Las emociones están paralizadas por el daño. María no puede llorar ni sonreír. El mal no se extirpa con un bisturí. Aunque había enterrado vivo a su padre y lo había borrado de su mente, volvió veinte años después, cuando ese hombre siniestro y violento es internado en un hospital de Miami. María viajará para acompañar a su madre y sumergirse en un pasado tramado por las mentiras, los silencios y algo que no se puede nombrar. En Papá querido (Emecé), la escritora y psicoanalista Cynthia Wila explora las sombras y desdichas de una mujer que, después de huir de la agonía de sentir que fue cómplice involuntaria de la violencia del victimario, puede cruzar el puente y tener una “revancha contra el tiempo perdido”.
“En toda familia suceden cosas que no están bien. La violencia y los silencios suelen aparecer como parte de la ‘novela familiar’, esa historia que cada uno tiene acerca de cómo ha crecido”, dice Wila en la entrevista con Página/12. “La violencia no solo se manifiesta con golpes, insultos o gritos; existen modos menos visibles, a través de palabras que hieren, de la indiferencia afectiva, de no prestar atención a los deseos del otro (no escucharlos). Los silencios son otra forma de violencia cuando lastiman. Hay secretos familiares que producen mucho dolor. Palabras que no se dijeron a tiempo y que pueden herir toda la vida. Todo lo que no se dice (pero que a veces se intuye o directamente se sabe) termina por quebrarnos. De estas heridas quise hablar en la novela. Intenté ponerle palabra al dolor más antiguo, ese dolor que aparece en la infancia, cuando todavía no entendemos de qué se trata el mundo”, plantea la escritora que nació en Brasil en 1971 y que tras vivir en Estados Unidos y Uruguay se radicó en Argentina. La autora de las novelas Pasiones en guerra, El cuerpo prohibido y Eva y Juan escribió junto con Gabriel Rolón, “su compañero de ruta”, las obras de teatro El amor y las pasiones y El lado B del amor.
-Uno de los temas de la novela es la posibilidad de que una persona pueda tener varias muertes en su vida, ¿no?
-Cada pérdida en la vida de alguien implica morir un poco. Todos nos morimos -antes de morir- con aquello que vamos perdiendo. Muere el niño cuando crece; el joven cuando es adulto; el adulto cuando llega a anciano. Y morimos también con cada sueño que ha quedado atrás. En el libro, entre otras cosas, la protagonista pierde su hogar. Perder el hogar donde alguna vez fuimos felices implica la muerte de muchas vivencias y también de muchas ilusiones. Habrá que seguir armando sueños para que esas “pequeñas muertes” (que a veces nos dejan sin ganas de vivir) no empañen lo que queda. Aunque cada uno va con sus muertes –y sus muertos- a todos lados. Es imposible dejarlos atrás.
-”Los grandes amores también son una carga, pesan igual que los rencores”, dice María. Si en el tejido de una ficción puede convivir lo imaginado con materiales que proceden de la vida, como lo leído o escuchado, ¿De dónde viene esa frase?
-Cuando se ama demasiado, ese amor pesa demasiado. El amor a los padres y a los hijos es un claro ejemplo. A veces es tanto el peso que conlleva, que no podemos darles la espalda, decir que no, ser indiferentes, marcar un límite. Nos sobrepasan. Nos sobre-pesan. Y por eso nos exigen más. Las personas siempre se sienten más exigidas por aquellos a quienes más quieren. Aunque esa exigencia sea inconsciente, la voz de un padre –como en la novela- es mucho más potente que otras voces. Por más que esos padres ya no estén en nuestra vida, sus voces nos seguirán hablando, guiando, interpelando. En muchos casos de forma amorosa, y en otros con una bravura que asusta, inhibe o intimida. Es el poder de los grandes amores. Pesan. Para bien y para mal. La novela habla de los amores familiares más profundos. Y de sus consecuencias.
-Antes de que empiece Papá querido se lee lo siguiente: “Esta es una novela de ficción. Todos los personajes son ficticios. Cualquier similitud con la realidad, es pura coincidencia”. ¿Por qué se leen las novelas buscando huellas de las vidas de las escritoras y escritores?
-Pienso que a la gente le gusta saber. Saber de la vida personal de una autora o autor, de sus emociones o sus vivencias. Borges decía que todo escritor escribe acerca de sí mismo. Es una verdad a medias, sobre todo en una ficción. Esa es la magia de la ficción: puede servirse de algunas impresiones, algunas escenas que ayuden al autor a construir escenarios para sus personajes. Pero serán ellos –los personajes- quienes sufran o amen o sueñen de acuerdo a sus vivencias. Las emociones del autor pueden ser un andamio desde donde partir. Lo demás es de los personajes.
-¿Qué importancia tiene Shani, la enfermera negra, descendiente de esclavos? ¿Es quizá la que le permite liberarse, empoderarse, poder “decir” lo que a María tanto le cuesta?
-La historia de Shani marca un compás en la vida de la protagonista. Es un personaje que adoro por su rebeldía, por esa mirada surrealista que tiene del mundo. Ella encarna la rebelión contra la sociedad burguesa. Y creo que de alguna manera es la que intenta impulsar a María para que haga –o diga- lo que hace veinte años tiene atascado en la garganta y en el corazón.
-En la novela, las madres que aparecen no tienen una relación afectuosa con sus hijas, como si les pesara ser madre, como si no lo hubieran elegido. Cada vez más las ficciones escritas por mujeres se animan a mostrar madres más de carne y hueso, menos idealizadas. ¿Qué te interesaba aportar en este sentido en Papá querido?
-Estas madres, como bien decís, no son las madres idealizadas. Son madres indiferentes, egoístas, apáticas, protectoras, opresoras. Son cocodrilos o quijotes. Son madres que bien pudieron no elegir serlo y, sin embargo, deben hacerse cargo con las herramientas que tienen. El instinto maternal no existe, porque el instinto humano no existe. En todo caso, habrá deseo o no de ser mamá. Incluso ese deseo estará teñido de otras cosas, según las características de cada persona. Mis personajes sienten, aman, odian, sufren, como cualquiera. Con ambivalencias, con pasión, con indiferencia, con desdén. Son heroicos, crueles, manipuladores, tiernos, cobardes. Son humanos. Y desde ese lugar intento describir lo que sienten.
-Si las novelas son como cajas de resonancia, en cierto sentido, en esta aparecen los ecos feministas del “ni una menos”. ¿Compartís esta lectura?
-Comparto lo que decís. Existe una voz feminista que subyace en la novela porque los personajes cuestionan el orden preestablecido, los paradigmas y las consecuencias que generan las reglas de la cultura. Nacemos con una mochila donde los demás, en especial nuestros padres, han puesto muchas cosas. Las mujeres, sobre todo, fuimos cargadas de mandatos, ideales y prejuicios que a veces no tienen que ver con nuestros deseos. Intento que las mujeres de mis novelas puedan mirar qué llevan en sus mochilas y se animen a sacarse de encima aquello que lastima. Esa lucha será siempre parte de mis escritos. Hay un grito desesperado en las mujeres que no puedo –ni quiero- desoír.