo confirma la dupla científica tras tomar muestras antes, durante y después de la última edición –presencial– del festival, circa 2019, comparando los niveles toxicológicos río arriba y río abajo. A partir del análisis, concluyeron que la cantidad de MDMA hallada era 104 veces superior río abajo en las semanas posteriores al festival, y efectivamente podrían dañar el ciclo de vida de las especies, particularmente de la mencionada anguila europea, en vistas de que altera su comportamiento, le genera pérdida de masa muscular, entre otras consecuencias. Según Aberg, “la contaminación por el consumo de drogas ilícitas al hacer pis en público ocurre en todos los festivales de música. Desafortunadamente, la proximidad de Glastonbury a un río hace que las sustancias liberadas por el público tengan poco tiempo para degradarse antes de ingresar al frágil ecosistema de agua dulce, y su efecto es potencialmente devastador”. Desde las filas del evento no se hicieron los sotas: recordaron campañas en años anteriores, como “Don’t Pee on the Land”, lanzadas a sabiendas de que la micción podía causar daño en los terruños de Worthy Farm; proteger los arroyos y la vida silvestre, aseguran, “es de suma importancia para Glastonbury”. De hecho, están a tiro para encontrase con los investigadores y escuchar sus recomendaciones para futuras ediciones. “Tampoco toleramos el uso de drogas ilegales”, aclararon por si las mosquitas, aunque mucha bolilla no les den quienes van a perderse entre musiquita y actividades recreativas... de distinta índole.